EN TERCERA PERSONA
UN ATENTADO CONTRA UN SÍMBOLO DE OCCIDENTE
La elección de un museo como escenario para perpretar un atentado en Túnez por parte del Estado Islámico no había sido algo casual. El museo como lo conocíamos actualmente era fruto de la Ilustración. El primer museo en abrir al público fue el Louvre, antiguo palacio de los reyes de Francia, reconvertido en almacén de tesoros artísticos para el pueblo por medio de una orden de mayo de 1791 de la Asamblea Nacional surgida de la Revolución Francesa.
Así fue como esa revolución popular que había puesto en peligro los tesoros artísticos de Francia –que hasta entonces tan solo estaban al alcance de la Realeza, la Nobleza o la Iglesia– los convertía en patrimonio colectivo y algo que había que preservar para generaciones posteriores. Y es que todas las sociedades avanzadas disponían de diversos museos que constituían parte de su memoria colectiva. Tal y como afirmaba Mario Vargas Llosa, «el progreso no significa sólo muchos colegios, hospitales y carreteras. También, y acaso sobre todo, esa sabiduría que nos hace capaces de diferenciar lo feo de lo bello, lo inteligente de lo estúpido, lo bueno de lo malo y lo tolerable de lo intolerable, que llamamos cultura». Pero quizás, precisamente, lo que quieren los integristas islámicos es que no aprendamos a diferenciar esos conceptos, que no pensemos, que nos sometamos a su régimen del terror y que nadie ponga en duda sus principios. Por lo tanto, los museos serían un estorbo y nada mejor que tirotear a los visitantes a sus puertas o destruir los tesoros artísticos que albergan.
Al fin y al cabo, el museo era un hijo de la Revolución Francesa, que instauró el famoso lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Unos principios asimilados por todas las democracias occidentales pero que son totalmente opuestos a los defiende el autodenominado Estado Islámico.
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