la larga guerra del siglo xx. La guerra fría (XLV)
El comunismo se hace con la Europa Oriental
Todos los países bajo ocupación soviética se convierten en Repúblicas Populares. Albania, Yugoslavia, Bulgaria... Gobierno tras gobierno, todos fueron cayendo bajo la autoridad de Moscú.
Ya en 1944, cuando tras la Operación Bagration sus tropas se extienden con rapidez por toda la Europa Oriental, Stalin planeaba la formación de un «cordón sanitario» con los países recién conquistados, creando regímenes políticos afines al suyo y subordinados a las decisiones de Moscú. Con tal planteamiento, el terreno estaba abonado para que los partidos comunistas de todos esos países comenzasen su ascenso al poder, empleando todos los métodos a su alcance para conseguirlo.
Ministerios
El guión que se siguió resultó similar en todas partes. Con la cobertura de las autoridades soviéticas de ocupación (el NKVD y el Ejército Rojo ), los minúsculos partidos comunistas de esos países comenzaron a medrar —el Partido Comunista Rumano, por ejemplo, pasó de alrededor de 1.000 afiliados a un millón en cuatro años—. Pronto accederán por primera vez a gobiernos de coalición presididos por no comunistas, pero procurando obtener en ellos las carteras que les proporcionarían un verdadero poder.
Así, el ministerio del Interior les permitía dominar las fuerzas del orden encargadas de la represión, infiltrando en ellas a sus militantes. Con el ministerio de Justicia en sus manos era posible controlar a los jueces y depurar de «elementos fascistas» la administración —en Bulgaria, los Tribunales Populares habían juzgado a 11.122 individuos cuando acabó la guerra, de los que condenaron a muerte a una cuarta parte, aunque la cifra extraoficial de ejecuciones pudo haber llegado a las 18.000 personas—. Desde el ministerio de Agricultura podían promover la reforma agraria para ganarse a los campesinos sin tierras. El control de la industria y los transportes, infiltrándose en sindicatos y comités de empresa, les permitía dominar la economía y organizar huelgas masivas cuando resultaba políticamente oportuno.
Artimañas
Era fundamental minar la base de poder de sus rivales políticos para imponerse a ellos, lo que podía lograrse de muchas formas: controlando la prensa y la radio para difamarlos o evitar que difundiesen sus opiniones, acusándolos de cualquier delito falso, sembrando la cizaña en sus filas aprovechándose de las divisiones internas, recurriendo al asesinato en casos extremos —el ministro checo de Exteriores, Jan Masaryk, se «cayó» por una ventana de su ministerio en marzo de 1948 en extrañas circunstancias— o fagocitando a otros partidos de izquierda al concurrir juntos a la elecciones.
Si todo lo anterior fallaba, siempre era posible amañar las elecciones —en las celebradas en Hungría en mayo de 1948 obtuvieron un improbable 96% de los votos—. Y una vez en el poder, los comunistas revelaron la amplitud de su programa de reformas nacionalizando las empresas y colectivizando la tierra. Finalmente, llevaban a cabo purgas en sus filas para erradicar cualquier posibilidad de disidencia, creando réplicas a pequeña escala de la dictadura estalinista imperante en la URSS.
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