Las aves que los marineros confundieron con sirenas
Las sirenas de la mitología grecolatina pudieron ser pardelas
Las sirenas son unos seres mitológicos que desde tiempo inmemorial han acaparado nuestra atención, siendo numerosas las leyendas que giran en torno a ellas y que nuestros antepasados contaron al calor del fuego.
Son criaturas que habitan en el mar y que tienen una fisionomía híbrida, con cuerpo de ave y rostro de mujer. Según las leyendas atraían con sus bellos y seductores cantos a los marineros incautos, conduciéndolos a un destino horrible e ineludible. Según la tradición eran hijas de las Musas, para algunos de Melpómene, la de la tragedia, para otros de Terpsícore, la musa de la danza.
Entre los héroes que se enfrentaron a ellas destacan especialmente dos, Ulises y Orfeo, cada uno empleó una estrategia diferente. En la “Odisea” de Homero (canto XII) se nos cuenta que Ulises, siguiendo las instrucciones de la maga Circe, selló con cera los oídos de su tripulación para evitar que enloquecieran y que él mismo se hizo atar a un mástil para poder escucharlas sin caer en el hechizo.
Más curioso, si cabe, fue el método que desarrolló Orfeo, que las retó a un duelo de 'ondas acústicas'. Con la música de su lira consiguió eclipsar el canto de las sirenas evitando, así, que Jasón y los argonautas enloqueciesen y se arrojasen al mar.
El canto de las sirenas
La pardela cenicienta ( Calenonectric diomedea ) es una de las más grandes especies de aves marinas que habitan en nuestra geografía. Su figura es fácilmente reconocible, tiene una cabeza robusta y redondeada, exhibiendo una coloración apagada, con colores pardo-grisáceos en las zonas superiores y color blanquecino en la zona inferior, salvo en el borde externo de las alas que es oscuro. A esto se añade un pico de color amarillento, con un extremo negruzco.
A pesar de que es tremendamente silenciosa en mar abierto, cuando se encuentra en las colonias de cría es muy ruidosa, emite lúgubres y sobrecogedores sonidos guturales y lastimeros. Con estos cantos avisan a su pareja de su localización, cuando se turnan en el cuidado del único huevo.
A algunos estos cantos -una especie de guaña guaña- les han recordado al llanto de un bebé a otros a los gemidos de una mujer, lo cual pudo ser el origen del mito de las sirenas. Es más, quizás, algún pescador incauto pagó con su vida cuando acercó su barco, en la oscuridad de la noche, a los acantilados en los cuales anidan para saciar su curiosidad.
Un ave sociable y colonial
La pardela cenicienta suele llegar a Canarias a finales de febrero y durante el mes de marzo. Allí, en grietas, oquedades, bajo rocas, cuevas o tubos volcánicos lleva a cabo la estación de cría. No es inusual observar como una misma cavidad es compartida por varias parejas, incluso en ocasiones se han llegado a contabilizar hasta más de doscientos ejemplares de estas aves.
A finales de mayo y durante los primeros días de junio tiene lugar la puesta, un único huevo, de color blanquecino y de tamaño voluminoso. Macho y hembra se esmerarán y alternarán en el cuidado del mismo, hasta que se produzca la eclosión, allá por la segunda mitad del mes de julio. Todavía tendrán que pasar otros noventa días hasta que el polluelo se atreva a realizar sus primeras incursiones aéreas.
Entre otras de sus muchas singularidades se encuentra su longevidad, son aves que pueden llegar a vivir más de treinta años, así como su capacidad de volar pegadas a las olas prácticamente sin mover las alas, a pesar de encontrarse en mares embravecidos.
Las pardelas cenicientas se alimentan fundamentalmente de crustáceos, cefalópodos y peces, los cuales consiguen, en no pocas ocasiones, sumergiéndose hasta a diez metros de profundidad.
De esta forma en la pardela se unen una vez más, en singular simbiosis, la mitología y la biología, el mithos y el logos.
Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.
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