Crítica de «Cenicienta» (***): En su esplendor cursi y cárnico
Carnalizar la historia de Cenicienta es, lógicamente, cursilizarla, que se sienta en todo su esplendor el pellón de nata que es preciso comerse de un bocado
Cuando se escucha la palabra Cenicienta , lo natural es echar la vista al clásico de Disney en dibujos animados y no al cuento de Charles Perrault (en el que se basa la historia de la película , y anterior al de los hermanos Grimm), y probablemente es con esa mirada con la que tiene que competir ahora la película que ha dirigido Kenneth Branagh , también financiada por Disney. Afortunadamente, Branagh es un buen competidor que se atiene a las reglas y que no cae en la tentación de ser, por ejemplo, shakespeariano (su natural)… Se limita, aunque de un modo realmente espectacular, a desandar el camino andado por Disney en 1950: donde entonces se transformó la letra en dibujo animado, ahora se transforma el dibujo animado en carne. No hay que darle muchas vueltas a esto: ningún dibujillo animado descalza de madrastra a Cate Blanchet, que está (entiéndase la expresión) realmente asquerosa. Carnalizar la historia de Cenicienta es, lógicamente, cursilizarla, que se sienta en todo su esplendor el pellón de nata que es preciso comerse de un bocado: los ojitos entre el Príncipe y Cenicienta, los corazones trémulos, el cristal del zapatito, la verborrea indignante de las hermanastras, los cisnes, la carroza, el baile…
Francamente, no hay en todo eso territorio ni para Bergman ni para Tarantino , pero Branagh se esfuerza en compaginar lo remilgado con lo estruendoso: ¿hay algo menos cursi que el físico de estarlo dejando de Helena Bonham Carter en el papel de Hada Madrina? Y se esfuerza en algo esencial, que es darle a la historia lo único que admite: ambientación, sabiduría técnica, divertimento visual a una trama conocida y una agradable apariencia de descontrol en el tono de los intérpretes, además de una frondosa aureola cursi al rollete de la pareja protagonista, Lily James, tan espléndida como la figurilla de una tarta de boda, y Richard Madden, con su destello en los dientes. Uno puede esperar otra cosa dela política, del mañana, de sí mismo, pero no de este cuento infantil, ahora volcado en su mejor versión cárnica, y apuntar como reproche a esta «Cenicienta» que es cursi, relamida o recargada viene a ser algo así como reprocharle a Hitler que ha sido malo.
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