Ruta BBVA 2015
La expedición conquista la cima del Cañón de Chicamocha, el segundo más largo del mundo
Los «ruteros» superaron más de 9 nueve horas de una marcha dura bajo un sol implacable. Una caminata que culminó a 1.200 metros sobre el nivel del mar con un impresionante descenso en teleférico
Con el recuerdo del ascenso a Pueblito, la aldea kogui de la selva de Tayrona, todavía en sus espaldas, y algunas ampollas en los pies por el partido de fútbol improvisado de la noche anterior, los 174 expedicionarios de la Ruta BBVA 2015 comenzaban sobre las 8 de la mañana su marcha desde el campamento en Barichara con el objetivo de atravesar el cañón de Chicamocha , el segundo más largo del mundo después del de Colorado. Les esperaban entre nueve y 10 horas de caminata, de las cuales cuatro serían de ascenso, desde la vereda Villa Nueva hasta el municipio de Jordán, en Santander y, desde allí, a la Mesa de los Santos. Las altas temperaturas , el tiempo contrarreloj –había que llegar antes de las cinco al destino final para montar en el teleférico que atraviesa el cañón– y un sol implacable caracterizaron la jornada de la expedición más dura hasta el momento, que dejó algunas bajas pero también muchas sorpresas agradables. Ante ellos tenían un complicado y largo reto, pero a su favor contaban con la motivación de recorrer uno de los lugares más bellos e impresionantes de Colombia.
La ruta comenzó con un descenso, casi en vertical, que se alargó cuatro horas y media. El juego de colores de las peñas del cañón desde la ladera de Villa Nueva a primera hora de la mañana se movía entre diversas tonalidades brillantes de grises, amarillos y naranjas. Las montañas al otro lado se antojaban azuladas y verdes, con feroces cortes verticales por los que asomaban gigantescos bloques de piedras calizas. Este majestuoso lugar es un imponente mar sin agua de 108.000 hectáreas y 2.000 metros de profundidad . Hace 46 millones de años aquí hubo un inmenso lago que permitió la formación de cavernas y animales marinos. Por eso el camino estaba plagado de fósiles . Y todavía se pueden contemplar entre las oquedades de sus peñas pinturas rupestres de los indígenas guanes.
El camino discurría como una serpiente por una ladera del cañón hasta hasta la orilla del río Chicamocha, que, desde lejos, parecía un oasis. Sus aguas turbulentas no fueron un impedimento para los chavales, que se empaparon la cabeza y la ropa para aliviar el sofoco. Tras bordear el río durante unos 40 minutos, la expedición llegó a Jordán , un pequeño pueblo que apenas tiene un centenar de habitantes. Cerca de las 12:30 los termómetros marcaban 42 grados centígrados. El bochorno del sol que no daba tregua obligaba a los «ruteros» a rehidratarse cada diez minutos. Las pocas sombras que proporcionaban los soportales de la plaza principal fueron el mejor de los apeaderos para los expedicionarios, muchos de ellos ya exhaustos, que más tarde decidieron abandonar. Las pequeñas y resbaladizas piedras que componían la estrecha senda de la bajada habían causado varias lesiones de tobillo.
Ellos habían llegado sedientos, casi tanto como los habitantes de Jordán. La tormenta de la noche anterior había dejado sin agua corriente a todo el pueblo . «El acueducto que conduce el agua hasta Jordán está mal diseñado y siempre que llueve mucho se atasca», explicaba el dueño de la única tienda de ultramarinos del pueblo. «Desde ayer no tenemos agua corriente. Ocurre con mucha frecuencia, por desgracia. Ojalá mañana o pasado ya esté arreglado, porque mientras no nos podemos duchar y nuestras necesidades se acumulan en el retrete», añadía el tendero con resignación.
El esfuerzo y el calor generó un hambre voraz en muchos expedicionarios, que comieron el festín de carne y fruta que había traído la organización de la Ruta BBVA hasta la plaza principal. Una decisión irracional que después tuvo graves consecuencias para muchos de ellos. Apenas media hora después de la comilona, era hora de partir para llegar a la cima antes de que el teleférico cerrara y que se oscureciera el valle. La única fuente decorativa del municipio, que también tenía un agua poco cristalina, sirvió de último refresco para la expedición. Era la una de la tarde y el sol desprendía toda su fuerza . Los locales no salían de su asombro al comprobar que la expedición se disponía a partir rumbo a la Mesa de los Santos. «No suban ahora, es de locos con este calor. Mejor suban a partir de las 3 de la tarde», decían los mayores del pueblo. Y aproximadamente un tercio de los ruteros siguió este consejo: se quedaron en Jordán para partir más tarde en autobús hacia el teleférico. El resto siguió su camino pese a los obstáculos del clima .
Un puente colgante conectaba el pueblo con un camino construido por los indígenas. Este laberinto empedrado se convirtió durante la primera hora en un verdadero infierno para los «ruteros ». Las empinadas y constantes cuestas eran de vértigo. Las rocas desprendían todo el calor acumulado durante el día. Pocos minutos después de comenzar este complicado tramo comenzaron los tirones en los músculos y los cortes de digestión. El walkie-talkie de los médicos no paraba de sonar . Por mucho que los monitores trataban de mantener los grupos cohesionados, la cantidad de incidentes obligó a que los expedicionarios más fuertes cargaran de los macutos de los que se encontraban en mal estado.
La diferencia de altitud entre Jordán, que está a 400 metros sobre el mar , hasta los 1.200 donde se encuentra el teleférico, ocasionó algún que otro mareo. «Ahora sé lo que sienten mis amigos de la costa cuando vienen a visitarme a mi ciudad, que está en la montaña. Tengo mucha flojera, es complicado caminar así », decía una expedicionaria chilena mientras se tiraba casi desfallecida sobre su mochila durante el primer descanso. El ritmo hasta llegar a ese punto había sido muy intenso. Pero unos veinte minutos a la sombra, agua fresca y algo de azúcar sirvieron como revitalizante para todos. Era un punto de no retorno, y había que sacar fuerzas de donde fuera.
A partir de ese momento, pese al sudor y las lágrimas que alguno había derramado, la Ruta se hizo fuerte . Las nubes hicieron de parapeto con el sol y ayudaron a caminar con más soltura. Pronto se empezaron a escuchar las voces de algunos expedicionarios que no dejaron de cantar en lo que restó de camino. Cuando algunos casi no tenían aire para respirar, otros afinaban perfectamente todas las notas como si estuvieran tranquilamente de paseo. Su empuje sirvió para olvidar por unos instantes el cansancio acumulado .
Cuando Jordán ya casi era un pequeño punto en la base del cañón, comenzó a apreciarse el cableado del teleférico. Ya quedaba poco para la meta . Los expedicionarios lo sabían y sus piernas, lejos de detenerse por el cansancio, empezaron a tirar más fuerte. Tanto, que a pocos metros de la recta final comenzaron a correr pletóricos. Elena , una «rutera» murciana , tuvo el gesto de sacar las fichas de sus compañeras que no habían podido emprender la marcha por su lesión y capturar una imagen juntas en la cima. «Hubo un momento en el que quise abandonar, pero vi sus fotos y decidí seguir adelante, por ellas», cuenta la joven, emocionada.
La mejor de las recompensas se la regaló el cañón que les había robado las fuerzas horas antes. El sol que tanto complicó la marcha se fundía entre las montañas hasta desaparecer. Una maravilla de la naturaleza se desplegaba ante sus ojos. El cansancio solo era parte del recuerdo de un día en el que habían superado sus propios límites. Ellos solo repetían: « El esfuerzo ha merecido la pena ».
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