¿Ligan más lo hombres que conducen coches caros?
En su libro «Testosterona rex», Cordelia Fine demuestra con numerosos estudios que los roles sexuales son en gran medida mitos, convencionalismos y suposiciones culturales, y demanda una sociedad más igualitaria
¿Tienen los hombres que conducen un Maserati más éxito entre las mujeres? ¿Son ellos más promiscuos, aventureros y agresivos que ellas? ¿Hay una base biológica para estas supuestas diferencias, o más bien dependen de la cultura y de los valores sociales?
Cordelia Fine , profesora titular de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Melbourne (Australia), trata de contestar a esta pregunta, fundamentalmente derribando el papel del sexo biológico como una fuerza determinante , como «la causa básica, dominante, poderosa y directa de los resultados humanos». En su libro « Testosterona rex » (editorial Paidós), hila una narración exquisita y repleta de referencias científicas, así como divertidas historias cotidianas, con las que intenta derrotar a una «criatura» a la que llama «Testosterona rex» . ¿Pero, quién es esta? Según escribe, es «ese relato conocido, plausible, universal y poderoso sobre el sexo y la sociedad» . Un relato que, en definitiva, da una explicación muy conveniente sobre las «persistentes y aparentemente insalvables desigualdades entre los sexos». Pero, ¿realmente es así?
La autora señala que no pretende negar la evolución o las diferencias biológicas, sino rechazar este relato basándose en multitud de estudios. Y lo hace después de resaltar que los datos y afirmaciones científicas sobre la naturaleza del ser humano no dicen cómo deben ser las cosas , puesto que esa responsabilidad recae en los valores que se construye una sociedad.
La diferente inversión de hombres y mujeres
Cordelia Fine comienza explicando qué dice este relato sobre hombres y mujeres y lo hace resaltando el importante significado del sexo biológico: «Lo primero que preguntamos cuando nace un bebé es su sexo (...). Así que quizás no es sorprendente que se suela pensar que el sexo biológico es una fuerza tan fundamental dentro del desarrollo que no solo crea dos tipos de sistemas reproductivos, sino dos tipos de persona ».
Se suele considerar que el factor clave es la testosterona, una hormona fundamental en el desarrollo del sistema reproductor masculino y en la aparición de características sexuales secundarias, como la masa muscular, el vello facial o el ensanchamiento de la espalda.
Estos planteamientos, prosigue, tienen sus raíces en la teoría de la evolución y en la idea de la diferente inversión biológica que hace cada sexo en la reproducción , es decir, en la creación de un bebé. Mientras que ellas acogen al embrión durante 40 semanas, pasan el parto y luego lo amamantan durante meses, en teoría ellos solo aportan un espermatozoide. «Esta diferencia básica en la inversión biológica (...) significa que, al menos en ciertos aspectos y en tiempos ancestrales, cada sexo debía adoptar actitudes distintas ante la vida para alcanzar el éxito reproductivo», escribe Cordelia Fine.
Esto supone que los hombres, con solo contribuir con una inversión mínima, un poco de esperma, «tienen la posibilibad de cosechar un enorme beneficio reproductivo al mantener relaciones con muchas mujeres, preferiblemente jóvenes y fértiles», resume la autora. «Para las mujeres, la cosa cambia. Su mayor preocupación es tener acceso a recursos que les permiten cuidar de unos descendientes por los que han pagado un alto precio biológico», al menos este gran relato al que Cordelia Fine llama «Testosterona rex».
Las personalidades de los sexos
Por tanto, y a través de la selección sexual, una forma de selección natural centrada en las ventajas reproducivas de los individuos, se supone que aparecieron las distintas personalidades de los sexos . «Los hombres desarrollaron rasgos promiscuos, arriesgados y competitivos, porque dichas cualidades eran las que más los ayudaban a acumular los recursos materiales y sociales que atraían a las mujeres». Por otra parte, en las mujeres se favoreció otro comportamiento: «Algunos autores apuntan a una estrategia femenina basada en tener aventuras oportunistas con hombres genéticamente superiores durante la fase fértil del ciclo menstrual para cazar "buenos genes"».
