Qué pasó hasta que Alicia cayó en la madriguera
Cuando se cumplen 150 años de la creación del cuento de Lewis Carroll, la Morgan Library disecciona la génesis y los protagonistas -reales y ficticios- de «Alicia en el país de las maravillas»
En Brooklyn aún quedan rastros del primer desembarco de «Alicia en el país de las maravillas» en EE.UU. Siguen en pie los dos edificios que en su día acogieron las imprentas de la editora McLoughlin Brothers en la calle South 11th, en uno de los reductos industriales de Williamsburg, un barrio ahora colonizado por financieros de Wall Street y creativos con dinero. Mcloughlin lanzó a la imprenta en 1890 una edición muy popular del cuento de Lewis Carroll . Antes lo había hecho una editora vecina, Appleton, que ocupaba un lote por el que ahora pasa la autopista Brooklyn-Queens y que se hizo con un cargamento de la primera edición del libro infantil, desestimada por Carroll por la baja calidad de la impresión de los ilustraciones. El nacimiento editorial de «Alicia», por lo tanto, fue casi simultáneo en Reino Unido y en EE.UU.
La génesis del popular relato, su concepción y sus personajes, son una historia diferente. La Morgan Library , al otro lado del East River, en Manhattan, los disecciona en una exposición diminuta como la madriguera por la que se precipitó Alicia, pero que despliega un mundo de recuerdos, secretos, anécdotas e imágenes relacionados con el cuento. La muestra celebra el 150 aniversario de la publicación de «Alicia en el país de las maravillas» con decenas de cartas, dibujos, ediciones raras, fotografías de la época, objetos personales y un tesoro proveniente de la British Library: el manuscrito original del cuento.
Es una suerte que Charles Lutwidge Dodgson -ese era el verdadero nombre de Lewis Carroll- fuera un pionero de la fotografía, además de diácono en Oxford, matemático y autor de cuentos y divertimentos infantiles. La muestra arranca con imágenes que el autor tomó de sí mismo y, sobre todo, los retratos que ejecutó de la pequeña Alice Liddell, la niña a la que imaginaría en su mundo de fantasía. Carroll había comprado una cámara Ottewill en 1856. Una tarde, mientras estaba en los jardines de Oxford tomando imágenes, aparecieron las hermanas Liddell -Lorina, Alice y Edith-, hijas de Henry Liddell , el decano del Christ Church College, donde Carroll trabajaba como profesor. Alice se convertiría en su favorita, y la retrató disfrazada de «reina de mayo», en grupo junto a sus hermanas, en una deliciosa instantánea de perfil o con ropajes de mendiga, descalza y con los hombros a la vista -una imagen que ha despertado décadas de especulaciones sobre la naturaleza de la inclinación de Carroll por la niña-.
Además de ponerle cara, la exposición recompone el universo de Alice con cartas y postales de su puño y letra a su padre y objetos de su infancia: un precioso bolso de cuero blanco, el sello de sus cartas, sus libros de rezos y un anillo de oro y rubíes.
En una de las vitrinas, uno de los trece cuadernos que Carroll utilizó para su diario personal está abierto en la fecha 4 de julio de 1862. «Duckworth y yo hicimos una expedición por el río hasta Godstow con las tres Liddells», anotó aquel día. Al año siguiente, volvió al diario para añadir que ese día fue la primera vez que contó el cuento de Alicia.
Duckworth era un compañero de Carroll en el Christ Church College y aquella tarde de verano remaron con las tres niñas en un bote por el Támesis. Las pequeñas exigieron un cuento, y Carroll arrancó con su heroína «cayendo por una madriguera nada más empezar, sin tener la más mínima idea de qué pasaría después ». El relato evolucionó durante la excursión y, al final del día, Alice, que entonces tenía diez años, pidió una copia por escrito del cuento. Al día siguiente, Carroll partió en tren hacia Londres, y en ese viaje de dos horas escribió el arranque del relato. Tardó otros tres meses en acabar un borrador, y mucho más en satisfacer el requerimiento de Alice. Por fin, en noviembre de 1864, le entregó el manuscrito a la niña, con una escritura prolija y 37 ilustraciones ejecutadas por el propio Carroll que ahora se pueden disfrutar en este pequeño museo neoyorquino.
En el proceso, el autor se decidió a publicar la historia, lo que consiguió hasta el año siguiente, con la primera edición a finales de junio de 1865. El 4 de julio de ese año, en el tercer aniversario de la excursión en bote, le entregó la primera copia del cuento a Alice.
Casi tan importantes como el universo de fantasía que imaginó Carroll son las ilustraciones que acompañaron al libro, con la firma de John Tenniel . La exposición reconstruye cómo los dibujos evolucionaron de las ilustraciones originales de Carroll -en las que se basó Tenniel-, a los primeros borradores, hasta el producto final, con personajes y dibujos -el conejo blanco con reloj de pulsera, la Reina de Corazones , el gato de Cheshire- que forman parte de la iconografía popular.
Estas ilustraciones impecables -y que fueron una clave del éxito inmediato que logró «Alicia en el país de las maravillas»- son el mayor gozo visual para una exposición que, como el cuento de Carroll, transita entre la ficción y la realidad.
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