El origen de los insultos más populares

El aviso de Galdós para evitar un vecino cotilla

El moscón presume de ignorancia para buscar de forma reiterativa la información que desea

El aviso de Galdós para evitar un vecino cotilla JOSÉ LUIS ORTEGA

A. S. MOYA

Mientras el mundo gira sin aparente importancia, los rumores y las habladurías siguen siendo la principal contrapartida del aburrimiento. Dependiendo de la persona que lo tenga, el tiempo libre puede ser muy dañino, toda vez, que en un planeta conectado de punta a punta, la diversificación del fisgoneo es hoy una realidad. Si las moscas son inevitables pero visibles, los moscones avanzan posiciones de tal forma que van tejiendo una red sin que la víctima haya tenido oportunidad de percatarse.

En esta línea se mueve Pancracio Celdrán, padre de «El Gran Libro de los Insultos», publicado por la editorial La Esfera, quien ve al aludido como un «sujeto inoportuno y pelmazo que da constantemente la lata con el mismo tema, y termina saliéndose con la suya y logrando lo que persigue, murmurando sin cesar entre dientes aquello que sabe que va a molestar a quien lo escucha; individuo que con terquedad y astucia consigue lo que se propone, fingiendo a menudo ignorancia, o haciéndose el tonto».

El célebre Benito Pérez Galdós emplea el vocablo así en su obra Miau (1888):

Al bajar de la visita echaba siempre una parrafada con los memorialistas a fin de sonsacarles mil menudencias sobre los del cuarto: si pagaban o no la casa, si debían mucho en la tienda... si volvían tarde del teatro, si la sosa se casaba al fin con el gilí de Ponce, si había entrado el zapatero con calzado nuevo... En fin, que era una moscona insufrible, un fiscal pegajoso y un espía siempre alerta.

Y es que, como avisa Celdrán, «peores consecuencias tiene el término moscón referido a la mujer, ya que decimos moscona a la que es descarada y sinvergüenza». Por ejemplo, en Cantabria «llaman así a la hembra desvergonzada y pícara».

Tomás Carrasquilla, en La marquesa de Yolombó (1928), hace este uso del apelativo:

¡Qué ofuscamiento el de Doña Engracia! De pronto hace señas y salen al corredor los tres viejos y el moscón de Proto, siempre en cobijo.

El aviso de Galdós para evitar un vecino cotilla

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