EN TERCERA PERSONA

El misterio de la música clásica

JAVIER y MOLINS

Siempre se había considerado un ignorante en música clásica. No había estudiado solfeo y apenas era capaz de recitar el do-re-mi de no ser porque lo había escuchado varias veces en la película «Sonrisas y lágrimas». Sin embargo, había algo en la música clásica que le fascinaba, esa capacidad que tenía para emocionar a alguien tan duro de oído como él. No sabía explicar por qué, pero había piezas musicales que le provocaban unos sentimientos que difícilmente podía conseguir por otros caminos.

Las variaciones Goldberg de Bach le ayudaban a concentrarse cuando leía o escribía e incluso creía que le gustaban más si las interpretaba Glen Gould, aunque eso ya era una cuestión de expertos y él no era uno de ellos. Las suites de violonchelo de Bach, especialmente la número uno, era otra pieza que despertaba en él sensaciones que le llevaban a cerrar los ojos y que la música fluyera por todo su cuerpo, como le recomendaba su madre cuando era un niño.

El ballet de Romeo y Julieta compuesto por Prokofiev irrumpió en su vida de la manera más tonta. Fue a través de un anuncio de Chanel en el que una serie de bellas modelos abrían al mismo tiempo los portones de las habitaciones de la fachada de un hotel. Un anuncio que ganó un León de Oro en el prestigioso Festival de Publicidad de Cannes. Pero si había una pieza que le producía algo que era lo que más le acercaba a lo que conocíamos como melancolía era la Meditación de Thais de Massenet, algo que también le pasaba con el Intermedio de la «Cavallaria Rusticana» de Mascagni, una obra que además ocupaba un papel fundamental en la película «El Padrino III», una de sus favoritas, y es que ¿qué sería del cine sin la emoción que la aportaba la música?

Y sí, tenía que confesar que le gustaban los ballets de Tchaikowsky. Reconocía que eran facilones pero qué le iba a hacer, él era facilón y había un pasaje de «La bella durmiente» que era de los que le ponía la piel de gallina. Algo que le pasaba con muchas otras piezas como el Réquiem de Mozart o los solos de violín de sus conciertos número 3 y 5 dedicados a este instrumento. Y qué decir del «Cant del ocells» de Pau Casals, que era capaz de enmudecer a todo un estadio de fútbol cuando lo ponían en el Camp Nou para homenajear a algún ilustre barcelonista fallecido.

Todo esto eran confesiones que tan solo se atrevía a escribir en una columna que no leería nadie porque esto dicho en público podía quedar incluso pedante, pero no por ello dejaba de ser verdad.

www.javiermolins.com

El misterio de la música clásica

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación