El «secreto» para cumplir 101 años: una familia unida y leche natural

ROSANA B. CRESPO

«Mi secreto de longevidad es haber tomado mucha leche de vaca, que me ha hecho tener los huesos muy fuertes, y tener una familia maravillosa». A sus 101 años y con dos hijos, siete nietos y doce bisnietos, Amparo Navarro Suay sorprende por su lucidez, pese a los golpes que le ha dado la vida. Es una de las mujeres de más edad en Valencia y fue homenajeada el año pasado por el Ayuntamiento.

A los seis años murió su madre y sus tíos le acogieron como si fuera una hija, viviendo con ellos hasta que se casó a los 19 años con Antonio Andrés Espert después de terminar sus estudios. Una vida tan larga da para mucho, y en la suya también destaca haber sido una de las primeras mujeres de la ciudad en sacarse al carnet de conducir.

Sus «padres adoptivos» tenían una alquería llamada l’Alqueria del Portalet, ubicada en el Camino Viejo del Grao, en la que emplearon a más de 40 trabajadores en un amplio terreno donde cultivaban patatas, maíz, cacao o melones para la exportación.

El tío, José Olmos Burgos, se dedicó a la política. Perteneciente al Partido Unión Republicana Autonomista (fundado por Blasco Ibáñez) llegó a ser primero concejal y, posteriormente, alcalde de Valencia en la década de los 30. Amparo recuerda especialmente su amistad con el periodista Félix Azzati, uno de los fundadores del periódico El Pueblo y también miembro del Partido Republicano.

Guerra

La época histórica que más recuerda es la Guerra Civil. A su marido lo llamaron al frente, mientras ella se quedó sola con un niño de dos años y una niña de uno, además de sus hermanos. En la familia de Amparo ocurrió lo que en tantas otras: había gente que luchaba en diferentes bandos. Antonio tuvo que acudir a Málaga en un destacamento de artillería ligera, donde cayó herido. Tras recuperarse, le dieron un trabajo en suministros en el cuartel. Por ese empleo, recuerda Amparo, tuvo una desgracia. Una vez terminada la guerra, subió un día en el tranvía y un miembro de la Falange empezó a gritar: «¡Éste es rojo!», por lo que fue detenido por dos Guardias Civiles. «¿Rojo por qué, si sólo cumplía lo que le mandaban?», se pregunta todavía. «¿Pues sabe lo que tenía contra él? Que se había acostumbrado todos los días a ir a por pan al cuartel, hasta que mi marido le llamó la atención porque era para los soldados y él ya tenía su cartilla de racionamiento», explica.

A causa de este suceso pasó cinco años en la cárcel, de la que salió gracias a la intervención de un primo de Falange. «Él no era ni de unos ni de otros, pero le tocó pagar igual», insiste Amparo. Sin embargo, las adversidades no acabaron. Durante la estancia en prisión de su esposo, falleció su hija mayor de meningitis con ocho años sin que nadie pudiera hacer nada por salvarle la vida. «La posguerra fue lo peor que vivimos. Pudimos ir recuperándonos poco a poco a base de mucho trabajo y de vender propiedades. Conseguimos adquirir esta casa, en la que Antonio acabó su vida», señala. Ni un día ha pasado sin que les rece (conserva dos fotos suyas en la mesita de noche), porque son los «ángeles» que le cuidan.

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