La reina española que murió en una epidemia

La enfermedad ha pasado a la Historia como el «Gran Catharro» y a punto estuvo de cambiar la Historia de España

Pedro Gargantilla

Corría el año 1580 cuando una enfermedad desconocida por aquel entonces se inició en Asia y desde allí se extendió como la pólvora hasta África y Europa, cruzando más tarde el “charco” y llegando a América.

En apenas seis semanas el 80% de la población del Viejo Continente estaba infectada y, en las grandes ciudades, las muertes se contaban por miles. Los síntomas, a juzgar por las descripciones que nos han llegado, incluían fiebre e irritación pulmonar.

Algunos pacientes, seguramente los más graves, hacían “denodados esfuerzos por expulsar el agente causante de la irritación, experimentando notable dificultad en la alternativa inspiración y expiración de aire”. Además, esta enfermedad “atacaba con dolor de cabeza, estómago y piernas, y lasitud en todo el cuerpo”.

En nuestro país comenzó a comienzos de agosto de aquel año, con una elevada contagiosidad y afectando en poco tiempo a prácticamente la totalidad de la Península Ibérica.

Los cronistas refieren que murió “ mucha gente, despoblándose casas y que en el monasterio de San Lorenzo no quedó fraile que no cayese en cama”. Se calcula que en la capital portuguesa se cobró más de seis mil vidas.

En plena epidemia el monarca Felipe II inició su camino hacia Lisboa para tomar posesión del reino de Portugal, pero las malas noticias que llegaban desde la corte vecina aconsejaban que se detuviera en Badajoz a la espera de mejores noticias.

Fue durante su estancia en la proximidad de “la raya” cuando tuvo la mala suerte de pasar a engordar la nómina de enfermos.

El Gran Catharro

Esta enfermedad, considerada como la primera epidemia de gripe de toda la Historia, recibió el nombre de “ Gran Catharro ”. Los galenos italianos la denominaron inicialmente “influenza” –término que usamos en estos momentos para designar al virus de la gripe - debido a que pensaron que se había producido a consecuencia de una mala “influencia astrológica”.

Lo que sí que es cierto es que en aquellos años hubo una enorme inestabilidad climática, con grandes nevadas, olas de frío y lluvias extremas. Fue la primera manifestación de lo que más adelante se llamaría miniglaciación (Kleine Eiszeit) y que se prolongaría, con diferentes treguas, hasta mediados del siglo diecinueve.

Volviendo a Felipe II, la gravedad clínica hizo temer lo peor a los médicos de palacio, hasta el punto que recomendaron al monarca realizar testamento. A pesar de los “esfuerzos” de estos galenos, que se aplicaron en cuerpo y alma en realizar repetidas sangrías, el monarca recobró la salud.

No tuvo igual suerte Ana de Austria (1549-1580), su cuarta esposa y sobrina, que le había acompañado hasta Badajoz y que falleció a consecuencia de la infección . En aquellos momentos se encontraba embarazada de siete meses . Inicialmente la soberana fue enterrada en el monasterio pacense de Santa Ana, hasta que años después su cuerpo fue traslado al monasterio de El Escorial, donde reposa actualmente.

¿Y si no fue gripe…?

El estudio de las enfermedades infecciosas en la época pre-laboratorio se expone a diagnósticos erróneos, ya que sólo pueden realizarse en virtud de la sintomatología y el cuadro clínico aportado por galenos y cronistas . Por este motivo, hay que ser siempre muy cautelosos en poner nombres y apellidos a este tipo de enfermedades.

Algunos autores, en base a que esta epidemia apareció en verano y no durante los meses invernales, a que cursó con una elevada mortalidad y a que afectó a una gran parte de la población, defienden que se debió a una infección por Bordetella pertussis –tos ferina- o a un virus aviar o porcino.

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación .

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