La extraña historia del Papa Gregorio y los conejos que eran peces

Investigadores rechazan que estos animales fueran domesticados por los monjes en el año 600 tras un edicto que permitía comer sus fetos en Cuaresma y dicen que es un proceso largo que se remonta a la última edad de hielo

Un conejo moderno Fotolia
Judith de Jorge

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Alrededor del año 600 de nuestra era, el Papa Gregorio emitió un edicto en el que permitía comer laurices, fetos de conejo , durante la Cuaresma y otros días de ayuno carnívoro. El motivo es que, dentro del útero, los consideraba criaturas marinas, como podían ser los peces o el marisco. Al parecer, a los monjes de la época les gustó la idea de tener ese plato en sus mesas, considerado un delicioso manjar, ya que comenzaron a criar conejos con entusiasmo. Y así fue como estos animales, hasta entonces criaturas silvestres, fueron domesticados.

Es más que probable que aunque usted sea cristiano practicante jamás haya comido laurices durante los días de abstinencia, y que ni siquiera se le haya ocurrido semejante idea. Pero esa es la historia que ha llegado hasta nuestros días y que arqueólogos de la británica Universidad de Oxford consideran una gran mentira de principio a fin. El relato «está en Wikipedia , está en toda la web... pero es un castillo de naipes completo», señala Greger Larson, uno de los autores del estudio, quien admite que él mismo lo había citado alguna vez. «Lo realmente interesante para mí es por qué nadie realmente lo pensó o lo criticó», subraya.

Larson y su colega Evan Irving-Pease llegaron a esa conclusión al comparar los genomas de un conejo doméstico y uno moderno silvestre para determinar cuánto tiempo tardaron en divergir. Para ello, emplearon un método llamado reloj molecular, según explican en la revista Trends in Ecology and Evolution . Los investigadores esperaban que la fecha de domesticación indicada por los genomas de los conejos coincidiera con la fecha sugerida por el registro histórico, 600 d.C., pero no ocurrió nada de eso. Soprendentemente, comprobaron que los conejos domésticos llevan con nosotros desde la última edad de hielo, antes de los primeros animales domesticados, y que su domesticación no se hizo de una vez, sino que fue un proceso a lo largo del tiempo.

Según Larson, el asunto de los laurices es un embrollo mal entendido en el que probablemente se confunde al Papa Gregorio con San Gregorio de Tours (538-594 d.C.), obispo de Tours (Francia) e historiador de la Iglesia, quien recogió el caso de un individuo, Roccolenus, que comió conejos fetales en Cuaresma, enfermó y murió poco después (probablemente por «intervención divina»). Nada se dice sobre la prevalencia de este comportamiento ni su permisibilidad, y el contexto implica desaprobación en lugar de sanción oficial. Además, parece que Roccolenus ni siquiera era miembro de la Iglesia. Pero con el tiempo la historia pasó a ser otra, los laurices se mostraron como populares y gustosísimos y al final, San Gregorio se convirtió en el Papa Gregorio con edicto incluido.

El investigador cree que semejante lío tiene que ver con la forma en que contamos historias. «Realmente tenemos problemas para apreciar el cambio lento y continuo durante largos períodos de tiempo», indica, aunque sea así como ocurre la mayoría de los cambios. «Nuestras estructuras narrativas funcionan mucho mejor si tienes un momento eureka», subraya.

Desde el paleolítico

Representación de la caza de conejos utilizando perros, hurones con bozal y redes, de Gaston Phoebus (1388), Libro de caza - Cell

En el caso de los conejos domésticos, descendientes del europeo Oryctolagus cuniculus , originario de España y Francia, los investigadores creen que la domesticación es más probable el efecto acumulativo de la caza de conejos durante la era Paleolítica, su cautividad en recintos romanos y medievales, moviéndolos de un lugar a otro, para finalmente criarlos como mascotas. Precisamente, los registros arqueológicos indican que los primeros cambios esqueléticos que diferencian a los conejos domésticos de los silvestres ocurrieron en los siglos XVII y XVIII, cuando estos animales comenzaron a ser consideradas mascotas. «Nadie dice: 'Voy a agarrar esta criatura salvaje y llevarla a cautiverio y, 'voilà', crearé una doméstica», explica Larson. «Si quieres dividir el continuo en una dicotomía entre lo salvaje y lo doméstico, puedes hacerlo, pero debes saber que necesariamente va a ser arbitrario».

En lugar de preguntarse cuándo ocurrió la domesticación, Larson cree que debemos reconsiderar qué es y si los seres humanos realmente alguna vez quisieron causarla. El próximo paso de su equipo será reexaminar este proceso en otros animales y plantas de los que depende nuestra civilización. «Hemos sido ligeramente arrogantes», dice Irving-Pease. «Sabemos muchísimo menos sobre los orígenes de las cosas que más nos importan de lo que pensamos».

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