Crítica de «El francotirador» (****): La patada en la puerta de Clint Eastwood

El director es mucho más profundo que sus analistas y les ofrece carnaza fácil para que se indigesten con ella

Crítica de «El francotirador» (****): La patada en la puerta de Clint Eastwood

oti rodríguez marchante

El viejo Clint Eastwood aún derriba de una patada la puerta del saloon, incluso ha endurecido su mirada y sus palabras («¿Quién es el dueño de esta pocilga ideológica?»), y ha mejorado su artillería cinematográfica (la batalla entre la tormenta de arena es un prodigio incluso dentro de su prodigioso cine). Con qué atrevimiento Eastwood agita la conciencia americana a pecho descubierto, como siempre, y con una película bélica con tonalidad de «western» y con un héroe de guerra tan mal digerida como la de Irak y con una cualidad tan controvertida como la de matar fríamente desde lejos: Chris Kyle, el francotirador con la tremenda marca de haber abatido más enemigos. La película se lo pone fácil a los que sólo miren las costuras de la doctrina, y algo más difícil y estimulante a los que busquen el finísimo cosido que en ella se hace del alma americana, o de la del propio Eastwood.

Se entra a « El francotirador » por su mira telescópica: Kyle tiene que decidir en segundos si le dispara o no a un niño que avanza hacia un grupo de marines con una bomba camuflada…, y esos segundos de duda se traducen en media hora de fino bordado de la esencia interior de ese excelente tirador y de cómo y por qué se convirtió en un perro pastor en un mundo en el que hay corderos y lobos que se comen a los corderos. Primera patada a la puerta: para muchos esto será una cimentación inaceptable del ser humano y de su mundo, pero no para Eastwood, o al menos su cine, que ha modelado esa figura de perro pastor en muchas de sus obras maestras, desde «Sin perdón» o «Gran Torino», hasta «Million dollar baby», «Mystic River», «Cartas desde Iwo Jima» o «Un mundo perfecto».

Eastwood es mucho más profundo que sus analistas y les ofrece carnaza fácil para que se indigesten con ella (el Dios, Patria y Familia de Chris Kale irrita el pulso del ojo «comprometido», que ya cree saber lo que ha de pensar sobre la película, como siempre lo supo desde los tiempos de John Ford y su caballería), y es grosero con lo sutil (esa mirada sin complejos: allí el lobo y aquí el perro pastor) y sutil con lo grosero, pues penetra en el interior de Chris Kyle, pero del corazón, no de su epidérmico discurso.

«El francotirador» da en una diana a la que ya dispararon otros, y su coincidencia en lugar y hechos con otras películas, y especialmente con «En tierra hostil», de Kathryn Bigelow, es circunstancial, coyuntural e igual de escurridiza en determinar si es film bélico o antibélico (cualquiera que merezca la pena, lo es en el fondo). Pero, en su esencia, la película, o Clint Eastwood, se pone de puntillas, levanta la cabeza y mira no a Irak sino a su propio país, y le dice algo así: «Sí, qué pasa, soy un perro pastor, y tú, ¿qué eres, lobo o cordero?».

Tan certero en su patada, no obstante creo que Eastwood se equivoca en el tratamiento leve (no le interesan) de dos personajes que podrían haber sido clave: la esposa de Kyle y Mustafá, el francotirador iraquí que le otorga un aire sucio y mal disuelto de duelo de «western». Y Bradley Cooper hace un trabajo tan intenso, perfecto y laborioso que apenas necesita decir «guau».

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