Un museo en mitad del mundo

Abierto en 1997, el Museo del Canal Interoceánico sirve de puente entre distintas generaciones y culturas

Un museo en mitad del mundo abc

manuel lucena giraldo

Existe un país en Iberoamérica donde la moneda nacional lleva con orgullo el nombre de un conquistador español. En Panamá, los bienes y servicios se comercian en Balboas . Estos circulan en monedas panameñas de cantidad menor a un dólar y denominan también los billetes estadounidenses. Su materialidad es lo de menos, pues excepto para extranjeros y despistados los dólares en Panamá se llaman Balboas. A alguno podría parecerle anecdótico, pero no lo es en absoluto. En 1856 Jack Olivie r, un soldado estadounidense borracho, se negó a pagar cinco centavos por una tajada de sandía al panameño José Manuel Luna.

La r evuelta consiguiente ha pasado a la historia como la primera de las muchas que protagonizaron los naturales del istmo contra sus vecinos del norte, que, desde 1903, consumada la independencia de Colombia , fueron además soberanos en el territorio sobre el cual se construyó el canal interoceánico, abierto once años después. En aquella zona desgajada de Panamá, los estadounidenses vivieron bajo las leyes del estado de Louisiana, tuvieron sus propias escuelas, cuarteles, supermercados y aeropuertos y practicaron largo tiempo un ominoso racismo legal.

Soberanía estadounidense

Décadas más tarde, el 9 de enero de 1964, un grupo de estudiantes del Instituto Nacional se propuso izar la bandera panameña en la Escuela Superior de Balboa , situada en la zona del canal. En el enfrentamiento y disturbios posteriores se produjeron 22 muertos, por lo que celebran en esa fecha el día de los mártires. La enseña utilizada aquella jornada grandiosa y trágica se custodia en el Museo del Canal Interoceánico, una vez realizada en España, con la colaboración del Museo de América, una primorosa restauración. Mientras la zona del canal estuvo bajo soberanía estadounidense, hasta el 31 de diciembre de 1999, no hubo una institución ni remotamente similar. Su apertura dos años antes marcó un hito indisociable de la victoria en la lucha por la recuperación del canal que constituyó el hilo conductor del siglo XX panameño.

En su espléndido edificio , diseñado por el alsaciano George Loew, estuvo situado primero el Grand Hôtel. Fue comprado posteriormente por el Conde Ferdinand de Lesseps, para instalar allí las oficinas de la Compañía universal del canal interoceánico, el llamado «canal francés». Este aportó valiosas lecciones pero acabó por fracasar, pues la opción por un tránsito de los barcos a nivel, como en Suez, se mostró inviable. Podríamos conjeturar que el Mediterráneo a fin de cuentas no es el Caribe, pero en Panamá es difícil combatir los postulados del determinismo geográfico.

Exposiciones

Ciertamente, como ha mostrado la admirable administración realizada por los panameños desde que se hicieron cargo de su canal, la vía acuática resume una experiencia y cultura propia, pero también global. De todo ello da buena cuenta el museo, que constituye un curso acelerado de lo que llaman con toda propiedad «historia patria». Entre las exposiciones permanentes, destacan las dedicadas a la vida material, los ingenieros que lograron vencer el temible corte Culebra, el canal bajo manos estadounidenses, hasta la firma del tratado de devolución Torrijos-Carter de 1979, sistemas constructivos, telecomunicaciones y economía.

También las hay temporales , algunas tan excelentes como las dedicadas a la ciudad hispanoamericana, la era de los descubrimientos, China, Gaudí, o el sueño panameño del pintor francés Paul Gauguin , que pasó por allí en 1887 camino de Martinica y más tarde el Pacífico, donde calmó para siempre su ansiedad. Quizás se encontró en algunas calles panameñas, o en el tajo en el que se tuvo que meter para sobrevivir, con algunos emigrantes españoles. Como aquellos que aparecen en diferentes fotografías y estampas coloreadas , con aspecto entre compungido y desdeñoso.

Justicia y memoria

Los gallegos que comen junto a las traviesas de un tren que pone «US» en cambio miran con descaro a la cámara, pues saben que están pasando a la posteridad y presumen, nunca se sabe, que hasta pueden saber de ellos en su r emota y querida aldea . Junto a chinos, antillanos, europeos, africanos y gentes de todos los orígenes, el museo constituye en este sentido un acumulado de experiencia humana.

Los fotografiados en aquellos cortes de basalto y otras rocas feroces parecen titanes decididos a llevar a la práctica la definición que se hizo de la ingeniería en la España del siglo XVIII, «remediar con el arte los defectos de la naturaleza ». En aquellas tierras tropicales, ello equivalió a controlar la fiebre amarilla y la malaria, que mataban a los trabajadores por miles. Además, la obra requirió una administración militar muy exigente . Que un siglo después la participación española haya sido fundamental en la ampliación de esta obra-mundo, constituye un acto de justicia y de memoria.

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