La «partícula de Dios» que comenzó siendo «maldita»

Muere a los 96 años el Nobel Leon Max Lederman, el físico que le puso su popular nombre al bosón de Higgs, de forma involuntaria

Simulación de un choque de partículas en el LHC ABC

ABC Ciencia

«Nada sabemos del Universo antes de que llegase a la madura edad de una mil millonésima de una billonésima de segundo, es decir, nada hasta que hubo pasado cierto tiempo cortísimo tras la creación en el Big Bang. Si leéis o escucháis algo sobre el nacimiento del universo, es que alguien se lo ha inventado. Estamos en el reino de la filosofía. Sólo Dios sabe qué pasó en el Principio Mismo (y hasta ahora no se le ha escapado nada).

Esto, ¿por dónde íbamos? Ah, ya…».

Estas palabras corresponden al libro «La partícula divina: si el Universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?», firmado por el premio Nobel de Física Leon M. Lederman (Nueva York, 1922) junto al escritor Dick Teresi . La obra, a pesar de su título, no hace muchas más referencias a Dios y se centra en explicar a través de historias y anécdotas desde el comienzo del Universo hasta las investigaciones que se estaban produciendo allá por 1994 (año en el que fue publicado) para encontrar el bosón de Higgs , esa partícula que daría sentido al Modelo Estándar de la física de partículas que rige todo el conocimiento científico actual. Pero Lederman, que fallecía el pasado miércoles a los 96 años según confirmaba el Fermilab (el laboratorio estadounidense de física de partículas del que fue responsable desde 1978 hasta 1989), dejaría más ruido por el polémico bautizo de la escurridiza partícula.

Leon Lederman en la portada de su libro «La partícula divina»

Una teoría de marketing, no científica

Para el disgusto de la comunidad científica -incluido Peter Higgs , el físico que teorizó por primera vez sobre su existencia-, el apelativo de «la partícula divina» o «la partícula de Dios» que tan alegremente empezaron a utilizar los medios para referirse al bosón de Higgs, se popularizó hasta convertirse en sinónimo. Y la simplificación no era una cuestión de ciencia, sino de marketing: Lederman siempre bromeó con la posibilidad de titular su obra « The goddamn particle » (traducido al español en algo así como « La maldita partícula »), en honor a su capacidad para esconderse de los científicos. Sin embargo, su editor pensó que las ventas aumentarían si se reformulase en « The God particle » (la famosa «partícula de Dios» en castellano), algo que el mismo Lederman rechazó por no hacer justicia al concepto y alimentar el debate de ciencia contra religión.

Aunque se contaba con él desde 1964, no fue hasta el verano de 2012 cuando el bosón de Higgs era descubierto gracias a los experimentos CMS y ATLAS , desarrollados en el Gran Colisionador de Hadrones del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), ubicado en la frontera franco-suiza. Encontrarlo supuso, aparte de refrendar la teoría del Modelo Estándar, la apertura hacia el replanteamiento de nuevos conceptos, como la materia oscura o el fin del Universo . En todas las teorías, este descubrimiento es vital, ya que este bosón es el responsable de la masa de todas las demás partículas , que sencillamente no existiría sin él.

Nobel y otras aportaciones de Lederman

Pero Lederman es mucho más que el «padre» de la «partícula de Dios». El físico estadounidense recibió el Nobel de Física en 1988 junto con dos compañeros más ( Jack Steinberger y Melvin Schwartz ) por su investigación sobre los neutrinos y su demostración de la doble estructura de los leptones (lo que permitió elaborar, precisamente, el Modelo Estándar en los años setenta).

Leon Max Lederman, fotografiado en 2007 FNAL

En 1977, Lederman dirigió al equipo que descubrió la partícula llamada quark inferior y dirigió el Fermilab mientras construía su colisionador Tevatron , el destructor de átomos con la energía más alta del mundo desde 1983 hasta 2010. Además, desarrolló una pasión por la educación científica y la divulgación. De hecho, entre 1951 y 1978 fue mentor de 50 estudiantes de doctorado, y le gustaba bromear sobre su éxito como maestro y asegurar que « ni uno solo estaba en la cárcel ».

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