El legado de Ramón y Cajal: olvidado en un trastero desde hace más de 30 años

El Museo Nacional de Ciencias Naturales acaba de inaugurar una exposición dedicada a la figura del Premio Nobel, pero más de 22.000 piezas aguardan en cajas a un museo que nunca llega

Exposición de Santiago Ramón y Cajal en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid Foto: José Ramón Ladra // Vídeo: David Conde
Patricia Biosca

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«Amigo Tello: yo sigo igual. La diarrea no me deja ni de día ni de noche. La inapetencia es completa. Hasta los medicamentos los vomito (...) Los amigos médicos están decididos y aún esperanzados de que unas inyecciones de suero me favorecerían (...) Allá veremos. Mientras tanto estoy afónico, no puedo leer ni comer y las fuerzas se agotan». Estas líneas las escribía Santiago Ramón y Cajal el 17 de octubre de 1934. Desde su cama rubricaba con letra temblorosa y torcida la que aún sería su penúltima carta, dirigida a Francisco Tello Muñoz , su mano derecha y posterior albacea, tan solo unas horas antes de morir. Ya había dado órdenes de que todos los enseres personales que había dejado en el Instituto Cajal -un reducto con los mejores neurocientíficos españoles del momento, creado bajo su tutela y por empeño personal-, permanecieran allí. Tras el fin de la Guerra Civil, los discípulos que quedaron -entre ellos, el propio Tello-, decidieron crear un museo con todas aquellas piezas. Pero en el año 89, tras el traslado a su actual edificio en la Avenida del Doctor Arce, aquella colección de miles de recuerdos que atestiguan la brillante trayectoria de uno de los científicos más importantes de la historia acabó metida en cajas , en un cuarto cerrado con llave . Ahora, más de tres décadas después, la mayoría de aquel legado sigue en el mismo sitio, esperando un lugar digno que nunca acaba de llegar pese a las promesas políticas.

Desde entonces, algunos «cajalianos» contemporáneos han luchado por resucitar el inmenso patrimonio que legó a la ciencia después de morir. Recogiendo el testigo de los pupilos de Cajal, hace unos años inauguraron una pequeña exposición permanente en el fondo de la biblioteca del instituto que aún lleva su nombre. Una «pecera» donde se recrea el lugar de trabajo del investigador, con su escritorio, su silla, sus preparaciones e incluso sus últimas gafas, como si entre vistazo y vistazo por el microscopio se hubiera levantado un momento. Y desde el pasado jueves han conseguido un paso más: que el Museo Nacional de Ciencias Naturales , adscrito al CSIC, albergue hasta diciembre de 2021 una pequeña muestra seleccionada , parte ínfima pero muy bien escogida, de una colección que, a día de hoy, cuenta con 28.222 piezas catalogadas . Entre ellas, miles de portaobjetos con muestras en las que descubrió cómo eran -y funcionaban- las neuronas, cientos de láminas y cuadernos con detallados dibujos científicos, óleos anatómicos de gran realismo, reconocimientos internacionales por doquier -incluido uno del zar Nicolás II- o la penúltima carta anteriormente mencionada, que abre la exposición.

Pemúltimo manuscrito de Cajal dirigido a su compañero y amigo Tello. El documento ahora está abierto al público en la exposición en el MNCN Servicio de Fotografía MNCN-CSIC
Juan A. de Carlos junto con la Medalla Helmholtz y el diploma Nobel otorgados a Cajal en la exposición del MNCN-CSIC José Ramón Ladra

«Aún no puedo comprender cómo no hacemos un museo en condiciones», dice Juan A. de Carlos , responsable del « Legado Cajal » e investigador del Departamento de Neurobiología Molecular y Celular y del Desarrollo del instituto, mientras pasea con ABC por la muestra en la que se puede ver la trayectoria vital del talentoso niño díscolo que se convirtió en el padre de la neurociencia moderna. «Y no sería un museo de Cajal, ni siquiera de la neurociencia española. Sería un lugar en el que se reflejaría la evolución de la neurociencia mundial», continúa. Él, que lleva años haciendo de cicerone improvisado en el archivo para todo aquel que muestre interés por Cajal, es la cabeza visible del movimiento que pide honrar la memoria del doctor, médico, patólogo, fotógrafo , pintor y, sobre todo, investigador hiperactivo cuyas tesis disruptivas cambiaron por completo el conocimiento sobre el sistema nervioso.