Todo esto, se suele presentar, según apunta Cordelia Fine, «como una lógica evolutiva objetiva, imparcial e indiscutible», en definitiva, como un relato inamovible (al que llama, recordemos, «Testosterona rex»). Una causa factible para que la evolución haya creado dos tipos de cerebro humano, una explicación para poder afirmar que a los hombres les gusta esto y a las mujeres les gusta aquello .
Las moscas de Bateman
De acuerdo con lo escrito en «Testosterona rex», esta noción es más frágil de lo que podría parecer, a luz de cuáles son las investigaciones que le dieron forma a estas teorías. Una de ellas es el famoso experimento de Angus Bateman con las moscas de la fruta , realizado hace medio siglo: «Si alguna vez te has topado con la idea de que los hombres conducen Maseratis por la misma razón que los pavos reales tienen colas sumamente llamativas, es que te ha llegado el murmullo de este emblemático estudio», escribe Cordelia Fine.
El asunto se remonta a lo que apuntó Charles Darwin cuando dijo que, normalmente, el reto de ser escogido por una pareja suele recaer en los machos , quizás a causa de las diferencias de tamaño y de movilidad entre el esperma y los óvulos. Angus Bateman quiso comprobar estas hipótesis observando el proceso de la selección sexual en el interior de contenedores de cristal llenos de moscas. Su hipótesis de partida era que, si Darwin tenía razón, él debería encontrar una mayor variación en el éxito reproductivo de los machos que en las hembras, puesto que eran ellos quienes «sudaban» más para ligar, mientras que ellas sencillamente esperaban.
Bateman usó moscas mutantes para tratar de seguir a los descendientes de cada especimen. Después de hacer números, el investigador llegó a la conclusión de que el éxito reproductivo de los machos aumentaba con su promiscuidad, cosa que no ocurría en el caso de las hembras. Esto, «se ha convertido en la percepción común de que el éxito de los hombres para engendrar descendencia está en gran parte limitado por la cantidad de mujeres que inseminan », escribe Cordelia Fine.
El biólogo evolutivo Robert Trivers rescató estos experimentos y resaltó el desequilibrio de los costes reproductivos, debido a las diferencias de tamaño de espermatozoides y óvulos, la gestación, la lactancia, la alimentación y la protección. Por ello, según Trivers, «el sexo que más invierte –las hembras, por lo general– debe esperar a que aparezca el mejor macho posible (...) mientras que para los machos lo mejor es competir con otros machos para diseminar su económica semilla». Aquellos con más éxito, ya sea el éxito conducir un Maserati, tener un despacho más amplio o coleccionar más trofeos, tendrán más parejas reproductivas. «Desde esta perspectiva evolutiva, una mujer que aspira a alcanzar un estatus elevado es un poco como un pez que aspirar a ir en bicicleta», apunta la autora de «Testosterona rex».
Las hembras también son promiscuas
Pero, en realidad, el paradigma de Bateman no ha soportado muy bien la informática moderna, los métodos estadísticos más sofisticados o los avances en genética. Cordelia Fine comenta que análisis como los de los biólogos evolutivos Brian Snyder y Patricia Gowaty han mostrado que, en realidad, el número de parejas de las moscas aumentaba el éxito reproductivo tanto de machos como de hembras, y que lo hacía de forma parecida. Es decir, en el mundo de las moscas de la fruta, tanto hembras como machos se benefician de ser promiscuos.
Fine abunda también en el hecho de que l a promiscuidad femenina es frecuente en el reino animal , con un estudio que mostró que esta estrategia proporciona un mayor éxito reproductivo a 39 especies animales, incluyendo a la ballena jorobada y a los primates. Además, hay estudios que han mostrado que las leonas pueden llegar a aparearse hasta 100 veces al día con distintos leones, y que las hembras de babuinos de la savana buscan que sus apareamientos sean numerosos y breves.
