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Cádiz es Minsk pero con más salud
La crisis ha hecho mermar la cifra de niños que piden venir, pese a que 45 días lejos de la radiación aumenta su esperanza de vida en cuatro años
Actualizado: GuardarNi en sus casas, ni en su paisaje. Ni siquiera en la idiosincrasia de sus gentes, ni en el clima; en nada se parece la plaza de San Francisco de Cádiz con cualquier plaza de Minsk (Bielorrusia). De hecho, usted quizás no lo notará, pero desde la tarde de ayer la céntrica plazoleta tiene algo de la capital bielorrusa. Es un lazo emocional, pero tan afectivo como efectivo. Desde anoche, 27 niños procedentes del país pasan su programa anual de saneamiento entre Cádiz y Rota. De bien lejos les pilla la tragedia de Chernobil ocurrida en 1989, sin embargo la radiación liberada sigue contaminando el agua y la comida que consumen. Y es precisamente la estancia en Cádiz la que les permite sanearse de esa radioactividad que les afecta.
En la tarde de ayer, San Francisco se convirtió en el punto y final del periplo iniciado desde sus casas. Allí, se vivieron estampas de abrazos, alegrías y besos entre los 27 menores, con edades de entre los 8 y los 17 años, y sus familias gaditanas de acogida. Por delante, 45 días de diversión y salud. Esa es la principal meta que se proponen los tres organizadores de este programa que este año cumple su 14 edición, la hermandad de la Vera-Cruz, la Asociación Aguaores Blancos y la parroquia de San Lorenzo. No son los únicos, en total, casi 400 niños bielorrusos llegan en estas fechas a distintos puntos de Andalucía. Sin embargo, «la singularidad de Cádiz es que, al ser una ciudad pequeña, los niños tienen la posibilidad de verse y estar juntos, eso hace su adaptación mucho más sencilla», como reconocía ayer Juan Manuel Graván, vocal de Caridad de Vera-Cruz. Tanto es así que, durante todas las tardes, los pequeños se encuentran en la plaza de San Francisco. «Nosotros ya le llamamos la Plaza Roja», bromeaba Graván.
A eso se suma un intenso programa de actividades y encuentros que financian los organizadores, junto al pago del viaje de los niños o la manutención de dos monitoras que vienen con ellos. Todo, en un contexto de crisis que «ha mermado los recursos económicos» y ha ido bajando el número de niños que viajan desde los 50 con los que empezaron a los 27 de la actualidad.
Por su parte, las familias acogedoras se encargan de la manutención del menor y de sus necesidades médicas. De hecho, los niños suelen llegar con problemas de tiroides motivados por la radioactividad, además de otras patologías derivadas de la escasez de recursos económicos de sus familias. «Bielorrusia no exporta, eso hace que los niños coman alimentos cultivados allí y, por tanto contaminados. Venir aquí les sanea, tanto que la OMS dice que por 45 días de saneamiento su esperanza de vida crece cuatro años», explicaba Graván.
Y esa es la mayor satisfacción de familias acogedoras como las de Emilio González de la Muela, a la sazón organizador de Aguaores Blancos. Este año, repite con Arina, una joven de 16 años a la que ha visto crecer desde los 8 años y que puede que venga este año por última vez. «Vienen de un país enfermo, aquí se curan y abren su mente», explicaba ayer Emilio. De ahí que De la Muela defienda la idoneidad de la conservación del programa en un futuro. Todo ello, cuando las familias cada vez son menos cada niño nuevo que llega supone «un compromiso emocional de 10 años». Por ello, De la Muela se mostraba tajante: «Somos un complemento en la vida de estos pequeños. Este programa no debe morir. Tendemos la mano a las nuevas familias que deseen sumarse»
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