Publican los diarios completos de Alfred Rosenberg, «arquitecto del Holocausto»
Escritos entre 1934 y 1944, dan fe de la tensión entre los ministros de Hitler y aportan una visión íntima y profunda del nazismo
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«¿Cree usted que es casualidad que yo le haya llamado dos veces para que pronuncie grandes discursos en el Día del Partido? Me resulta difícil decírselo así, pero si alguien me pregunta por usted, le contestaré que es la mente más profunda del movimiento. Usted es el padre de la iglesia del Nacionalsocialismo» . Con estas palabras se dirigía Adolf Hitler al que sería su ministro Alfred Rosenberg , principal teórico del antisemitismo y uno de los ideólogos de la «Solución final» , la política racial que acabó con la vida millones de judíos.
Testimonios tan directos como este aparecen en «Alfred Rosenberg. Diarios 1934 – 1944» , libro de la editorial Memoria Crítica que acaba de ver la luz. Aunque hace tiempo que se conoce la existencia y el contenido de estos apuntes, nunca se habían publicado los folios correspondientes al último tramo de la Segunda Guerra Mundial , cuando el conflicto fue afectando la moral y la autoestima del entorno de Hitler como una gota malaya.
Una de las cosas que se confirma con estos diarios es la tremenda inquina que Rosenberg sentía por Goebbels. Los dos se odiaban, y apuntaron en sus respectivos diarios los desprecios que Hitler les dedicaba cuando uno de los dos no estaba presente. Un comportamiento que denota o falta de estima del Führer con su núcleo duro o una extraña estrategia con la que mantener la competencia entre ministros. El libro demuestra en muchos casos que los hombres de confianza de Hitler se comportaban como niños peleando por el amor de un padre.
Un padre al que temían, por otra parte, porque el mismo Rosenberg explica cómo se asustó al recibir un telegrama del Führer convencido de que sería una bronca por escrito.
Cuentan los autores del libro que este ministro para los Territorios Ocupados del Este era poco menos que un pelota, y que presentaba sus discursos a Hitler para obtener su aprobación. También «enseñaba con gestos igualmente serviles y un orgullo casi infantil el patrimonio artístico que había reunido robando en toda Europa, y del que Hitler pudo escoger personalmente algunas piezas para el “Museo del Führer” en Linz». Rosenberg, además de ser el teórico del nacionalsocialismo, jugó un papel crucial en el expolio de obras de arte.
Odio entre ministros
Los apuntes de Rosenberg recogían también chascarrillos y conversaciones de todo tipo. «Acabo de volver de la recepción que el Führer ofrece cada año al cuerpo diplomático », escribió el 1 de marzo de 1939. «Resulta que (…) Goebbels dijo que, si al Führer no le gustaba su vida, tendría que habérselo pensado antes de actuar en 1924. Aunque sé de sobra lo mezquino que es Goebbels, me sorprendió mucho su franqueza». Directo al mentón.
Pero no solo Goebbels era el blanco de las críticas de Alfred Rosenberg. También el ministro de Exteriores, Joachim von Ribbentrop , al que tacha de arrogante en una conversación con Hermann Göring. Corría el mes de mayo de 1939. Aún no había empezado la guerra y ya estaban a golpes.
—En definitiva, ¿Von Ribbentrop está loco o es idiota? —le pregunta Göring.
—Es un tipo realmente idiota y con la arrogancia habitual —responde Rosenberg.
—Una cosa de la que me he enterado hace poco: se sabe que ha solicitado a un pariente suyo que lo adopte para poder mantener en su apellido la preposición «von». Sin embargo, no ha pagado el dinero que había acordado abonar a cambio y lo han llevado a juicio.
—En los tiempos de la lucha —añade Rosenberg—, la gente se burlaba de él.
—Hoy ese idiota cree que tiene que dársela de «canciller de hierro» (…). Los imbéciles como este encuentran poco a poco su ruina; pero pueden causar un enorme daño.
Criminal convencido
Cuchicheos aparte, Rosenberg pasará a la historia por ser uno de los más firmes defensores de la «Solución final». El historiador español Josep Fontana lo definió como el «arquitecto del Holocausto» y acertó, porque sus palabras sobre los judíos iban siempre cargadas de un odio visceral y extremo, acusándolos de todos los males de «su» patria. «Sigo enfureciéndome cada vez que pienso en lo que ese pueblo parásito le ha hecho a Alemania».
Rosenberg mantenía que los judíos y los bolcheviques eran prácticamente lo mismo. Pero en realidad solo buscaba un pretexto ideológico (político) para una decisión puramente racial. «Sea como fuere –declaró en su momento–, debemos concatenar el bolchevismo a los judíos e impedir que, de repente, estos últimos se conviertan también en “antibolcheviques” y vuelvan a envenenar al victorioso nacionalismo de nuestro tiempo». Rosenberg era, según los autores del libro, un «criminal por convicción» que creyó en todo lo que predicaba hasta el final de sus días, también durante el confinamiento en Nuremberg.
Al terminar la Guerra fue detenido por el ejército de Estados Unidos y juzgado junto a otros jerarcas del nazismo. Le acusaron de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, participación en la preparación de una guerra de agresión y crímenes contra la paz. Tras ser declarado culpable, el 16 de octubre de 1946 se le aplicó la pena de muerte.
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