Las dentaduras revelan que las sociedades más machistas ya lo eran hace 1.000 años
El estudio de los registros dentales de más de 10.000 hombres y mujeres de 139 sitios arqueológicos sugiere que la desigualdad de género en Europa tiene profundas raíces históricas
Las mujeres prehistóricas, más fuertes que las remeras de élite

El ADN no es lo único que heredamos de nuestros antepasados. De generación en generación, se transmiten prácticas y creencias que calan en nuestra manera de ver el mundo. También en las relaciones entre hombres y mujeres. Una singular investigación de la Universidad de Washington en St. Louis sugiere que la desigualdad de género en Europa tiene profundas raíces históricas que se remontan a la Edad Media y más allá. Y, advierten, por mucho que se haya avanzado en la lucha contra el machismo, son sesgos tan profundamente arraigados que es muy difícil erradicarlos.
Según explican los autores en 'Proceedings of the National Academy of Sciences' (PNAS), las personas que viven en áreas donde históricamente se favorecía a los hombres frente a las mujeres muestran hoy en día más prejuicios machistas que aquellas de zonas donde las relaciones de género han sido más igualitarias. Para llegar a esa conclusión, el equipo ha analizado los registros dentales de más de 10.000 personas de 139 sitios arqueológicos en torno al año 1200 de nuestra era en toda Europa. Dos de ellos están en España: uno en Roquetas (1300-1400 d.C.) y otro, un convento agustino de 1700 d.C.
La idea de comprobar la desigualdad de género en la dentadura puede parecer atípica, pero investigaciones arqueológicas anteriores ya han utilizado las hipoplasias lineales del esmalte, lesiones permanentes en los dientes causadas por traumatismos, desnutrición o enfermedades, para analizar la igualdad de género prehistórica. Debido a que las lesiones se forman exclusivamente en casos de estrés corporal sostenido, su presencia o ausencia puede informar sobre la salud y las condiciones de vida de las personas. Además, las diferencias entre los dientes masculinos y femeninos en el mismo lugar son una indicación de qué sexo recibió un trato preferencial en términos de atención médica y recursos dietéticos en ese momento.
Dos ciudades
Para ilustrar su hipótesis, los autores dan dos ejemplos. En Istria, un pequeño asentamiento griego urbano en el Mar Negro en la actual región de Dobruja en Rumanía, los investigadores estudiaron los registros dentales de 49 esqueletos del año 550 d. C. El 58% de las mujeres mostraban signos de desnutrición y trauma en los dientes, algo que solo le ocurría al 25% de los hombres. Hoy en día, la desigualdad persiste, según los indicadores modernos. Solo el 52% de las mujeres participan en el mercado laboral frente al 78% de los hombres, y solo el 18% de los representantes en el consejo municipal moderno son mujeres. Además, más de la mitad de los residentes cree que los hombres tienen más derecho al acceso al trabajo remunerado que las mujeres y existe la creencia generalizada (89%) de que una mujer debe tener hijos para estar satisfecha.
La cosa cambia en Plinkaigalis, una comunidad rural en la actual Lituania occidental compuesta por una población de bálticos. De los 157 esqueletos en este sitio, que también datan del año 550 d. C., el trauma y la desnutrición afectan al 56% de los varones, pero solo al 46% de las mujeres. Estudios separados también han encontrado evidencias de que las normas de género aquí eran favorables para ellas.
En la era moderna, este lugar, ahora llamado Ke ̇dainiai, sigue siendo relativamente igualitario. Los niveles de empleo no varían mucho según el género: 76 % de hombres frente a 72,7 % de mujeres. Y las mujeres están representadas casi proporcionalmente en la política local (48%). Del mismo modo, menos de una cuarta parte de los residentes de la ubicación moderna cree que los hombres tienen más derecho a un trabajo, y poco más de la mitad cree que las mujeres necesitan hijos para sentirse satisfechas.
Según los investigadores, los sesgos históricos se mantienen con esa fuerza porque se transmiten de generación en generación, sobreviviendo a cambios socioeconómicos y políticos monumentales, como la industrialización y las guerras mundiales. «Nos sorprendió ver una relación tan clara», reconoce Margit Tavits, coautora del estudio. Por ejemplo, las personas que vivían en un área históricamente igualitaria tenían un 20 % más de probabilidades de tener actitudes «pro-femeninas» que las personas que vivían en áreas históricamente más «pro-masculinas».
Excepción a la regla
Solo encontraron una excepción a la regla: en las regiones que experimentaron un reemplazo de población abrupto y a gran escala, como una pandemia o un desastre natural, la transmisión de estos valores se interrumpió. Esto ocurrió en las áreas más afectadas por la peste bubónica del siglo XIV o tras la llegada de los colones europeos en el siglo XVI, que provocó el desplazamiento a gran escala de los nativos americanos.
"En el mundo del África subsahariana, las mujeres de muchas poblaciones tenían un poder importante en algunos aspectos que quedaron absolutamente anulados cuando llegaron las poblaciones colonizadoras europeas, que no las entienden como interlocutoras y esas mujeres pierden poder", explica Marga Sánchez Romero, catedrática de Prehistoria en la Universidad de Granada, que no ha participado en el estudio.
La increíble estabilidad de estas normas durante cientos, si no miles, de años también explica, según los autores, por qué ha sido difícil en algunas regiones avanzar hacia la igualdad de género a pesar de los importantes avances logrados por el movimiento internacional por los derechos de las mujeres en los últimos 100-150 años. «Ha habido una creencia generalizada de que las normas de género son un subproducto de factores estructurales e institucionales como la religión y las prácticas agrícolas. Nuestros hallazgos llaman la atención sobre el hecho de que las normas de igualdad de género transmitidas de una generación a la siguiente pueden persistir incluso si las instituciones o estructuras incentivan la desigualdad, y viceversa», dice Tavits.
Para Sánchez Romero, la hipótesis que plantea el artículo "es bastante lógica, porque hablamos de sociedades patriarcales en las que la idea de la desigualdad entre mujeres y hombres está en la base de su funcionamiento y, por tanto, utilizan todas las estrategias posibles para que esa desigualdad se mantenga. La educación, las normas, las leyes... están escritas para reforzarla. De hecho, el patriarcado se sigue reinventando constantemente".
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Los autores del estudio advierten a aquellos que trabajan para fomentar la igualdad de género que las reglas y las políticas no serán suficientes para socavar las creencias sexistas profundamente arraigadas y mantener la igualdad. «También debemos abordar las fuerzas culturales que canalizan estas creencias», subrayan.