en busca de una idea de españa

Herrera Oria y la revisión constitucional

Fiel a la República pero no a su sectarismo, supo movilizar a la derecha católica dentro de la ley y ajena a cualquier sedición

Herrera Oria y la revisión constitucional abc

fernando garcía de cortázar

Pertenecía a la generación de Azaña y Ortega, la que rondaba los treinta años de edad cuando dio comienzo la Gran Guerra y, con ella, la quiebra de un mundo formado en el constitucionalismo del siglo XIX. Mientras sus dos grandes coetáneos cruzaban los territorios del reformismo regeneracionista hasta desembocar en la revolución republicana de 1931, Ángel Herrera Oria dedicó su notable capacidad organizativa y su indiscutida lucidez estratégica a configurar los fundamentos sociales y políticos de una nueva derecha católica. La constitución de una elite de propagandistas resultó necesaria, pero insuficiente, cuando España entró en un ciclo histórico caracterizado por la irrupción de las masas.

Al llegar la crisis de la Monarquía y abrirse el tiempo del régimen del 14 de abril, Herrera programó las tareas que habían de realizarse en etapas sucesivas. La primera de ellas era el ofrecimiento de un grupo dirigente que se ponía al servicio de España, prescindiendo de la forma de gobierno que tomara la nación. Escandalizó a muchos, pero convenció a muchos más, el imperativo de tender la mano a un gobierno en el que se tenían pocas esperanzas, pero que por cuestiones de principio, debía ser acatado o, incluso, desautorizado, en caso de que determinados valores fundamentales no fueran respetados por la joven República.

Tales ideas, expuestas en el teatro de la Comedia de Madrid el 12 de junio de 1931, en el primer acto público de Acción Nacional, justificaban la obediencia al poder constituido, pero siempre teniendo bien en cuenta que los hombres situados en el ejecutivo «no forman un comité político, sino el Gobierno Provisional de una gran nación. Son el Gobierno de todos los españoles y deben amparar a todos los que quieran vivir dentro de la ley establecida». Ese gobierno de todos había de permitir que quienes se integraban en un gran movimiento de acción ciudadana, como quiso denominarlo Herrera, sostuvieran convicciones irrevocables, que identificarían a una derecha dispuesta a la convivencia, pero necesitada de la clarificación de sus principios esenciales. El reconocimiento de la Iglesia como sociedad soberana e independiente; la defensa de la patria entendida como «deber de fidelidad a nuestra tradición y a nuestra vocación histórica»; el mantenimiento del orden dentro de la justicia y la ley; el reformismo social inspirado en la renovación ideológica iniciada por León XIII; el respeto a la propiedad limitada por el bien común.

En torno a estos principios, Herrera había aceptado ser candidato en las elecciones de junio: «Mis propósitos no son en modo alguno los de sumar mis modestísimas fuerzas a ninguna clase de obstrucción contra la obra del Gobierno». Por el contrario, los hombres de Acción Nacional habían de ayudar a la Asamblea constituyente, a «la empresa sobrehumana que la realidad le pide con prisa: la formación de la Constitución española, que solo será viable si es obra de todos e hija de una honrada transacción entre las distintas tendencias».

Ángel Herrera Oria no ganó su escaño en las elecciones constituyentes, y, tras la aprobación de la Carta Magna republicana, criticó el rumbo sectario del gobierno en todas aquellas cuestiones sustanciales. Era urgente congregar las fuerzas de la derecha para comprometerlas en la campaña de revisión constitucional. El 21 de diciembre de 1931 comenzaba una nueva fase en la agrupación política de los católicos españoles. Aquel día, en el teatro Apolo de Valencia, Herrera volvió a afirmar la doctrina pontificia del acatamiento al poder constituido pero puso un mayor énfasis en el riesgo de desobediencia que entrañaba un sistema transgresor de libertades y derechos fundamentales. Condenó el uso de la violencia pero ensalzó la firmeza ante la persecución de unos católicos españoles que habían manifestado su lealtad a la República, fueran cual fuesen los sentimientos personales que albergaran respecto de la Monarquía. El gobierno debía ser acatado «porque representa a toda la comunidad» y a los partidos en el poder había que recordarles que «son cabeza de la nación entera; que, ante ellos, todos los ciudadanos son súbditos merecedores de igual trato».

Nada de golpismo

En aquel instante decisivo, Herrera trazó la estrategia que el catolicismo político habría de mantener a lo largo de toda la etapa republicana. Nada de sediciones , golpismo o conspiración: «Todo lo contrario: se ha erguido una multitud enorme de ciudadanos, que actúan como ciudadanos y se colocan en el terreno de la legalidad». Esa movilización de masas era la que inquietaba al republicanismo y al socialismo más sectario porque despertaba la conciencia de millones de españoles que se mantenían en el terreno de la ley. Negando una Constitución nacida muerta, por su inspiración en textos radicales, la campaña revisionista había de impulsar la unión de las derechas que tomaría cuerpo con los principios irrenunciables de Acción Nacional. Principios básicos y, además, capaces de unir a los católicos españoles, cuyos objetivos no debían ahora sacrificarse a un debate sobre la forma de gobierno. «Lo principal son España y la Iglesia, atacadas a fondo por el socialismo, al servicio de las logias. Si os declaráis monárquicos o republicanos, vendrá primero la división del bloque, y, después, la guerra civil entre nosotros».

La estrategia de Ángel Herrera orientada a despertar la conciencia nacional dormida y a movilizar una mayoría social paralizada, empezó muy pronto a rendir sus frutos. La campaña por la revisión de la Constitución enarboló por todos los rincones del país una idea de España que el republicanismo gubernamental se había empeñado en ignorar o perseguir. Lo que comenzó siendo mera llamada a una tolerancia moderna y democrática, fue a partir de diciembre de 1931 convocatoria de una parte de los españoles, cuyas creencias e instituciones fundamentales habían de defenderse contra el sectarismo. Aún quedaba tiempo para la tragedia definitiva. Pero, poco antes del primer aniversario del nuevo régimen, lo que debía haber sido convivencia normal entre españoles de distinto signo ideológico empezaba a dar paso a la agrupación de quienes tenían formas excluyentes de entender España.

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