La Voyager 2 descubre una región del espacio de mayor densidad, más allá del sistema solar
La nave de la NASA ha confirmado resultados conseguidos por la Voyager 1: un aumento en la concentración de electrones en el espacio interestelar, cuyo origen es desconocido
Hoy en día todos hemos podido ver impresionantes imágenes de Plutón o Saturno, o instantáneas tomadas desde la superficie de Marte. Pero hace solo unas décadas ninguna persona había visto algo así. En gran parte, este cambio de perspectiva se lo debemos a las naves Voyager 1 y 2, de la NASA, que en los años setenta y ochenta exploraron los gigantes gaseosos y tomaron fotografías increíbles de nuestro vecindario.
Esas naves siguen funcionando más de 40 años después de su lanzamiento y ya se han convertido en los artefactos humanos que más lejos han llegado. De hecho, ambas viajan ya por el espacio interestelar (desde 2012, en el caso de la Voyager 1, y desde 2017, en el caso de la Voyager 2), una región situada más allá de la heliosfera, la burbuja en la que el viento solar se impone al medio situado más allá.
Esta semana, un artículo publicado en « The Astrophysical Journal Letters » ha informado de que la Voyager 2 se ha encontrado con una región de mayor densidad en el espacio interestelar. Este hallazgo confirma que una detección similar de la Voyager 1 no es un error y que ahí fuera existe una gran región en la que la densidad del espacio sufre una importante oscilación. Lo más interesante es que se desconoce el motivo.
El frente del viento solar
Para entender todo esto, hay que recordar que el Sol es una central nuclear de fusión que produce un intenso viento solar, un importante flujo de protones, electrones y partículas alfa . Esta corriente se adentra en el espacio en todas direcciones, y desplaza al medio interestelar, situado más allá, creando un frente de choque o frontera, conocido como heliopausa .
Esta heliopausa oscila, en función de las condiciones. El efecto recuerda al frente de choque que se forma cuando un chorro de agua del grifo choca contra las paredes de la pila , en la cocina, y se expande en todas direcciones.
Dado que el Sol se está moviendo en relación con el espacio interestelar, la heliosfera no tiene forma de esfera, sino más bien de lágrima, con una nariz apuntada en la dirección hacia la que avanza el Sol (y todos los planetas) y una cola detrás.
Llegada a los límites
Pues bien, hace unos años las Voyager atravesaron la nariz de la heliosfera, en distintos puntos, y se encontraron con la zona donde la densidad del viento solar se desploma y da lugar al espacio interestelar, dominado por la energía que llega de las otras estrellas de la galaxia.
Sus instrumentos se dedican ahora a estudiar la naturaleza de este espacio interestelar . Es por eso que descubrieron que, frente a la heliosfera, donde hay 3 protones y 10 electrones por centímetro cúbico, al pasar la heliopausa disminuye la concentración de partículas en el espacio.
En concreto, la Voyager 1 detectó una densidad de 0,055 electrones por centímetro cúbico en el espacio interestelar, mientras que la Voyager 2 detectó 0,039.
Un ligero aumento de densidad
Lo que el actual estudio analiza ocurrió cuando ambas naves recorrieron varios miles de millones de kilómetros más, tras atravesar la heliopausa. Después de dejar atrás unas 20 unidades astronómicas (es decir, 2.900 millones de kilómetros), la Voyager 1 detectó un incremento de 0,13 electrones por centímetro cúbico.
Ya en junio de 2019, la Voyager 12 detectó un aumento de 0,12 electrones por centímetro cúbico, esta vez a una distancia mucho mayor de la heliopausa, a 124,2 unidades astronómicas.
Estos cambios son pequeños, pero son muy relevantes para los científicos, sobre todo porque no saben qué los está generando .
Una teoría es que el campo magnético interestelar es más fuerte en las proximidades de la heliopausa, lo que elimina parte del plasma, y de las partículas, en esta zona. Otra idea es que el material procedente del viento interestelar pierde velocidad según se acerca a la heliopausa. De hecho, es perfectamente posible que ambos efectos estén ocurriendo a la vez.
Los autores del estudio han comentado que serán necesarias futuras mediciones para tratar de averiguar qué está ocurriendo, pero han reconocido que no saben si las naves seguirán funcionando el tiempo suficiente.
La muerte no es el final
La vida útil de las Voyager acabará a finales de esta década o comienzos de la próxima, cuando su generador de radioisótopos, el RTG o «Radioisotope Thermal Generator», se agote. Desde entonces, no podrán alimentar sus instrumentos ni mandar datos a la Tierra.
Ni siquiera entonces su viaje finalizará. Las sondas orbitarán la Vía Láctea durante millones de años y es muy probable que estén entre los vestigios más duraderos de la civilización humana. Por si acaso, a bordo de las Voyager viaja un disco dorado repleto de saludos, música y datos para encontrar la Tierra en nuestra zona de la galaxia.
Por mucho que hayan dejado atrás la heliosfera, las naves no han abandonado, técnicamente, el sistema solar. La Voyager 2 necesitará del orden de 300 años de vuelo para llegar a la parte interna de la nube de Oort , una vastísima región de pequeños objetos rocosos y helados procedentes de la formación del sistema solar. Sus límites son inciertos, pero se estima que la Voyager 2 necesitará un total de 30.000 años para atravesarla y salir del sistema solar . Esta nave viaja a unos 56.000 km/h, pero incluso así su velocidad es nimia en comparación con las dimensiones del sistema solar .
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