La elegancia de la palista
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Marina Ñíguez escala con firmeza por el tenis de mesa, que exprime en el deportista sus reflejos, técnica y velocidad
La bola no da tregua. El constante golpeo con la pala, los movimientos, los gestos, las reacciones, se automatizan. No hay tiempo para pensar más allá de lo que ya se ha pulido y mecanizado previamente. Y en el momento competitivo se confrontan las destrezas técnicas, tácticas y los reflejos de los jugadores. El tenis de mesa, olímpico desde Seúl 1988, el deporte que más federados tiene en el mundo, exprime las habilidades físicas y psicológicas del que lo practica en el alto rendimiento. En esta disciplina, tremendamente reconocida en China, Singapur, Japón, Corea, y con mayúsculo poso en países europeos como Alemania, Francia, Rumanía o Rusia, escala con sobriedad, constancia y disciplina Marina Ñíguez García (Alicante, 10/5/1999).
La palista, a sus 15 años –y acumula sólo seis en este deporte–, se muestra rigurosa y comprometida con un discurso que se proyecta hacia la profesionalización y el sueño de cualquier deportista que «es ser olímpico», pero sin alejarse ni un milímetro de los conceptos del «trabajo» y la sensatez de ir «paso a paso, aprendiendo cada día un poco más». Marina forma parte de la cantera más potente de la Comunidad Valenciana, la del club Alicante Tenis de Mesa, que al tiempo es una de las más fuertes en España. Ella ya ha brillado en las categorías inferiores con logros a nivel nacional y notables participaciones continentales. Ahora se centra en hacerlo en su primer año junior.
La alicantina se confiesa tremendamente competitiva: «Nunca me ha gustado perder a nada; literalmente ni al parchís. Cuando era pequeña si perdía a algo me cabreaba. Cuando me propongo algo, me pongo seriamente a trabajar para conseguirlo».
Conoció el mundo del tenis de mesa con nueve años. Lo hizo a través de sus primos, que ya estaban introducidos en la disciplina. Coincidió que Marina iba derecha a apuntarse a patinaje, pero no encontró plazas. Quizás el destino. Fue a probar una tarde tenis de mesa y «desde entonces me enganché. Me encantó. Obviamente no fue llegar y destacar. Pero mi entrenador –Daniel Valero– vio que tenía cualidades y me animó también a que siguiese. Ya no he parado y el tenis de mesa se ha convertido en algo fundamental para mí junto con los estudios. Mi vida gira en torno a este deporte e intentó acoplarlo todo para entrenar y competir».
Los reflejos y lo psicológico
Recoge bien esos ingredientes básicos para el tenis de mesa, que son extrapolables a todos los deportes cuando se practican en el alto rendimiento: «Hay que ser constante. No rendirse jamás. Querer siempre aprender. Estar dispuesto a ello. Tener paciencia. Y luego lograr que esto mezcle bien con las cuestiones físicas». Explica Marina que es «fundamental el trabajo psicológico. Este deporte tiene mucho de condiciones físicas. De pulir la cuestión de los reflejos. Pero hay un componente mental muy importante. Clave diría».
La joven palista, que comienza a ser una de las referentes, se fija en jugadoras como la absoluta Sara Ramírez o Galia Dvorak. La alicantina entra cada día a clase a las ocho de la mañana. Unos días acaba a las dos y otros pasadas las cinco y media. En ese momento, enfoca sus esfuerzos en el tenis de mesa. «Entreno unas tres horas diarias. En muchas ocasiones siempre me quedó un rato más para corregir cosas».
Marina piensa a corto plazo en «hacerlo bien con mi club», pues eso «siempre es la antesala de la selección». Tiene entre sus próximos objetivos participar en los próximos Open y el campeonato de Europa. No se despega del suelo. Pero cómo cualquier deportista, como cualquier persona en su ámbito, tiene ensoñaciones: «Quiero llegar a jugar un Mundial, a jugar con la selección española absoluta y como todo deportista estar en unos Juegos Olímpicos. Es un sueño, pero se puede conseguir con trabajo». Por lo pronto, centrada está en el día a día y en seguir dando a sus deporte entrega, esfuerzo, tiempo... Quizás el todo, y ya con 21 años, le lleve a Tokyo 2020.