cultura
Bethlem, el arte de las mentes heridas
El hospital psiquiátrico de Londres, el más antiguo del mundo, abre un gran museo con obras de sus pacientes
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Está a media hora en tren del centro de Londres, cara al Sur. Te apeas en una estación sencilla, casi rural. Una calle mayor de pocas viviendas, con un acogedor hotel-pub. Una caminata de un cuarto de hora, entre casitas inglesas de película de James Ivory, y llegas a una enorme finca, casi un jardín bucólico, salpicado de villas de ladrillo rojo. El portón está abierto de par en par. Pero en la fachada hay un nombre que impone, porque tiene su trastienda, tantas veces amarga: Bethlem, el hospital psiquiátrico más antiguo del mundo. Más de 760 años de historia continua, con un pasado que funde filantropía y curaciones con el eco lacerante de muchos espantos.
Hoy el sanatorio acoge a 300 pacientes, divididos en 20 salas, y es una institución ejemplar, de referencia en el tratamiento de las enfermedades mentales. Ayer abrió al público su nuevo Museo de la Mente, un edificio rehabilitado tras una inversión de 5,4 millones de euros. Las salas exponen las obras de pacientes de Bethlem y tampoco ocultan las sombras de su historia. «El arte te da poder y libertad», resume uno de los pacientes que pintan. «El arte cura… o ayuda a la curación», añade una responsable del centro.
El fino pintor victoriano Richard Dadd es el paciente de Bethlem de mayor reputación artística. Hasta los primeros Queen eligieron el título de su mejor cuadro para una de sus canciones. En una travesía por el Nilo en 1842, Dadd comenzó a asegurar que era la reencarnación del dios Osiris. Lo achacaron a un golpe de calor. Pero de vuelta a Inglaterra mató a cuchilladas a su padre, en quien veía al diablo. Padecía esquizofrenia paranoide y vivió 20 años en Bethlem. Allí los médicos lo animaron a seguir ante el caballete.
Behtlem se fundó en 1247 en la City de Londres. Una casa de acogida para caballeros de las Cruzadas, asociada a la Iglesia de Santa María de Belén. En el siglo XIV se convierte en hospital y en el siguiente ya se especializa en enfermos mentales, con unos 20 internos. Desde entonces en el habla popular siempre será conocida como Bedlam (casa de locos).
En el siglo XX la psiquiatría sufrió una feliz revolución, con nuevos fármacos y un mejor conocimiento del funcionamiento del cerebro. Pero hasta llegar ahí el principal tratamiento de Behtlem fue durante largo tiempo encadenar a los enfermos con grilletes y camisas de fuerza. Están presentes en las vitrinas del museo, que no esconde la parte cruda. Por ejemplo, expone una hucha que invita a «rezar y dar limosna para los pobres lunáticos».
En contra de lo que se cree, Behtlem fue desde siempre una institución en la que se intentó curar. En el siglo XVII se cree que restablecían un 30% de los enfermos. Otros se pasaban allí 20 años. En 1680 se comenzaron a prescribir baños helados y calientes. El siglo XVIII se impuso un tratamiento atroz, el de la época: «Purgas, vómitos y sangrías». En el XIX entró en boga la terapia de la distracción para los males de melancolía, con bailes incluidos.
Una de las estancias del Museo de la Mente muestra los cuadros de Bryan Charnley. Recorrer su obra conmueve y destempla al visitante. El viaje alucinado al epicentro de una mente rota. Estudiante en los sesenta en una escuela de arte, sufrió una severa crisis nerviosa que cambió su vida. Se le diagnosticó esquizofrenia y el resto de su biografía fue un trasiego por consultas y hospitales. Llegó a exponer en una galería de Covent Garden y a su muerte sus cuadros han llegado a la Galería Nacional de Retrato. Pero en vida se sintió fracasado y se suicidó en 1991, después de que su pareja se tirase por una ventana. Desde 1982 solo pintaba el interior de su cabeza: su enfermedad.
«Para muchos Bethlem es aquel lugar donde se cobraba entrada para pasar a reírse de los locos. Pero eso no ha sido la única verdad. Hay mucho más en la historia del hospital y su colección», explica la comisaria del museo, Victoria Northwood. Es cierto. Varias obras son magníficas, inapelables. Otras tienen el valor del testimonio: como una caricatura que satiriza el cachondeo del último control nocturno en una galería antes del toque de sueño.
Trabajos increíbles
Behtlem intercambia obras con otros sanatorios europeos y ayuda a los pacientes a contactar con galerías de arte. «Los enfermos hacen trabajo increíbles. Unos ya habían sido artistas toda la vida. Otros lo han descubierto aquí», explica Victoria.
El hospital se ha mudado cuatro veces de solar en su historia. Su ubicación actual data de 1930. Antes estaba en el centro, con fachadas monumentales y sórdido interior, con celdas de reclusión y galerías comunes. El edificio al que se trasladó en 1815 era tan lujoso que el inmisericorde gracejo popular lo apodó “El Palacio de los Locos”. Hoy sigue al servicio de otra forma de locura, la de la guerra, es la sede del Imperial War Museum.
¿Es fácil recalar en Bethlem? Más de lo que solemos pensar. Según el Servicio Nacional de Salud, 300 de cada mil británicos sufren problemas mentales cada año, 102 son diagnosticados como enfermos, de los que 24 pasan al servicio de psiquiatría y seis son ingresados en psiquiátricos.
En la escalinata de entrada del museo, dos grandes esculturas victorianas rescatadas del viejo Bethlem dan la bienvenida, se llaman la Melancolía y el Desvarío. Dos varones tumbados y desnudos, retorcidos en sus raros humores y esculpidos por Cayo Gabriel Cibber. Los custodios del acceso a unas salas que cambian a quien las visita.