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El cementerio civil más antiguo de España que sirvió de ejemplo a todos

Carlos III ordenó la construcción del camposanto del Real Sitio de San Ildefonso antes incluso de prohibir en la Real Cédula de 1787 los enterramientos en las iglesias

El cementerio civil más antiguo de España que sirvió de ejemplo a todos mercedes sanz de andrés

mónica arrizabalaga

Apartados de la población, en un lugar bien ventilado, cercados, con capilla y osario en su interior. Si así son hoy gran parte de los cementerios españoles es porque siguieron las pautas del construido en el siglo XVIII en el Real Sitio de San Ildefonso , el cementerio civil más antiguo de España.

Carlos III ordenó su construcción en 1783 y dos años después, el 7 de julio de 1785 , era «bendecido por el arzobispo de Armida, abad de la Granja, con las ceremonias del Ritual Romano, haciendo en esta ocasión aquel prelado una exortación al concurso alusiva al asunto», señalaba el Informe dado al Consejo por la Real Academia de la Historia sobre la disciplina eclesiástica relativa al lugar de las sepulturas impreso en 1786.

Aún faltaban dos años para que el Monarca emitiera la Real Cédula de 3 de abril de 1787 por la que se prohibían los enterramientos en las iglesias, salvo para los prelados, patronos y personas del estamento religioso que estipulaba el Ritual Romano y la Novísima Recopilación.

El Reglamento del Cementerio del Real Sitio de San Ildefonso, publicado el 9 de febrero de 1785, fue el documento en el que se basaron los primeros cementerios en España y en sus territorios en Ultramar. «Todos los cadáveres de personas que fallezcan en el Real Sitio de San Ildefonso, de cualquier estado y dignidad que sean, se entierren en el cementerio construido extramuros de él», rezaba el artículo primero de este reglamento que ya subrayaba la obligatoriedad y la universalidad de una medida que en aquella época levantaba ampollas.

Las arcas de la corona financiaron la construcción de este camposanto en un lugar que «no fue al azar», según señala la historiadora Mercedes Sanz de Andrés, autora del estudio « El cementerio del Real Sitio de San Ildefonso en la corte ilustrada de Carlos III ». El monarca pretendía aislar a los muertos de esta población que vivía un crecimiento desde que Felipe V e Isabel de Farnesio establecieran allí la Corte en verano. Hacía años que España, como sus países europeos vecinos, debatía sobre los riesgos que entrañaba para la población la costumbre extendida entonces de enterrar a los muertos en las iglesias. La epidemia de peste de Pasajes (Guipúzcoa) en 1781, causada por el «hedor intolerable que se sentía en la Iglesia Parroquial de multitud de cadáveres enterrados en ella», según recogió después la Real Cédula de 1787 fue el detonante para que Carlos III encargara al Consejo de Castilla que meditara en busca de una solución. «Carlos III tenía claro que debía acabar con esta costumbre» y el Real Sitio de San Ildefonso fue el lugar escogido para poner en práctica su nuevo proyecto, explica Sanz de Andrés.

Debía escogerse un lugar aislado, apartado de la población y bien ventilado, había que cerrarlo mediante un muro y se debían reaprovechar las ermitas existentes para los responsos, rezaban las indicaciones de Carlos III. En el caso de la Granja de San Ildefonso, no había ninguna cercana así que se construyó hasta la ermita.

Aquel primer cementerio era un espacio de unos 49 metros de largo y 25 de ancho, con una simbólica peculiaridad. La puerta de acceso del camposanto coincidía -y coincide- en el mismo eje que la de la capilla y ésta con el altar. «Se pretendía trasladar el concepto de espacio sagrado que tenían las iglesias a un espacio a cielo abierto en pleno campo», apunta la historiadora.

No hay constancia de quiénes fueron los primeros inhumados en este pionero cementerio. Posiblemente fueran trabajadores de la Corte que no tenían posibilidades y cuyos funerales sufragaba la Corona. El cementerio de San Ildefonso y el del Pardo fueron los únicos mantenidos por la Corona, que corría con todos los gastos. «En el momento en que la muerte se seculariza y pasa a ser objeto del Estado, se pierde mucha información sobre los fallecidos», relata Mercedes Sanz. Las iglesias dejaban constancia escrita de quiénes habían sido los allí enterrados, a qué se habían dedicado, dónde habían vivido... En el Ayuntamiento del Real Sitio solo aparecen el nombre y los apellidos del finado, con la fecha de la muerte y el lugar de enterramiento.

Jerarquía en el cementerio

La historiadora señala que aquel primer cementerio era fiel reflejo del pensamiento ilustrado, diseñado con una postura claramente utilitaria. Fue Fernando VII quien amplió el recinto en 1830 e introdujo diferentes órdenes de enterramiento tras crear un fondo pío para la reparación y conservación del camposanto. Según cuenta Sanz, el monarca mandó construir 15 nichos para abades del Real Sitio, prelados, Grandes de España, ministro, consejeros de Estado, capitanes generales que pagaban 600 reales por una permanencia de ocho años. En un segundo orden se construyeron otros 15 nichos para canónigos, gobernadores, corregidos, brigadieres, a razón de 400 euros por ocho años, y de espaldas a la capilla, en los 9 nichos del tercer orden se enterraba a los empleados del Real Sitio y otras personas decentes y de honestas familias. El resto se destinaba a las inhumaciones en tierra numeradas.

Isabel II otorgaría en 1866 la perpetuidad a quienes lo solicitaron a cambio de 2.000 reales para el primer orden, 1.500 para el segundo y 1.000 en los del tercero, aunque también se concedió de forma gratuita a los que así consideró oportuno la Corona.

Allí reposan por ejemplo el conde de Raynaval, embajador de Francia; don Santos Martín Sedeño, Canónigo Presidente del Cabildo y gobernador Eclesiástico de la Abadía, además de Cronista del Real Sitio, el interventor del Real Patrimonio don Ricardo Selles de Robles; José Gras, primer jardinero de Aranjuez; el profesor de Alfonso XII don Miguel González de Castejón y Elio; o el coronel don Juan Abril, que en 1850 defendió el Real Sitio frente a las tropas francesas.

Curiosas son algunas de las inscripciones de finales del siglo XIX que se encuentran en el interior de la capilla del cementerio: «Afán y llanto en la vida, en su carrera fugad (sic), aquí principia la paz», «Aquí vendrás a parar, vivos elegid lugar» o «Padres, esposa, hijos tube (sic), uno a uno los perdí, ya estamos juntos aquí».

No fue el primer cementerio extramuros, pues anterior es por ejemplo el barcelonés de Poblenou, pero sí el primero civil por depender de la Corona y no de la Iglesia y el que marcó la pauta. «Es un referente en el paisaje de España. Si hoy identificamos de lejos un cementerio es por el de San Ildefonso de Carlos III», concluye Sanz de Andrés.

El cementerio civil más antiguo de España que sirvió de ejemplo a todos

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