HOTEL DEL UNIVERSO

«HAPPY TRAVELLING»

CARLOS y MARZAL

A fuerza de tanto reclamar transparencia y querer acabar con los escándalos, nos vamos a convertir en uno de los más aburridos países del mundo. (Y no sólo por lo entretenido que resulta desayunarse jugando a adivinar cuál será el escándalo del día.) Pasaremos a ser suecos, o noruegos, o finlandeses, gente paliducha y con horchata en las venas, en las arterias y en los capilares. Nos quieren transformar en un país de hematoplastas. ¿Es que no saben los ciudadanos que el genotipo y el fenotipo del hombre ibérico es amigo del sol, de la conversación de sobremesa, de la dieta mediterránea, de la gratuidad de los bienes terrenales y del turismo placentero? ¿Es que somos cuáqueros? O peor aún: ¿es que somos calvinistas? ¿Para eso se hicieron las guerras de religión? ¿Para eso mandamos a los tercios de Flandes a combatir herejes por Europa?

Lo nuestro es otro asunto, otra manera de entender la vida. Lo da la historia, sí, pero sobre todo lo dan nuestro clima bendito, nuestra gracia innata, la belleza de nuestras mujeres y nuestro natural bondadoso. Los españoles somos física y metafísicamente distintos al resto de los pueblos de la tierra. Y creo que hay que enorgullecerse de esa diferencia y cultivarla.

Por poner un ejemplo: me parece que sus señorías, los diputados y senadores del reino de España, hacen muy bien en no detallar sus viajes, como según dicen sí hacen otros parlamentarios a quienes no ha correspondido la suerte lúdico-genética de nacer españoles. Sus señorías, durante la democracia, han sido los garantes de un mandato que el pueblo les ha encomendado, haciendo uso dicho pueblo de su derecho a decidir sobre qué encomendaba, qué mandaba y a quiénes hacía garantes.

A los españoles, para qué negarlo, nos gusta viajar. Es falso de toda falsedad que seamos reacios a aprender idiomas y a salir de nuestra hermosa península. Lo que ocurre es que los billetes de tren y avión se han puesto por las nubes en los últimos cien años, y la relación calidad-precio de nuestros hoteles no tiene parangón. (El parangón es un concepto rotundo que hay que tener siempre en cuenta a la hora de juzgar las cosas.)

Tengo la certidumbre de que sus señorías, cuando han practicado esta modalidad viajera del «happy travelling» (la movilidad política como viaje de estudios) han respondido a una exigencia de sus votantes. Una voz de la raza les ha hablado: Viajad, ved mundo. Es vuestro deber. Conoced España. El feraz Norte y el ardiente Sur. El laborioso Este y el Oeste no menos laborioso. Y no olvidéis nuestras impares islas: las Afortunadas y el archipiélago balear. Mezclaos con sus nobles gentes: los emprendedores catalanes, los valerosos vascos, los exultantes andaluces. Ah, y no dejéis de adorar a sus mujeres, beldades legendarias. Degustad las delicias de la tierra: el fino fresquito, el mojo picón, el queso de cabrales. Empapaos de la patria. Sed felices. Hacedlo por nosotros. Los españoles somos viajeros, somos conquistadores. Sed curiosos. Viajad y multiplicaos. Que transparenten otros. Mueran los sobrios. Gracias a Dios no somos cuáqueros, ni mucho menos calvinistas.

«HAPPY TRAVELLING»

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