El extraño motivo por el que se desató la locura colectiva en un pequeño pueblo francés

De forma súbita centenares de personas de Pont-Saint-Esprit empezaron a sentirse mal y ver «cosas raras»

Portada de la revista «Life» con uno de los intoxicados de Pont-Saint-Esprit LIFE

Pedro Gargantilla

Verano de 1951. Los mercurios franceses registran temperaturas más altas de lo habitual, el estío está siendo verdaderamente asfixiante. Los más ancianos de Pont-Saint-Esprit , un pequeño pueblo francés, no habían vivido algo similar.

Esta población está situada a orillas del río Ródano , en la frontera entre el Languedoc y la Provenza y en aquellos momentos rondaba los cinco mil habitantes. Era un remanso de paz y aburrimiento, uno de esos lugares en los que nunca pasa nada o, al menos, eso creían sus candorosos habitantes.

Locura colectiva y súbita

Todo comenzó el dieciséis de agosto. Mientras el cartero realizaba su ronda habitual cargado con su saca sintió un fuerte dolor en el estómago que se complicó con terribles convulsiones.

Durante las siguientes horas los tres médicos locales se vieron saturados, no podían atender a las decenas de vecinos que precisaban de sus servicios. La mayoría aquejaban alucinaciones, delirios e histerismo violento.

En el seno de esta enajenación siete personas perdieron la vida, tres a consecuencia de una parada cardiorrespiratoria y cuatro de forma violenta al suicidarse para poner fin a terribles alucinaciones visuales.

Uno de ellos tuvo mayor suerte, consiguió salvar la vida a costa de sufrir múltiples fracturas después de arrojarse por la ventana de un segundo piso al grito de « soy un avión ».

Mientras esto sucedía dos calles más abajo un niño de once años intentaba estrangular a su abuela, a la que había confundido «por error» con el diablo.

Buscando una explicación científica

Lo verdaderamente curioso es que todo había sucedido de repente, como si de un terrible final apocalíptico se tratase. Los servicios de salud no podían hacer frente a aquella histeria colectiva y decenas de personas tuvieron que ser ingresadas en centros psiquiátricos para salvaguardar su integridad física.

Todos los afectados –se contaron por centenares- manifestaban, con pequeñas variaciones los mismos síntomas: nauseas, mareos, alucinaciones y dolor abdominal. El panorama no podía ser más desgarrador.

Las teorías que surgieron durante aquellos días fueron de lo más disparatadas, no faltaron las voces que culparon al Papa , a Stalin o a la compañía nacional de Ferrocarriles . Otros, defendían con igual perseverancia que el pan había sido envenenado con mercurio orgánico.

Después de un análisis más exhaustivo de la sintomatología los científicos esbozaron una teoría más sesuda, los síntomas parecían encajar con el ergotismo o fuego de San Antón, una enfermedad que ya hizo estragos en el medioevo y que se debía a un hongo (el cornezuelo del centeno).

Era posible que el origen fuese una intoxicación accidental con grano de centeno afectado por este hongo alucinógeno –un derivado natural del LSD -. Las pesquisas policiales acabaron conduciendo a la panadería de Roch Briand , en la calle principal del pueblo. Este obrador fue considerado el punto cero de la epidemia, a la que, con buen criterio, se bautizó como « Pan Maldito ».

Un episodio similar

Apenas dos años después, el 28 de noviembre de 1953, Frank Olson , un científico que trabajaba para la División de Operaciones Especiales del Alto Secreto del ejército estadounidense, se lanzó por la ventana de un décimo tercer piso.

Este científico había trabajado de forma activa en el macabro experimento de Pont-Saint-Esprit y en el proyecto MK Ultra. Al principio se barajó como primera posibilidad el suicidio, pero tiempo después se descubrió que supuestamente la CIA le había suministrado LSD sin su conocimiento, para acallar así los remordimientos morales que le atenazaban.

Todo parece indicar que Olson había liderado diversos experimentos encubiertos destinados a conocer los efectos del LSD y el control mental mediante el uso de drogas, uno de aquellos recabó en el pintoresco pueblo francés.

Para cerrar el círculo, aquel verano maldito Pont-Saint-Esprit recibió la visita de Albert Hofmann –el descubridor del LSD-, que se desplazó hasta allí para prestar ayuda a la población intoxicada.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación

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