la larga guerra del siglo xx. La guerra fría (XLVIII)

Británicos y franceses serían en 1956 los grandes perdedores de la Guerra del Canal

Israel logró todos sus objetivos y la campaña convirtió a Nasser en indiscutible líder de los árabes y del Tercer Mundo

Británicos y franceses serían en 1956 los grandes perdedores de la Guerra del Canal

javier garcía andrés

En octubre de 1956, Israel, con Francia y Gran Bretaña co­mo aliados, atacaba Egipto. La «cuestión del Canal de Suez» como ca­sus belli desencadenaba una ofensiva militar de los tres países contra el ré­gimen de Nasser: comenzaba la Gue­rra del Canal, segunda contienda en­tre árabes e israelíes.

Las fricciones de la Guerra Fría, ausentes de la zona en los inmediatos compases de la posguerra y durante la primera guerra árabe-israelí , no tar­daron en hacer acto de presencia en Oriente Medio al comienzo de la déca­da de los cincuenta. Aunque la URSS había sido un decidido partidario del establecimiento del Estado de Israel, no tardó en bascular hacia el bando de los países árabes, a los cuales suminis­tró armas y apoyo político en sus rei­vindicaciones, al tiempo que en Siria y Egipto se establecían regímenes afines ideológicamente a la URSS, mezcla de panarabismo y socialismo.

Nasser

En julio de 1952, un golpe de estado en El Cairo, promovido por el Movimiento de Oficiales Libres, lide­rado entre otros por el coronel Gamal Abdel Nasser, derrocaba al corrupto gobierno del rey Farouk, estableciendo en Egipto una república que pronto se­ría presidida por el propio Nasser con un amplio respaldo popular. En ese panorama, los Estados Unidos inten­taron, con muy escasa fortuna, aglu­tinar a árabes e israelíes para formar una alianza regional que supusiese un freno a la expansión del comunismo.

Aunque el golpe de estado egipcio fue en principio bien visto en Washing­ton, y soterradamente apoyado por la CIA, los intentos de la inteligencia estadounidense por atraer a Nasser hacia su sistema de alianzas fracasa­ron totalmente porque el rais egipcio buscaba alternativamente el apoyo de soviéticos y estadounidenses.

Obra emblemática del gobierno de Nasser era la presa de Asuán, con la que pretendía generar energía para todo el país y, sobre todo, regular el Nilo, con la creación de nuevas áreas de cultivo. Pero, en julio de 1956, el gobierno de Eisenhower se retira del proyecto quedando en entredicho la financiación de la presa. La respues­ta de Nasser sería la nacionalización del Canal de Suez para conseguir los fondos necesarios para seguir con las obras.

La nacionalización provoca las airadas protestas de Francia y Gran Bretaña, con intereses económicos y estratégicos en esa vital vía de na­vegación. Israel, por su parte, ve en la crisis desatada en torno al Canal una oportunidad para solventar sus propios problemas: acabar con la ame­naza del rearme egipcio, asegurar sus fronteras de las continuas incursiones de los fedayines palestinos y conseguir la reapertura de los Estrechos de Tirán (única salida israelí al Mar Rojo), ce­rrados por el gobierno egipcio.

La Conferencia de Londres de agosto de 1956, promovida por EEUU para dar una salida diplomática a la situación, resulta un fracaso y, ante ello, Francia, Reino Unido e Israel de­ciden, tras un acuerdo secreto firmado en Sèvres, resolver por vía militar el contencioso. El ejército israelí debía atacar y ocupar el Sinaí, avanzando hasta 15 km del Canal, que, junto con Port Said, debería ser ocupado por británicos y franceses, mediante un asalto aerotransportado y anfibio.

El ataque

La campaña israelí —Ope­ración Kadesh—, dirigida por Moshe Dayan, jefe de Estado Mayor, comenzó el 29 de octubre, buscando más el co­lapso que la destrucción del ejército egipcio. Un asalto aerotransportado al Paso de Mitla, en el centro del Sinaí, actuó de finta y engañó a las fuerzas egipcias, mientras el ataque principal tenía lugar en Gaza y sobre todo en el sur, en dirección al puerto de Sharm el-Sheij, puerta de los Estrechos de Tirán y el Golfo de Aqaba. El plan fun­cionó a la perfección.

El asalto a Mitla fue un éxito y unidades israelíes pro­venientes del Neguev —dirigidas por Ariel Sharon — atravesaron la penínsu­la en apenas 30 horas, enlazando con los paracaidistas presentes en Mitla, y asegurando con ello el centro de todo el operativo israelí. Posteriormente, el avance se dirigió hacia Ras Sudar, en el golfo de Suez, cortando en dos el dispositivo egipcio y progresando por el oeste hacia Sharm el-Sheij.

Otra columna, mientras tanto, seguía la costa del Golfo de Aqaba, contactaba con ellos y tomaba la ciudad el 5 de noviembre, abriendo así los Estrechos de Tirán al tráfico marítimo israelí. Si­multáneamente, las fuerzas israelíes habían derrotado a la mayor concen­tración de fuerzas egipcias en Gaza y ocupado, el día 2, Rafah, El Arish y Romani, situándose a 15 kilómetros del Canal de Suez. Era el momento de la intervención franco-británica: tras una serie de ataques aéreos pre­liminares, el 5 de noviembre, fuerzas paracaidistas tomaban Port Said y se hacían con el total control del Canal.

Sin embargo, lo que parecía una espectacular victoria militar, se con­virtió en una completa derrota po­lítica para los franco-británicos. La intervención militar, vista como una operación neocolonial, fue duramente criticada por la ONU, que impuso, por iniciativa de la URSS y EEUU —ambos opuestos al ataque—, un inmediato alto el fuego. Israel se retiraría rápi­damente del Sinaí, pero sus princi­pales objetivos estaban alcanzados. Nasser, por su parte, retuvo el Canal en manos egipcias y emergió como lí­der político para todos los árabes y el Tercer Mundo. Mientras, Gran Breta­ña y Francia constataban que su papel como grandes potencias había pasado a la historia.

Británicos y franceses serían en 1956 los grandes perdedores de la Guerra del Canal

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