ruta bbva 2015

«Los indígenas y los afroamericanos estamos condenados al racismo en Colombia»

Los expedicionarios de la Ruta BBVA profundizan sobre conflicto armado y la discriminación que sufre el país a través de los testimonios de dos jóvenes que lo vivieron en primera persona y cómo la música logró reconducir sus vidas

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marta r. domingo

Poco después de superar un cáncer, Beatriz Pedro-Viejo tomaba un avión en Madrid rumbo a Colombia. Allí conoció a Johnathan Pérez, indígena huitoto, que fue reclutado forzosamente en Villavicencio para participar en combates contra la guerrilla.

Mientras, en la otra punta del país, el afrocolombiano Carlos Sánchez se veía obligado a huir desde su ciudad natal , Río Munguidó, hasta Quibdó, en el departamento de Chocó, por la irrupción de los grupos armados.

Pocos meses después era Aldara Velasco (expedicionaria de la Ruta Quetzal 2000) quien, tras pasar una complicada enfermedad, decidió viajar hasta la Amazonía colombiana para dar un giro radical a su vida. La confluencia de sus trayectorias, aparentemente opuestas, fue la música. Colombia fue la intersección de sus caminos. Fue su tabla de salvación, su modo de reconciliarse con la vida.

Ambas jóvenes, violinista y violista respectivamente, se embarcaron en un proyecto de la Fundación Batuta, financiada con fondos gubernamentales, con la que enseñaron música en diversas comunidades colombiana s marcadas por la guerra o la exclusión social.

«La música es parte de la cultura, de la identidad cultural de cada ser humano. A través de una educación musicosocial esa persona va aplicando lo que ya sabe, va rescatando lo que tiene dentro, lo que le contaba su comunidad y nosotros, a través de la música, podemos sacar todo eso y darle forma», explica Pedro-Viejo.

Tras varios años de trabajo en la Fundación, convencidas del poder transformador de la música, han decidido lanzar su propia plataforma REDOMI (Red de Organizaciones Músico-sociales de Iberoamérica), para llevar esta idea a países donde no existe.

El proyecto permite que los niños de estos colectivos aprendan a tocar un instrumento -prestado por la organización- para tocar en una orquesta. «Somos pocos profesores para tantos alumnos. Tuvimos que cambiar de mentalidad porque, al principio, queríamos atenderles a todos de forma individual. Después nos dimos cuenta de que los profesores somos todos. Un niño aprende una nota y se la enseña a otro», cuenta Aldara Velasco.

Una experiencia que los propios jóvenes de la Ruta BBVA han podido comprobar no solo en su propia piel -ya que los «ruteros» de 21 países han formado su propia banda sinfónica -, sino también de la boca de los dos alumnos que acompañaron a las españolas durante una charla en Barichara.

Guerra «lucrativa»

El poder de las bandas armadas era total en la región donde vivía Carlos Sánchez. «Si querían presionar al gobierno, cortaban las dos carreteras que conectan la región con el resto y secuestraban a varios de los nuestros», cuenta el joven, que ha logrado licenciarse en inglés y francés.

«La gente en el Chocó habla en un tono de voz bajo y temeroso. No dicen guerrilla, sino 'los señores', 'los dueños del mundo' o 'los muchachitos'. Ellos son los que hacen la ley ». «No entré en el negocio de las drogas por observar el trabajo duro de mis padres y gracias mi propio trabajo con la música. Solo así aprendí a diferenciar lo que me convenía», agrega Sánchez, que domina el contrabajo gracias a las clases que le dio Velasco.

No obstante, es consciente de la gran discriminación que aún sufren los colombianos con ascendencia africana. «Hemos sido olvidados y marginados sistemáticamente». De hecho, por no disponer de la libreta militar, no puede ejercer su profesión de traductor y debe trabajar como mototaxista.

« Los indígenas y los afroamericanos estamos condenados al racismo, la marginación y el analfabetismo en Colombia». Su visión es que «la guerra es muy lucrativa» y si se hace una inversión tan alta en combatirla «es porque se gana mucho con ella, ya que las empresas luchan por no quebrar».

Junto a Sánchez, está Johnathan Pérez, con el que no comparte el tono de piel, pero sí la pasión por la música. Pese a su corta edad -el año pasado alcanzó «la mayoría de edad indígena» (25 años)- tuvo que luchar contra su voluntad para combatir la guerrilla . «Los indígenas somos muy apetecidos por el Ejército por nuestro conocimiento de la selva, porque no enfermamos y tenemos una adaptación fácil a diversos ambientes», dice Pérez, que tuvo que sentarse en el banquillo de los acusados en un tribunal militar por deserción tras ser herido. Se salvó de la prisión a cambio de recibir una tarjeta militar de inferior clase a la merecida.

El joven expresa la inconveniencia de la paz para los pueblos autóctonos, ya que si se alcanza llegarán « las multinacionales por la riqueza del suelo » en que viven.«Las multinacionales no vienen por temor a la guerrilla. Y si habiendo temor nos asesinan y desaparecen a gente en el territorio, ¿qué no harán cuando no esté? ¿De qué tipo de paz estamos hablando?».

«Los indígenas y los afroamericanos estamos condenados al racismo en Colombia»

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