Cajal en Berlín: el punto de inflexión

De hecho, entre los objetos de la exposición, se encuentra la caja de preparaciones original que se llevó al Congreso de la Sociedad Anatómica Alemana que se celebró en Berlín en octubre de 1889. «Se pagó de su bolsillo el viaje, porque la Universidad de Barcelona no le quiso dar ni un duro. Allí lo pasó mal, porque no era muy bueno para los idiomas y apenas chapurreaba el francés . Pero después de todo lo que había pasado para llegar allí, no pensaba irse de vacío: busca a la persona más influyente, el anatomista y también histólogo Albert Kölliker , a quien “obliga” a mirar todas sus preparaciones sin levantarse de la silla». Al final, Kölliker queda tan impresionado por las preparaciones y teorías de Cajal que le invita a comer para presentarle al resto de la comunidad científica presente y que en un primer momento había ignorado al desconocido investigador español. «Menos mal que fue, porque si no posiblemente la historia habría sido muy diferente», explica De Carlos frente a la vitrina.

En aquel momento, la hipótesis reinante afirmaba que el sistema nervioso era una red difusa en el que las células se fusionaban unas con otras; sin embargo, Cajal proponía algo totalmente diferente, que chocaba frontalmente contra ese postulado: las células nerviosas eran individuales y no se unían, sino que solo se tocaban. Sobre la famosa caja se puede ver una nota manuscrita que reza: «Aquí hay pato, botones, médula (…) Para trabajo de refutación de los antineuronistas ».

Estuche de preparaciones original que Cajal llevó al Congreso de Berlín. En la tapa se puede ver la inscripción manuscrita del patólogo español Servicio de Fotografía MNCN-CSIC

La medalla Nobel

Justo a su espalda, en una vitrina central, está expuesta la joya de la corona: el diploma y la medalla que acreditan a Cajal como ganador del Premio Nobel de Medicina en el año 1906. «Pero no es el galardón que más ilusión le hizo», sentencia De Carlos. A su lado, una imponente moneda de oro macizo que pesa 620 gramos empequeñece a la del Nobel. «Es la Medalla Helmholtz , el reconocimiento más prestigioso de la época. La daban los alemanes cada dos años a cualquiera que hubiera hecho algún descubrimiento seminal dentro de cualquier ámbito del saber. Es decir, era mucho más difícil de conseguir. Impresiona en la mano», dice el responsable del archivo con una sonrisa.

Pero a pesar de llevar la ciencia española a lo más alto, la mayoría de la memoria palpable de lo que fue Santiago Ramón y Cajal sigue metido en cajas. Bien conservado, eso sí , pero fuera del alcance de la sociedad. «El ministro de Ciencia se ha comprometido a crear durante esta legislatura el museo, pero ya he hablado con tanta gente que hasta que no lo vea, no me lo creo», afirma De Carlos. En efecto, durante una comparecencia en febrero en el Congreso de los Diputados, Pedro Duque anunció que crearía un Museo Cajal . Este periódico se ha puesto en contacto con el CSIC y el Ministerio para confirmar el estado del proyecto, pero parece que aún no hay nada concreto. «Hay varias alternativas y queremos estudiarlas todas, para ello nos reuniremos con todas las partes interesadas en el proyecto», señalan fuentes ministeriales, añadiendo que, no obstante, la promesa sigue en pie.

De momento, la pequeña muestra que se exhibe en el Museo Nacional de Ciencias Naturales abre una ventana de esperanza: «Queremos que la gente se dé cuenta de que Cajal merece la pena, de que tiene que estar expuesto; que Cajal y la Escuela de Histología que él fundó tienen que ser conocidos por los estudiantes de ahora. Mi esperanza sería que esto fuese un paso para la construcción de un verdadero museo», dice rotundo el responsable del archivo. Al final, se le escapa entre dientes un «ojalá».

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