Ruta BBVA 2015
El «rutero» que rompió las barreras de la discapacidad al cruzar la selva en Tayrona
En el plano más aventurero, la expedición se adentró en el Parque Nacional más importante y espectacular de Colombia para poner a prueba su fortaleza física y mental
Un camino de luciérnagas esmeraldas tintinean con fervor a ambos lados del camino que conduce a la entrada al parque Nacional de Tayrona , en la costa norte de Colombia. "¿De qué color son?", pregunta Adrián Rincón, uno de los 174 universitarios que participan en la Ruta BBVA 2015 . No puede ver los hermosos destellos de estos invertebrados ni la imponente verticalidad de las montañas que emergen frente al Caribe, pero con él está Virginia, su inseparable monitora que le brinda con sus descripciones lo que sus ojos no alcanzan a ver.
Ella y la curiosidad infinita del joven componen un sustitutivo perfecto al sentido que perdió cuando tenía doce años. Su discapacidad no es durante la jornada más dura de la Ruta por Colombia una barrera para llegar al cabo San Juan de Guía. Al contrario, es, según sus palabras, una «liberación».
Apenas amanece cuando Salvador Lucio, el titiritero de la expedición, hace el redoble de tambores que anuncia el arranque del día en el que los «ruteros» tendrán que romper el límite de su fortaleza física y mental, especialmente Adrián. Embadurnado en repelente de mosquitos de arriba a abajo, vestido con pantalón desmontable y botas de montaña , el joven camina por la playa hacia el interior de la selva con las manos sobre los hombros de su monitora.
A los 174 «ruteros» les esperan más de ocho horas de caminata en incómodas circunstancias. Con un 70% de humedad y bajo un sol implacable, ascienden hacia el cabo por una estrecha senda dificultados por la cantidad de rocas empinadas que la riegan. Durante todo el recorrido tienen que sortear obstáculos por tierra y aire.
El objetivo es llegar a la cima a más de 3.000 metros de altitud. Allí se alza Pueblito, una vetusta aldea de los Kogui , la primera tribu que pobló estas salvajes y mágicas tierras a partir del siglo V. Allí permanecen intactas pretéritas edificaciones ceremoniales, almacenes, casas, plazas y caminos empedrados conectados entre sí.
Adrián multiplica las capacidades de sus cuatro sentidos hábiles para aplacar la ausencia del quinto. Una carencia que se ni se percibe. Es capaz de dibujar las rocas del camino solo con pasar el pie por encima. Pisa fuerte. Con seguridad. Apenas titubea cuando ejecuta las precisas indicaciones de su monitora. «Estoy disfrutando. Aquí estoy sintiendo olores, sabores y sensaciones nuevas . Aquí no hay contaminación, ni ruido, ni coches. Te sientes más libre», destaca cuando la marcha lleva unos 11 kilómetros, mientras bebe un trago de su cantimplora.
Es cierto, no puede ver la paleta de azules cristalinos que tiñen las aguas caribeñas. Tampoco puede observar las retorcidas lianas que penden casi desde el cielo y que prácticamente se juntan con las gruesas raíces de los arboles. No puede atisbar la vorágine de la selva ni las tortuosas sendas que se pierden entre la maleza . Pero él logra comunicarse con el bosque animado de muchas otras formas. Su imaginación trabaja para esbozar esas figuras en su cabeza.
La subida se alarga dos horas porque el calor asfixiante obliga a rehidratarse una y otra vez. También hay alguna que otra deserción, pero ninguno de ellos es Adrián. El descenso, por el contrario, es acelerado porque el baño en la playa tropical espera y las ganas de refrescarse apremian. Además, a las seis de la tarde comienza a oscurecer.
Los largos en la playa sosiegan ampollas, rozaduras y el cansancio general. Pero esto es solo un descanso. Todavía queda regresar al campamento , unas tres horas más a pie. Quizá las más largas de la caminata.
Cuando cae la noche a través de la espesura de la selva se observan cientos de estrellas tintineantes. Sobre la tierra se ve una hilera de luces caminando sin cesar. Adrián y los suyos entran en el campamento tras doce horas intensas y exhaustas formando una luciérnaga gigante con sus luces frontales. Esta vez, quienes hacen preguntas a sus monitores para orientarse son sus compañeros. A oscuras todos somos iguales. Menos Adrián, que incluso de día también demostró que es excepcional.
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