HOTEL DEL UNIVERSO

El entendido y el paradigma

«Al parecer, lo que ha cambiado es el paradigma global, y nosotros seguimos mirando la luna»

CARLOS y MARZAL

En la sobremesa, cuando se termina el café y apura su chupito de whisky de malta, el entendido, que lleva toda la noche queriéndomelo decir, me indica con sonrisa condescendiente: Marzal, insisto, no te enteras de nada. No comprendes el mundo en el que vives.

Mi colega el entendido es un individuo que entiende, entendiendo por entender el hecho de saber de casi todo, de saber lo esencial, lo que cuenta, lo que explica la razón última de los acontecimientos. Mientra los demás nos quedamos en la superficie de las cosas, él se entera, él comprende, él da en la diana, porque para eso es el entendido. El resto de los comensales –que pertenecemos, a grandes rasgos, a la misma familia de incompetentes- nos miramos con asombro y culpabilidad. El mundo en el que vivimos, es cierto, resulta un galimatías.

Al parecer, según nos explica el clarividente, lo que ha cambiado es el paradigma global, y nosotros seguimos mirando la luna, lastrados por un paradigma añoso. El paradigma: de eso se trata. La inconsistente gente de letras –de las antiguas letras, algo que en realidad nunca existió, o que no tuvo que existir tal y como se entendía– no percibe que el saber ya no es estático, sino cambiante. Las cosas, ahora bien, no son líquidas, como dicen algunos. Ese paradigma también resulta obsoleto (porque los paradigmas, según indica la razón paradigmática, duran lo que se tarda en definirlos): las cosas son fluyentes, sea cuál sea su estado: sólido, líquido o gaseoso. Todo corre, todo se desplaza, todo brota y circula.

Los lectores clásicos, nos explica el que sabe, seguís atrapados en los prestigiosos errores que vosotros mismos habéis difundido. Durante siglos se ha propagado la idea de que aquello que necesitaba comprenderse era el corazón humano, y de que la literatura, con sus fábulas, acertaba a explicar los mecanismos de funcionamiento de esa víscera en la que se deposita, de manera simbólica, la extraña voluntad de los individuos. Pero no: ha cambiado el paradigma.

El hombre a la antigua usanza dejó de existir hace ya mucho, superado por una criatura mucho más sencilla, y, por consiguiente, más apta para el mundo: sólo existe el cliente universal. Un cliente que, a su vez, se desdobla en ocasiones en proveedor, pero que de inmediato regresa a su condición de cliente verdadero.

No sabéis Mecánica cuántica. No habéis oído hablar de la teoría perturbacional. Lo ignoráis todo de la narcoeconomía que maneja los hilos a vuestras espaldas. Todo es un único e inmenso cártel monetario-delictivo en perpetuo movimiento perpetuo. Y mientras tanto, vosotros, se ríe el entendido, seguís recitando el mismo soneto amoroso sobre la belleza de la amada. Pobres antiparadigmáticos.

Los comensales solemos estarle agradecidos a nuestro compañero: sus lecciones acerca de la realidad resultan instructivas, aunque no sepamos muy bien qué hacer con ellas. Me siento como esos viejos combatientes tronados que siguen luchando en una guerra acabada años atrás. Como los ancianos que ya no saben poner en marcha el paradigma, y tienen que llamar a su nieto para que lo encienda.

El entendido y el paradigma

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