El futuro de los planetas
«Si el sistema planetario recién descubierto fuera la sede de una antigua civilización extraterrestre, no les hubiera sido difícil enviarnos señales»
Hace unos días los astrónomos descubrieron un nuevo sistema solar, a tan sólo 40 años luz de nosotros, que podría albergar vida. Dan por hecho que hallarán ahí algún planeta gemelo al nuestro . Esta noticia renueva una pregunta filosófica fundamental: ¿por qué no ha habido, hasta el presente, ningún contacto con la Tierra por parte de seres residentes en exoplanetas?
Si el sistema planetario recién descubierto fuera la sede de una antigua civilización extraterrestre, no les hubiera sido difícil enviarnos señales , habida cuenta de las altas probabilidades que los astrofísicos (como nuestro Félix Ynduráin) otorgan a que haya vida inteligente en otros sistemas de nuestra galaxia.
La explicación más racional, según la navaja de Occam, sería que tales civilizaciones no nos han contactado por haber alcanzado unos límites insuperables en su desarrollo tecnológico. Pero no sería descabellado pensar que esas sociedades inteligentes existían en el pasado y se hubieron extinguido anteriormente a los 40 años solares que tardaría cualquier señal suya en llegarnos. Esa desaparición podría deberse a un agotamiento de sus recursos naturales , a un colapso energético o a un envenenamiento medioambiental, pues sabemos que la tecnología es siempre portadora de mayor interconexión, y ésta puede derivar con facilidad en la difusión ilimitada de alguna pandemia o de la violencia (guerra total).
Pero existen otras explicaciones alternativas: parece que todo proceso civilizatorio tiende siempre al grado cero de reproducción a medida que aumenta su desarrollo tecnológico. Podría darse el caso, entonces, que las civilizaciones tecnológicamente muy avanzadas se extingan por falta de continuidad biológica . Podría ser, también, que nuestra incomunicación galáctica se deba a una falta de interés por parte de las otras civilizaciones en comunicarse con su exterior, pues cabe pensar que el progreso tecnológico conlleve, en sus estadios más avanzados, un deseo de repliegue y de volver a formas primitivas o bucólicas de vida.
Y bien, todas estas posibles razones remiten a una misma idea: un límite superior parece asomarse cuando el avance tecnológico alcanza latitudes elevadas. Eugenio Trías ha mostrado que todo límite es el resultado natural de una separación tajante entre eso que se halla limitado y la condición originaria que la engendró. En efecto, cuando nos topamos con un muro inquebrantable debemos postular una ruptura irreversible con respecto del origen . Un devenir choca contra un límite cuando su causa o matriz se ha quedado ausente.
La falta de contacto (por incapacidad o carencia de interés) de otras civilizaciones con nosotros nos indica algo fundamental sobre la naturaleza de todo progreso, y nos vaticina que nosotros podríamos alcanzar algún día un punto insuperable en nuestro desarrollo técnico . ¿No deberíamos anticiparnos desde ahora a ese estadio tardío y reorientar nuestra civilización? ¿No serían los límites de la civilización tecnológica oportunidades para nuevos escenarios en lugar de un Non Terrae Plus Ultra?
Empero, ¿en el caso del desarrollo tecnológico, cuál es su principio matricial? Ortega y Gasset sostiene que la esencia de la técnica no es satisfacer nuestras necesidades biológicas, sino procurarnos satisfacción inmaterial, pues la necesidad de necesidades no es, para los humanos, vivir o sobrevivir, sino poseer bienestar. Ningún hombre desea vivir en condiciones límites de supervivencia . De ahí que la técnica, proveyéndonos de las condiciones básicas de vida, persigue en realidad propiciarnos un bienestar de otro tipo. Por medio de la técnica logramos, en primera instancia, reducir esfuerzos y ahorrar tiempo a la hora de reunir los medios materiales de vida.
Pero, luego, perseguimos llenar con la técnica el vacío de tiempo y ocupación generado por ella misma , de manera que el ahorro del esfuerzo logrado por medio de la tecnología conlleva, a su vez, esfuerzos: seguir desarrollando la tecnología.
Así las cosas podemos afirmar: si otras civilizaciones de nuestra galaxia no nos han contactado es porque deben haber alcanzado un límite (natural o voluntario) en su desarrollo. Cabe esperar que ese límite también nos lo encontremos nosotros en el futuro . Empero ese límite tecnológico aparecerá como consecuencia inevitable de la ocultación o elipsis de la matriz originaria de la técnica; a saber: la fabricación de nuestro ser –como dice Ortega–: un «estar bien» distinto al bienestar físico.
La conclusión no se hace esperar: para sortear ese punto de no retorno y agotamiento tecnológico tendríamos que inventar, desde ahora, un segundo tipo de techné. Una tecnología adicional a la actual . Ésta nos seguiría procurando vacante de tiempo y ahorro de esfuerzo, en tanto que esa nueva techné espiritual nos generaría plusvalías de sentido en las que ocuparnos en el tiempo liberado. De este modo se rompería ese progreso ad infinitum que, de lo contrario, o bien hará que perdamos el interés por él o bien se revelará insostenible.
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