La respuesta de un premio Nobel al enfermo español que le hizo un regalo por salvarle la vida
Cuando Alexander Fleming visitó Madrid en 1948 se encontró con un presente inesperado en la habitación del Hotel Ritz donde se alojaba. Y escribió una carta de agradecimiento
Si echamos la vista atrás, el mapamundi de la década de los cuarenta del siglo pasado era mucho más pequeño que el actual, y las experiencias en el ámbito científico se traducían de una forma mucho más pausada. Cualquier avance -por transcendental que fuese- requería su tiempo.
Nadie duda que uno de los grandes logros científicos de ese siglo fue la aparición de los antibióticos en el arsenal terapéutico, y que la aportación de Alexander Fleming (1888-1955) fue decisiva.
La penicilina fue descubierta en 1928 pero no alcanzó el reconocimiento científico hasta mucho tiempo después. Fue en 1944 cuando su efecto bactericida permitió salvar la vida de cientos de heridos graves que participaron en el desembarco de Normandía.
Penicilina de extraperlo
En nuestro país la penicilina no llegó hasta ese año y no se puede decir que lo hiciera con los resultados esperados. En 1944 un contenedor con hielo y unas dosis de penicilina aterrizó en Madrid. Procedía de Río de Janeiro y su emisor era el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil. Antes de llegar al aeropuerto de Barajas había realizado escala en Casablanca y Lisboa.
Mientras el ansiado antibiótico efectuaba este prolijo periplo, los médicos se afanaban por mantener con vida a Amparo Peinado, una niña de 9 años enferma de septicemia estreptocócica. Desgraciadamente la penicilina llegó demasiado tarde -probablemente con una dosis insuficiente- y nada se pudo hacer.
La misma suerte corrió un ingeniero de minas gallego aquejado de endocarditis bacteriana, una enfermedad letal en la era preantibiótica. En esta ocasión la penicilina había sido donada por el ejército estadounidense desplazado en el norte de África.
Mayor fortuna tuvo el doctor Carlos Jiménez Díaz en agosto de 1944. Enfermo de una neumonía neumocócica, pudo burlar la muerte gracias a que sus discípulos se hicieron con dos gramos del preciado antibiótico de estraperlo. Lo adquirieron en el bar Chicote de la Gran Vía madrileña.
Fleming visita España
Tan sólo cuatro años después de estas primeras experiencias -a finales de mayo de 1948- sir Alexander Fleming, en compañía de su esposa Sarah, visitó España. Fue recibido por las autoridades españolas con todos los honores que se merecía.
Su gira comenzó en Barcelona y a comienzos del mes siguiente se desplazó hasta Madrid, alojándose en el Hotel Ritz. A su habitación llegó una inesperada carta.
La misiva estaba fechada el 11 de junio, tan sólo unos días antes, y el remitente era un paciente agradecido, Julio Casado. Advertido por los medios de comunicación de la visita del científico escocés no quiso perder la oportunidad para agradecerle -en español cervantino- haber salvado la vida gracias a su descubrimiento.
Junto al escrito se había tomado la licencia de agasajarle con una caja de chocolate y un ramo de flores. Don Julio se despedía con una fórmula que ahora se nos antoja decimonónica pero que no refleja otra cosa que su enorme gratitud: «póngame a los pies de su distinguida esposa».
Podríamos pensar a priori que el Premio Nobel se encontraría demasiado ocupado con los actos académicos y atendiendo a las autoridades competentes como para disponer del tiempo suficiente para responder al señor Casado, pero no fue así.
«Un tesoro»
Disponemos de la carta que envió Fleming, de su puño y letra y en un perfecto inglés, al señor Casado, agradeciéndole la cortesía. En ella no faltan muestras de la flema inglesa: «Las flores se marchitan y el chocolate desaparece, pero la caja permanecerá como la posesión de un tesoro, como un recuerdo de su amabilidad y de mi visita a Madrid».
El 10 de junio Alexander Fleming prosiguió su viaje y desplazó hasta Jerez de la Frontera. Allí visitó la bodega de Pedro Domecq, en donde le invitaron a escribir su nombre con tiza sobre un barril de madera. Una estampa que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía se puede contemplar.
A veces la grandeza científica de un personaje eclipsa conceptos como el sentido del compromiso, la solidaridad o la humildad. Pero historias como ésta demuestran que, en no pocas ocasiones, la nobleza humana transciende la excelencia científica.
Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación .
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