Crítica de «Serena» (**): Demasiado Serena
Los protagonistas viven un romance cuyo mayor interés resulta comprobar a quién le sientan mejor los pantalones, que por supuesto es a la chica
Dos actores de moda y una directora de Oscar (« En un mundo mejor » le dio a la danesa fama mundial) parecían garantizar cierta solvencia, que a la hora de la verdad se queda en una innegable calidad técnica. Susanne Bier sitúa a sus personajes en los bosques de Carolina del Norte, en 1920, donde viven un romance cuyo mayor interés resulta comprobar a quién le sientan mejor los pantalones, que por supuesto es a la chica. Jennifer Lawrence no ganará su segundo Oscar, pero descuella en un mundo de hombres mientras titubea frente al único que es suyo.
Si el espectador fuera sensible –lo que no consigue la película se lo pedimos al que paga–, se conmovería hasta dejarse arrancar el alma a jirones. Lo que en realidad ocurre es que se palpa el cartón piedra del relato, prefabricado desde la configuración del reparto. Bradley Cooper parece desubicado como promotor de la industria maderera de hace un siglo, pero tampoco los reconocibles secundarios se las arreglan para elevar el listón.
Más allá de este mal, «Serena» padece otra dolencia no tan infrecuente: escena por escena, todo brilla. La cámara de fotos capta unas estampas memorables; la de cine parece encasquillada. Los fotogramas no se suceden de forma natural, avanzan a trompicones, como si se hubiera rodado a menos fotogramas por segundo o el proyector estuviera averiado. La falta de fluidez se hace evidente. Se acusa, quizá, la ausencia de un guión más eficaz o un montaje más ameno. Y lo peor no es que los personajes resulten improbables, sino que su destino nos importe un rábano.