Y el estatus no es solo cosa de ellos. Tal como señaló hace tres décadas la ecóloga del comportamiento de la Universidad de California en Davis, Sarah Blaffer Hrdy, y como muchos estudios siguen confirmando, «el estatus y la situación de las hembras pueden repercutir enormemente en su éxito reproductivo»: por ejemplo, ocurre que « las hembas dominantes de mamíferos obtienen más comida y de mayor calidad y mayor acceso al agua o a lugares de anidación», lo que repercute en «un mayor éxito reproductivo entre hembras dominantes en varias especies». Por tanto, «ni la promiscuidad ni la competición son necesariamente terreno exclusivo del éxito reproductivo masculino», según escribe la autora de «Testosterona rex».
«Muchos machos protegen, rescatan, vigilan, cuidan, adoptan, cargan, cobijan, alimentan y lavan a las crías, y juegan con ellas»
Además, para los machos, la reproducción no es precisamente una tarea sencilla y barata. «Muchos machos protegen, rescatan, vigilan, cuidan, adoptan, cargan, cobijan, alimentan y lavan a las crías, y juegan con ellas». Y no solo eso: los machos de muchas especies son selectivos a la hora de buscar pareja reproductiva, tienen que hacer costosos regalos nupciales o invierten enormes cantidades de tiempo y energía en el cortejo.
Con todo esto, Cordelia Fine muestra la asombrosa diversidad de los roles sexuales en el reino animal y descarta que el tamaño de los gametos determine cómo es el apareamiento o el cuidado parental.
¿Y qué pasa con los humanos?
Entonces, ¿qué pasa con los humanos? Se estima que una mujer podría traer al mundo a unos quince niños durante toda su vida, y se suele decir que los hombres tienen el potencial de producir diez veces más niños en solo un año.
Sin embargo, la psicolóloga Dorothy Einon echa por tierra esta idea, tal como recoge Cordelia Fine, porque la reproducción es mucho más complicada, incluso para un «Don Juan» solo interesado en tener múltiples parejas. Para empezar, cada hombre debe encontrar a una mujer sana y fértil, en el rango de edad adecuado , que no esté lactando y que no tenga pareja, que le escoja a él por encima de todos los demás y que esté interesada en tener relaciones sexuales. Debe, además, reproducirse con esta mientas mantiene su estatus y sus recursos materiales para seguir siendo una pareja deseable para otras mujeres. En cada coito, tiene una probabilidad de dejar embarazada a la mujer de, como máximo, el 9 por ciento. Por tanto, de media, un hombre que se dedicase a aparearse durante un año de forma indiscriminada, con hasta 100 mujeres (un año tiene 365 días) solo conseguiría como máximo que tres de esas cien se quedasen embarazadas .
Por tanto, escribe Cordelia Fine: «Como vemos, tras las puertas cerradas a cal y canto de la fidelidad no se extiende precisamente un campo infinito y sumamente fértil al que los hombres puedan ir a esparcir su semilla».
Por eso no sorprende que, en sociedades tradicionales de cazadores-recolectores, «se estime que el máximo número de hijos que un hombre puede engenderar está entre 12 y 16, una cifra que no dista tanto de la de las mujeres (entre nueve y 12)». Este desequilibrio aumenta en sociedades de pastores-agricultores y todavía más en sociedades de agricultura intensiva, donde un puñado de hombres ricos y poderosos pueden hacerse con grandes harenes. Todo gracias a circunstancias sociales y económicas tan insólitas como inaceptables en la mayor parte de las sociedades actuales.
