LA GUERRA POR MI CUENTA
Candidatos
«Aducen como mérito de especial relevancia su supuesto historial de lucha en las «mareas ciudadanas»
Hubo un tiempo, desde luego ya lejano, y quizás hasta irremisiblemente perdido, en el que cualquier partido con posibles lanzaba cohetes al aire ante la eventualidad de poder sumar a sus listas de candidatos a un notario de postín, a un catedrático de prestigio, o a alguno de aquellos viejos médicos de pueblo por cuyas sabias manos había pasado ya la mitad del censo de electores del municipio en cuestión. Un tiempo en el que se entendía que laexcelencia profesional no tenía porque estar reñida con la sensibilidad social, que solo después de una trayectoria de servicio a la comunidad podía uno atreverse a postularse como su portavoz o su dirigente, y que –perdón por el argumento pro domo mea– si al parlamento se le llamaba «legislativo» quizás no fuera del todo irrelevante saber de leyes a la hora de ser elegido diputado.
Ahora en cambio, diríase que candidatos y candidatables –perdón esta vez por el palabro– pugnan entre si por dirimir quien es el más «normal» de todos, apuntando como méritos principalísimos el haber estado apuntados al paro, el haber servido copas en un bar, o el tener la cuenta corriente más pelada que el privilegiado cráneo del nuevo Ministro de Finanzas griego –como si de ello se fuera a derivar un plus de calidad en su hipotético desempeño como parlamentario–. O, peor todavía, aducen como mérito de especial relevancia su supuesto (y a menudo sobredimensionado) historial de lucha en cualquiera de las incontables «mareas ciudadanas» que con admirable constancia agitan las más diversas reivindicaciones –como si la movilización de un individuo en defensa de los específicos intereses del grupo al que pertenece le habilitara de manera especial para la defensa del interés general de todos, que es al fin y al cabo la tarea de nuestros parlamentarios–.
Aunque quizás lo más chocante no sea tanto la actitud equivocadamente populista de unos y otros partidos, como la esquizofrenia de tantos y tantos electores, que un día exigen que sus candidatos sean gente corriente, de la calle, y al siguiente lamentan que sus representantes no atesoren, además en grado heroico, las más acrisoladas virtudes cívicas. Y que ignoran que en la de político, como en cualquier otra profesión, el amateurismo puede ser momentáneamente encantador, pero a la larga resulta ser peligrosamente empobrecedor.