HOTEL DEL UNIVERSO
YO ES PIEDRA
No lo voy a negar: entre las piedras y yo hay una estupenda relación. Más que de amistad. Buen feeling, rollito. Nos llevamos bien desde siempre. Eso que se llama sintonía: se produce entre nuestros temperamentos un intercambio de electricidad.
La gente no sabe de piedras, ni siquiera los geólogos, ni los espeleólogos, ni los arqueólogos. Esa manera de intentar saber de piedras ignora el hecho más importante en asuntos pétreos: que las piedras no son materia inerte, sino que constituyen un ser vivo inteligente y sintiente (como diría un pensador serio), con su corazoncito, con sus intereses, con su vocación, con su familia empedernida. Como usted y como yo, más o menos, salvando algunas distancias minerales.
He aprendido mucho de ellas, me han ayudado mucho cuando he tenido problemas afectivos, o laborales, o dudas metafísicas. A veces, uno tiene que ponerse en plan hamletiano, mirarse al espejo y plantearse las preguntas importantes de la vida. Ya sabéis, cosas de ultratumba, y porqués definitivos, y elucubraciones de altura. De dónde venimos, hacia dónde vamos, por qué hay algo en lugar de no haber nada, cuándo me pagarán una fortuna por mis artículos de especulación filosófica. Tengo en casa mis piedras de cabecera, de modo que, cuando siento alguna angustia existencial, las cojo con aire compungido, las deposito en la palma de la mano, las miro con ternura y entablo con ellas un diálogo de hombre a hombre, de piedra a piedra, de colegas que se quieren.
¿A ti qué te parece todo esto, piedra? (digo yo). Un lío enorme (dice piedra). Estoy completamente de acuerdo (digo yo). Hablando se entiende la gente (dice piedra). ¿Es el hombre, piedra, un lobo para el hombre, o se trata más bien del buen salvaje rousseauniano? (digo yo). Hoy no sé qué pensar: cuantas más vueltas le doy al asunto, menos segura estoy de mis certidumbres (dice piedra). Y así nos pasamos algunas noches, en amena esgrima socrática.
Las piedras son los mejores animales de compañía, pero sin los inconvenientes de los animalitos. No hay que sacarlas de paseo, no hay que comprarles pienso enriquecido con vitaminas, no hay que esterilizarlas para impedir que te llenen la casa de cachorros de piedra. Las piedras, si te vas de fiesta algún sábado, no ladran hasta enloquecer al vecindario, ni se comen los bajos de las cortinas. A mí las piedras me han dado mucho cariño.
No se quejan. No te piden que las lleves al cine . No te piden que les compres un Ipod. No te piden cuentas si llegas de madrugada. No te piden. Eso es un factor importante para la convivencia.
Las puedes llevar de viaje, en el bolsillo, y no pitan en los controles de los aeropuertos. Las puedes dejar olvidadas en cualquier lugar y siempre se encuentran en su sitio. Las piedras nos enseñan la necesaria ubicuidad sentimental: estar como en casa en cualquier sitio, incluso en casa. Yo es piedra.