La gran mayoría prefiere una pareja estable
A pesar de todo, ocurre que « los hombres que se acuestan con muchas mujeres cumplen nuestras expectativas ; los monógamos nos parecen la excepción», según escribe la autora de «Testosterona rex». Pero, según dice, en general hoy en día los hombres muestren un mayor interés en el sexo sin compromiso que las mujeres, no existe una línea divisoria tan clara entre los sexos. Según el segundo sondeo nacional británico sobre actitudes sexuales y estilos de vida ( Natsal ), la cifra media de parejas totales durante la vida de los participantes fue de seis entre los hombres y cuatro entre las mujeres . De hecho, según los datos de Natsal, el 80% de los hombres y el 89 % de las mujeres prefieren mantener una relación sexualmente exclusiva.
Pocos hombres , prosigue la autora, parecen dispuestos a llevar «a cabo la heroica lista de tareas que supondría lograr una cifra de parejas sexuales sin compromiso lo suficientemente elevada como para tener posibilidades de salir teóricamente victoriosos en la carrera reproductiva contra un macho monógamo».
El sexo es humano, no solo reproducción
Además de estos fríos datos, Cordelia Fine recuerda que el sexo no está «aislado e inalterado de factores como la identidad, la reputación, las reglas basadas en el género, las nociones de conquista –una visión positiva de los hombres promiscuos– y puta –una visión negativa de las mujeres promiscuas–, la presión de grupo, el prestigio, el poder, la economía, las relaciones, los guiones sexuales moldeados por la cultura , la vergüenza ante el propio cuerpo o cualquier otro componente complejo de la vida interior y exterior de cada uno». A diferencia de lo sugerido por Angus Bateman para las moscas, el comportamiento sexual humano no está despojado de toda humanidad .
Todo esto pone de relieve lo engañoso que resulta «afirmar la equivalencia entre, el plumaje de las aves y los coches deportivos para atraer a las parejas», tal como afirma el antropólogo Jonathan Marks, de la Universidad de Carolina en Charlotte.
237 razones para tener sexo
«Confundir la sexualidad (cultural) humana y la reproducción (natural) es típicamente pseudocientífico. No cabe de duda de que la sexualidad busca la reproducción... si eres un lémur . Pero si eres humano, la sexualidad busca muchas otras cosas; es el efecto de la evolución sobre la naturaleza humana», escribe Marks, según recoge la autora de «Testosterona rex». Para el antropólogo Greg Downey: «La expresión sexual humana (...) hace mucho tiempo que es mucho más compleja que la mera unión fructífera de gametos».
Aunque la función original de nuestros deseo y actividades sexuales fuera la reproducción, eso no implica que en la actualidad no tenga otras funciones, como pueden ser «el estrechamiento de lazos afectivos y la reducción de tensiones personales e interpersonales», tal como sugiere Paul Abramson en su libro «With pleasure: Thoughts on the Nature of Human Sexuality».
Pero hay muchos motivos, aparte del estrechamiento de lazos. Una encuesta realizada a estudiantes encontró que los jóvenes dijeron tener 237 razones diferentes por las que mantener relaciones sexuales . Por ello, no sorprende la actividad sexual sea muy frecuente incluso cuando no hay posibilidades de reproducción, o que el sexo pueda limitarse a los tocamientos, los besos o el sexo oral.
Los hombres también son complejos
Otra prueba que apoya el rol no reproductivo del sexo es la ausencia de hueso en el pene de los hombres , a diferencia de los otros simios. «En consecuencia, la eficiencia de la erección y del orgasmo del hombre es notablemente menor que la de otros simios», escribió el antropólogo Greg Laden.
«La sexualidad masculina implica un conjunto de elementos psicológicos-sexuales-sociales mucho más elaborados , complejos y a más largo plazo que los que habitualmente hallamos en los simios, y que están relacionados con los vínculos sociales. Por supuesto, existen todo tipo de excepciones, pero, típicamente, la sexualidad de los humanos machos adultos es en cierto modo compleja y llena de matices , impropia de los simios en muchos sentidos. (...). El sexo masculino va de relaciones», sentencia Laden, antes de recalcar: «Estamos configurados, sexualmente y físicamente, para el sexo no reproductivo».
