Los imbéciles políticos que invadían el pensamiento de Ortega y Gasset
«Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil», escribió el filósofo, cuyo adjetivo final no fue utilizado como insulto hasta mediados del siglo XIX
Ya lo avisaba el célebre Manolito Gafotas cuando le tocaba hablar de su hermano. «El Imbécil», con su inseparable chupete, aún hoy sigue conquistando a todos aquellos osados que deciden sumergirse en sus páginas. No obstante, si la realidad supera a la ficción, es preciso afirmar que pocas veces nos encontraremos con un imbécil tan afable. Más bien, ninguna. Ya que el apelativo sirve para señalar al individuo que aúna dos cualidades indispensables: ser estúpido y tener mala leche.
Tal y como señala Pancracio Celdrán en «El Gran Libro de los Insutos», publicado por la editorial La Esfera, la ofensa alude también del sujeto que con su malasombra y mala baba acarrea problemas y causa daño. Un tipo alelado y débil mental, escaso de razón, que empezó a ser nombrado así desde principios del siglo XVI.
Sin embargo, fue el mallorquín Ramón Llul a finales del XIII en sus Proverbis quien usa el término de forma conceptual:
'Imbécil es el asno que anda muy cargado y que pretende correr'.
Su origen etimológico deriva del latín imbecillis (débil). «Flojedad que trasciende al espíritu, en cuyo caso el imbécil es un cretino, cabeza hueca, disminuido en su facultad de pensar. El Diccionario de Autoridades (1726) acentuaba la palabra en la sílaba última: imbécil, y no le daba otro significado que el que tenía en latín», resume el autor.
Covarrubias dice en su Tesoro (1611) referido a la mariposa:
Es un animalito que se cuenta entre los gusanitos alados, el más imbécil de todos los que puede aver. Tiene inclinación a entrarse por la luz de la candela, porfiando una vez y otra, hasta que finalmente se quema. Y por esta razón el griego le dio el nombre piraustes (…) Díxose mariposa, quasi maliposa, porque se assienta mal en la luz de la candela donde se quema.
A pesar de su largo recorrido, Celdrán explica que no fue voz utilizada como insulto hasta mediados del XIX, por contaminación semántica del francés, lengua en la que el término tenía las connotaciones modernas.
Serafín y Joaquín Álvarez Quintero escriben a principios del siglo XX:
Mira el malaje; mira el mal hombre. ¡Quién nos lo iba a decir! ¿Quién podía pensar que a la chita callando, eso es lo que de verdad era, eso: un imbécil...? ¡Vivir para ver!
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