Crítica de Timbuktu (****): Trágico y palurdo fundamentalismo
Sissako consigue traducir la brutal incongruencia en cierto tono lírico
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El mauritano Abderraman Sissako no ha elegido, como Berlanga con el Plan Marshall, que sí era bienvenido, ensayar un choteo ácido con la llegada a los pueblos de esa demacrada zona de África del islamismo radical, sino más bien un humor suave pero excéntrico para narrar el trágico surrealismo que, en vez de pan y leche en polvo, traen bajo el brazo y la metralleta. Lo sitúa en la ciudad de Tombuktú, en su vecina República de Mali (antes, hizo otro abrumador retrato en la capital, Bamako), y lo enfoca en la fatalidad de una familia que pastorea el ganado en la franja del desierto colindante…, un retrato dulce, humano, poético que se agria por la presencia de los «conquistadores» y de unas leyes nuevas que la película subraya en toda su absurda deformidad y que prohíbe a los vecinos mostrar las manos, fumar, escuchar música, jugar al fútbol o llevar los pantalones en su largo natural hasta el tobillo…
No hay modo de encontrarle la gracia o el sarcasmo a esa realidad, pero la ficción de Sissako consigue traducir la brutal incongruencia en cierto tono lírico en escenas como la del partido de fútbol que los chiquillos juegan sin balón, o la hermosa canción que suena nocturnamente en el pueblo mientras que los embozados y fanáticos vigilantes husmean por las esquinas. De exótica visualidad y con calculado dramatismo, la tragedia, que está en todas partes, se concentra en los momentos brutales de la aplicación de esas leyes de la «sharia» que buscan y encuentran sus víctimas en las diversas tramas de la película, especialmente en las de esa familia de enorme nobleza y dignidad. Sissako no ofrece una reflexión sobre el fanatismo islámico, sino su mero retrato en su versión más palurda, zafia e inhumana.