«Imagina qué pasaría si dejáramos de considerar a los chicos y a los hombres como minusválidos emocionales, tramposos y casanovas»
Tal como escribe Cordelia Fine, la encuesta a estudiantes mostró que hombres y mujeres comparten muchas de sus motivaciones para tener sexo: la más importante es el placer, seguida muy de cerca por el amor y el compromiso . En este sentido, Andrew Smiler aboga por lo siguiente: «Imagina qué pasaría si dejáramos de considerar a los chicos y a los hombres como minusválidos emocionales, tramposos y casanovas, y empezáramos a verlos como personas plenamente humanas y completas con sus propias necesidades emocionales y de relación».
Las diferencias se difuminan
Por todo esto, según la autora de «Testosterona rex», «deja de parecernos tan obvio e inevitable que los hombres se esfuercen por alcanzar el éxito mientras que las mujeres se preocupan de parecer jóvenes». Y, «una vez que nos liberamos de las suposiciones del antiguo cuento de la selección sexual –como el modelo de Angus Bateman y sus moscas de la fruta– de pronto es mucho más razonable cuestionar que los hombres siempre se fijen más en el atractivo físico y las mujeres se centren en los recursos».
Por ejemplo, en sociedades de cazadores-recolectores no se ha hallado ninguna evidencia de que la importancia que se le da al atractivo físico de la pareja varíe entre sexos, aunque sí se han encontrado en encuestas a estudiantes universitarios.
En estudios interculturales, sí se ha observado que las mujeres dan más importancia a los recursos materiales de una posible pareja. Aunque, como señala John Dupré: «Teniendo en cuenta, en primer lugar, que en la mayoría de sociedades, las mujeres disponen de menos recursos y, en segundo lugar, que las mujeres suelen prever la dependencia de los recursos económicos de sus parejas, esta no es una observación que requiera una profunda y urgente explicación biológica».
Sin embargo, en otras investigaciones se observa que cuanta más igualdad entre sexos existe en un país, menor es la diferencia en la importancia que los sexos dan a los recursos económicos . Las psicólogas Wendy Wood y Alice Eagly comprobaron que, entre 1939 y 2008, «para los hombres, la importancia de las buenas perspectivas económicas, de la formación y la inteligencia de sus parejas han aumentado».
Estudios hechos con un millar de universitarios americanos revelaron que lo que se espera de la pareja es que tenga un potencial reproductivo complementario y que se parezca a ellos: «Los individuos buscarán que su pareja se asemeje a ellos: una mujer que se considere físicamente atractiva y adinerada buscará algo parecido en su pareja; un hombre que se considere fiel y familiar buscará lo mismo», escribe Fine.
En webs de citas se ha observado que, al igual que los hombres, «las mujeres también utilizan su sueldo para conseguir hombres más atractivos, y que las mujeres con una mayor formación también querrían encontrar una pareja más joven, igual que los hombres».
Los atributos más importantes «son la confianza, la estabilidad emocional, una personalidad agradable y el amor»
En realidad, los atributos más importantes en una pareja estable, según varios grupos de datos, no dependen de la renta, los coches lujosos o los despachos: «Son la confianza, la estabilidad emocional, una personalidad agradable y el amor».
En definitiva, tal como propone Greg Downey, una mejor comprensión de la sexualidad humana pone de manifiesto lo absurdo que es afirmar que, en lo relacionado con el sexo, «la naturaleza humana es lo que se obtiene al eliminar –del sexo– todo rasgo humano», como «el lenguaje, la complejidad social y la conciencia de uno mismo», o bien «la visión política de la persona, la situación económica, las convenciones y las identidades sociales». En vez de eso, propone Downey: « Todas ellas son una parte inextricable de la sexualidad de cada persona ».
Así que: ¿Ligan más lo hombres que conducen un coche caro? Depende de con quién.
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