Crítica de «Caza al asesino» (**): Cazado en las trampas del cazador
Pierre Morel sin duda, es un profesional eficiente, práctico, pero sus producciones carecen de un alma que no sea el vil metal
En muchas ocasiones, quizás demasiadas, se pregunta la gente cómo actores consagrados, que ya no necesitan demostrar nada, se meten en berenjenales similares. En la mayoría de las situaciones no se encuentra explicación, pero no es el caso. Se presupone, que no hay certeza, que Sean Penn , un tipo reconocido, ganador de dos Oscar y múltiples premios, aceptó participar en esta historia por una cuestión de fondo, que no de forma.
La trama cuenta cómo diversas compañías multinacionales aprovechan la labor de las ONG humanitarias para, con la excusa de vigilar su seguridad, tejer por debajo telas de araña para perpetuar un conflicto con trampas y asesinatos que hostiguen cualquier intento de paz. A mayor permanencia del conflicto armado, más ganancia.
Penn, un actor concienciado, dio un paso, un «aquí estoy yo» para dar a conocer el conflicto, que es crudo, descorazonador y lamentable. El problema es que si pensó que el filme sería una denuncia de todo eso, se equivocó de cabo y rabo. La productora le puso encima a Pierre Morel, un tipo eficiente pero muy poco poeta. El director francés, creador de « Distrito 13 » y « Venganza », no engaña. Allí donde hay una flor le dispara con un arma nuclear y los libros los aplasta a martillazos.
Sin duda, es un profesional eficiente, práctico, pero sus producciones carecen de un alma que no sea el vil metal. Se podría decir de él que es un brillante generador de dinero, es decir, un tipo valioso para Hollywood.
Además es tramposo. Te pone cebos de gran elenco de actores y luego los utiliza casi como cameos. Bardem entra poco en juego y cuando entra lo hace con el gran histrionismo que últimamente le caracteriza. Como a cualquiera que aposenta sus pies en Hollywood, le han quitado hondura y carácter. Da la impresión de haber tocado pecho en «No es país para viejos» y, a partir de ahí los directivos, le intentan hundir en los encasillamientos gritones.
A Elba (formidable actor) apenas se le da unos minutos para lucirse, mientras todo queda en manos de Penn y la atractiva Jasmine Trinca. Pero, a pesar de los esfuerzos de ambos, la película no tiene apenas nada que no sea una factura de producción correcta, una más de tiros y violencia desatada en busca de la superviviencia.
Con todo, el proyecto habría podido salir indemne casi en su totalidad si Morel no hubiese metido la parte española en un final demencial y caricaturesco, casi patético. Centra su atención en Barcelona y en una corrida de toros (cruel paradoja que no deja de tener su desatino conceptual en los títulos de crédito) en el que uno va viendo llegar un final tan previsto que no cree que Morel se atreva a tanto.
Pues se atreve, de principio a fin, sin sentido del ridículo, una puntilla a una película que pudo ser mucho en su idea original y se quedó en muy poco, una más que pasará a la historia y que, probablemente, el bueno de Sean Penn querrá olvidar cuanto antes. Ni él merecía esto ni, por supuesto, las ONG humanitarias que mueren por nosotros.
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