Crítica de «Escobar: Paraíso perdido» (***): El corpachón de Benicio del Toro lo tapa todo
Del Toro encarna a Escobar con tanto compás en la respiración y con tal precisión en su trayectoria amoral, en lo diabólico, que deja la película absolutamente escarallada

Tienen tanta fuerza e imán el personaje y el actor que lo interpreta que casi todo lo demás de la película es mero relleno, como latillas de sardinas en esa cesta navideña en la que reina la uña negra de una pata de jamón. Pablo Escobar ha sido al crimen y al narcotráfico lo que Cervantes a la literatura o Beethoven a la música, una cúspide, un no va más, alguien al que se observa como una pieza única que, en su caso, nos mostrará la almendra de la maldad y el tuétano del monstruo. Y Benicio del Toro es un actor de potencia y de cuajo, que entra al plano con aspiradora, como un canasto de orquídeas: llevándose el oxígeno de la escena y dejando dióxido de carbono…
Del Toro encarna a Escobar con tanto compás en la respiración y con tal precisión en su trayectoria amoral, en lo diabólico, que deja la película absolutamente escarallada: ¿era preciso que Di Stefano, el director, se empeñara en contarnos otra historia mucho menos interesante para que le viéramos la cuerna a Escobar?... En realidad, a Escobar nos lo cuenta otro personaje, el joven surfista que interpreta Josh Hutcherson , la mosca presa en la atractiva y letal tela de araña; su historia de amor, su entrada en la «familia», la sutileza con la que lo van escurriendo hacia el desagüe, la señalización de un código sin puerta de entrada y, por supuesto, sin puerta de salida…, un rodal que aún no has pasado y ya te rodea…
Casi toda la película de Di Stefano está ahí, en la mirada somnolienta de Benicio del Toro, entre engatusadora y amenazante a su alrededor, y la profundidad psicológica de su personaje, un Michael Corleone sin grandeza, pero con aura, que derrama el «bien» pero sobre todo el mal en su entorno… Lleva el título de la película, y es la esencia escondida de ella, pero el director prefiere fijar su punto de vista en el hilo romántico y en la disputa moral del joven atrapado en esa red dañina de fidelidad indeseable.
Di Stefano consigue que funcione la intriga y que se entienda el proceso de vampirización de Hutcherson, encandilado por el encanto de la joven actriz Claudia Traisac y por la personalidad inquietante e hipnótica de Escobar, y funciona la acción, el «thriller» y el terror que resulta de la combinación de peligro y sordidez que le aportan al plano y a la secuencia la química de Benicio del Toro y el físico de Carlos Bardem (¡qué bien ensucia siempre los ambientes esa traza siniestra de este Bardem!). Se escabulle la auténtica naturaleza maléfica del personaje entre algún tópico de cine romántico o de aventuras, pero la película tiene el atractivo de comprobar cómo la ingenuidad sirve de merienda y provecho para los que pican sin descanso en el lado oscuro.