HOTEL DEL UNIVERSO

El tapón cerrado o no

«La verdad es que me siento, en buena medida, el mejor discípulo del maestro Félix Rodríguez de la Fuente»

CARLOS y MARZAL

Cada día llevo más lejos mis estudios antropológicos de campo, acerca de las distintas especies humanas que coexisten en el hábitat de la Península Ibérica. La verdad es que me siento, en buena medida, el mejor discípulo del maestro Félix Rodríguez de la Fuente. Confieso que he aprendido más sobre literatura y sobre la sintaxis viendo los programas de «El hombre y la Tierra», que en las largas y plomizas clases que me infligieron en la Universidad de Valencia, cuando hacía como que estudiaba Filología Hispánica. Los capítulos que el amigo Félix dedicó al alimoche común (Neophron Percnopterus) representan para mí una fuente constante de inspiración no sólo estilística, sino filosófica.

Puedo afirmar con absoluta certidumbre que, en el ámbito peninsular, conviven dos especies humanas cuyos comportamientos domésticos son tan distintos que, por lo común, se convierten en enemigas al habitar bajo un mismo techo. Me refiero a los individuos que cierran los tapones de los objetos con tapón, y a los individuos que no los cierran. Esta diferencia, de aspecto superficial, representa una visión del mundo completamente opuesta, porque supone un acatamiento del orden lógico del universo, o una subversión del mismo. Cerrado o Abierto. Con tapón o sin Él. Armonía o Caos. Ley o Promiscuidad.

Los tapones de los objetos con tapón no constituyen un capricho en el mundo objetual, sino la puesta en práctica de la necesidad a través de la materia. Para decirlo de un modo diáfano que puedan entender incluso los niños, a quienes hay que educar desde el primer día de su existencia en el arte de tapar los objetos que deben ser tapados: la cosa en sí del tapamiento se manifiesta en el mundo fenoménico gracias a distintas representaciones accidentales, que adquieren el aspecto del plástico, el corcho, el metal, el vidrio, y que agrupamos bajo el nombre de «tapón», no importa si de rosca, o de bayoneta, o de cualquier otra modalidad de aplicación y uso.

Si los objetos que deben permanecer tapados no lo están, su contenido se vierte, se disipa, se evapora. El mundo se echa a perder por la fea costumbre que tienen algunos de no profesar en el credo de la tapación. El gel de las botellas de gel se esparce en el suelo del cuarto de baño y en las bañeras. El aceite de las botellas de aceite se desparrama en el armario de la cocina. Las especias orientales, con cardamomo y cúrcuma, de los botes de especias orientales, nos ponen perdidos cuando los cogemos del estante en donde reposan las especias orientales.

La sobreabundancia matérica debe contenerse, debe limitarse, debe dosificarse con rigor. ¿Es que no lee nadie a los astrofísicos? ¿Es que nadie quiere darse cuenta de que el universo está en expansión y necesita freno? El dilema ético no consiste en si la botella está medio llena o medio vacía –eso es una simpleza–, sino en si la botella medio vacía o medio llena está tapada o no. Eso sí es alta especulación filosófica.

Las mentes de extrema rusticidad creen que el hecho de dejarse abiertos los tapones de los objetos con tapón supone una casualidad, pero lo cierto es que responde a un plan de desestabilización del equilibrio planetario. Estamos en guerra, y hay quien no lo sabe aún: los que colocamos el tapón contra los que no lo hacen.

El tapón cerrado o no

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