Cajal y las epidemias vividas: el cólera

Manantial inagotable no sólo de lo suyo sino de otras áreas de la medicina o la biología y aun exteriores como la fotografía, por ejemplo, Santiago Ramón y Cajal es una figura en constante revisión y estudio, no en vano sigue siendo uno de los autores científicos más citados cuando se ha cumplido de largo el centenario de la obtención del Premio Nobel de Fisiología o Medicina , que recibió en 1906. La Real Academia Nacional de Medicina de España, con el patrocinio de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, ha celebrado del 13 al 17 de este mes la “Semana Cajal”, dedicada a la memoria del sabio aragonés y en la que vienen participando prestigiosos neurocientíficos nacionales e internacionales que vienen a coincidir en el valor de su obra, punto indiscutible de referencia de la Neurociencia moderna.
Es obvio que a Cajal se le identifica con la Neurociencia por sus detallados trabajos histológicos innovadores que le permitieron elaborar razonadamente la teoría neuronal al demostrar en sus preparaciones que la neurona era la unidad del sistema nervioso, estando conectadas entre sí con individualidad y no formando parte de una especie de madeja, como se venía suponiendo. Siendo ésta la aportación más sonora no fue la única de gran altura como se consulta en su extensa bibliografía, destacando algunos trabajos de gran importancia como los dedicados a la regeneración nerviosa.
Y en lo propiamente científico, aunque Cajal fue escritor de largo recorrido no ya de lo propiamente biológico sino de lo social, llegando a ser miembro electo de la Real Academia Española pero sin acceder a tomar posesión, tuvo alguna implicación en asuntos que nos son de actualidad pues nos retrotraen a finales del siglo XIX, cuando España fue asolada cruelmente por el cólera en varias oleadas . Hablamos de la cuarta, la del año de 1885, un año después de que don Santiago tomara posesión de la cátedra de Anatomía en la Facultad de Medicina de la universidad de Valencia, lo que le llevó a abandonar por un tiempo sus investigaciones celulares y comprometerse con el conocimiento de aquella epidemia de tan alta mortalidad. Los coléricos desbordaban los hospitales de la ciudad, incluso muchos domicilios, y entre ellos los propios vecinales suyos, tenían al menos un enfermo. Era el momento en que nacía Jorge, su cuarto hijo. Si su familia resultó indemne lo atribuye a que usó en casa el agua que mandó hervir, aparte de otras medidas higiénicas usuales.
No era todavía la Microbiología una especialidad consolidada, como él mismo había comprobado. Incluso intuyó que su dedicación a este naciente campo le podría facilitar una vida mejor remunerada y hasta más cómoda pues la investigación de laboratorio no le era ajena y se movía con gran destreza en la preparación de cultivos de microorganismos, como el “bacillus comma” recién descubierto por Robert Koch en la India. No ya España sino la ciencia pudo perder un gran histólogo pues, como comenta en “Recuerdos de mi vida”, tras la experiencia epidemiológica vivida aquel año: Muchas veces me he preguntado si no hubiera sido mejor para mi porvenir moral y económico haber cedido al imperio de la moda, abandonando definitivamente, a ejemplo de muchos, la célula por el microbio .
No le faltaban razones pues con la crecida familia y el sueldo de catedrático no viviría con el tranquilizador desahogo y aun a sabiendas de que El camino histológico me condenaba sin remisión a la pobreza, en compensación de la cual sólo brindaba, si lo recorría con fortuna, el frío elogio o la tibia y razonada estima de dos o tres docenas de sabios , no se apartó de lo que ya era un trazado investigador definitivo.
Vacuna anticolérica
No fue ajeno Cajal, pues, a la epidemia regional y tuvo en ese momento alguna discrepancia con el doctor Jaime Ferrán, que apareció aquel año en Valencia con una vacuna anticolérica, ensayada en conejos de Indias pero de aplicación humana. Tuvo este hallazgo su controversia como tantas veces en dos bandos y Cajal decidió mantener su independencia rechazando identificarse con el sector “pro-vacuna”. La Diputación provincial de Zaragoza le designó en ese momento su delegado oficial para estudiar la cruel enfermedad en la región levantina y en este foro acabó exponiendo sus estudios y experimentos en los que reconocía su desacuerdo con Ferrán. Así reconocerá, sinceramente, que se mostró poco favorable a la vacuna, sin forjarme grandes ilusiones sobre su eficacia.
Fruto de sus trabajos se imprimió en la capital aragonesa y por cuenta de dicha corporación ese mismo año un librito titulado “Estudios sobre el microbio vírgula del cólera y las inoculaciones profilácticas”, con ocho grabados litográficos de su autoría, compensándole si no económicamente al menos con el regalo de un magnífico microscopio Zeiss acompañado de numerosos objetivos que facilitaron sobremanera sus posteriores investigaciones. Tan recompensado se veía Cajal con el flamante instrumento, muy superior a los que él manejaba, que no dudó escribir que con este obsequio la Corporación aragonesa cooperó eficacísimamente a mi futura labor científica.
Cajal se había mostrado en desacuerdo con la iniciativa de Ferrán, basando sus discrepancias en que no veía claro, digámoslo grosso modo, que la inoculación hipodérmica de un cultivo de gérmenes incapaces de emigrar hasta el intestino para provocar un trastorno análogo al cólera pudiera esterilizar el tubo digestivo, donde el germen desarrollaba la enfermedad. La controversia no fue exclusivamente “cajaliana” pues no faltaron detractores, tanto como favorecedores y en ambos bandos de gran altura, algunos llegados del extranjero. Ferrán y colaboradores, instados por su definitivo valedor Amalio Gimeno, practicaron vacunaciones a gran escala y acudieron comisiones de observaciones para ver su procedimiento, emitiendo informes por los que fue prohibida, aunque, finalmente, autorizada por el Gobierno.
Javier Sanz. Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina de España.