El origen de los insultos más populares
La etiqueta más peligrosa de la delincuencia
Aunque ser un soplón puede tener sus ventajas, es conveniente no ser descubierto...
En el peligroso mundo del hampa ser un soplón puede tener sus ventajas, aunque en caso de ser descubierto los riesgos pueden desequilibrar la balanza. Es por ello que conviene guardar las espaldas y procurar que paradójicamente nadie se vaya de la lengua y delate a nuestro protagonista.
Pancracio Celdrán, autor de la obra «Inventario General de Insultos», explica que el soplón es un «chivato; acusica y delator; sujeto que se va de la lengua por conveniencia suya, sin importarle el daño que pueda reportar con su conducta a un tercero». Además bucea en el origen del término: «es voz derivada del verbo 'soplar', en su acepción de sugerir, acusar en secreto y cautelosamente, delatar».
Lope de Vega, en su entremés El letrado, pone en boca del rufián Perote la siguiente explicación:
Garfio (llaman) al corchete; a las esposas, guardas;
a los presos antiguos, abutardas;
al alcalde, prior; torno al portero;
herrador de las piernas, al grillero;
a los tres ayudantes, monacillos;
abanico, al soplón; trampa, a los grillos...
En El Tesoro de la lengua castellana (1611), Sebastián de Covarrubias registra el término de la siguiente forma:
Soplar a la oreja es dar aviso secretamente de alguna cosa, de donde se dixeron soplones a los malsines.
El dramaturgo barroco del Siglo de Oro, Agustín Moreto, utiliza coetáneamente el vocablo:
...un alguacil y un soplón
me andan de noche buscando,
con intento de que yo
confiese culpas ajenas.
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