El obispo pecador de Chiclana
La muestra de la Iglesia Mayor recuerda la trepidante vida del prelado alabado en América y enterrado en Chiclana
Actualizado:Nada bueno le tenía preparado el Rey Felón. De poco sirvió que la Regencia le nombrara en 1813 pro-capellán de Palacio, limosnero mayor del rey, patriarca de las Indias o vicario general de los Ejércitos y la Armada. Para nada, ser reputado obispo por sus obras de caridad y su fomento de la cultura. Sí pareció pesarle al recién regresado de Francia Fernando VII el apoyo prestado a las Cortes de Cádiz en pro de las libertades y la abolición de la Inquisición.
Eso fue suficiente para que cuando el prelado Pedro José Chaves de la Rosa (1740-1819) fuera a recibir a Fernando VII en Burgos le hiciera el mayor desplante, inicio de su ostracismo político y social. Chaves de la Rosa sufrió las consecuencias de sus ideales cuando el rey le hizo bendecir una mesa pero no le convidó a ella de forma que le dejó de pie todo el tiempo que tardó en comer.
Ese fue el inicio del declive de un destacado personaje de principios del siglo XIX, gaditano de nacimiento, obispo de Arequipa y que vivió sus últimos días en Chiclana. Sin embargo, hasta ahora en la localidad era conocido más por su epitafio. El mismo que muchos chiclaneros han pisado o contemplado con la duda de quién sería ese enigmático prelado que decidió reposar para la eternidad bajo el singular mensaje: «Pedro José Obispo Pecador pide sufragios. Falleció el 26 de Octubre de 1819 a los 79 años de edad. Este Ilustrísimo sabio dispuso ocultarse al mundo bajo este humilde epitafio».
Poco más se conocía en Chiclana del afamado Chaves de la Rosa, hasta la celebración de la exposición ‘Vox Clamantis’ conmemorativa del 200 aniversario de la iglesia de San Juan Bautista , templo donde reposan sus restos. El principal logro de la muestra que ya apura sus últimas semanas, es precisamente el de poner rostro al sacerdote. La obra procedente de Osuna permite reconstruir la vida de un obispo singular y de trepidante vida que vino a acabar sus días pobre y confinado en Chiclana, ciudad cercana a su Cádiz natal.
Así lo reconoce Juan Carlos Rodríguez, técnico de cultura del Ayuntamiento y uno de los organizadores de la muestra. Él ha sido uno de los encargados de investigar en la vida y obra del prelado. El mismo que vivió una vida llena de acontecimientos destacados pero que al final de su vida tal fue su escasez que se vio obligado a vender su cáliz, lo más valioso que le quedaba.
Parece lejano y difícil el final para un personaje que llegó a tenerlo todo. De hecho, en 1786 fue nombrado obispo de Arequipa, en Perú, cargo al que accedió dos años después. Hijo de Salvador Josef Chaves de la Rosa, y Rosa Violante Galván y Amado, inició sus estudios en Cádiz para pasar luego a la Universidad de Osuna. Como resume Nicolás María Cambiaso y Verdes en su 'Diccionario de personas célebres de Cádiz' (1830). Llega a ser rector en tres ocasiones de dicha universidad. Pasa luego por la Catedral de Cádiz, por la capilla del Pópulo de la misma ciudad e incluso es nombrado canónigo en la Catedral de Córdoba.
Sin embargo, Pío VI le nombra obispo de Arequipa. Como recuerda Rodríguez, hasta allí viaja dos años después con un séquito de seis sacerdotes y criados que portan su valiosa biblioteca. Y es que durante 16 años impulsa la cultura en la región americana. Así, se preocupa por la formación de los seminaristas y cambia su plan de estudios, preocupado por su cultura y moral. De hecho, a dicho seminario acabó donando toda su biblioteca. Además, como recuerda Cambiaso: «Su palacio no parecía sino el domicilio de la piedad, su traje era siempre el más modesto, su conversación grata, edificante, e instructiva; su régimen serio, religioso, e invariable: en todo cuanto le era propio respiraba cristianismo».
Fuerte carácter
Sin embargo, su ímpetu y carácter eran fuertes. No estaba dispuesto a admitir la ignorancia y los abusos. Por ello tuvo problemas con la vida laxa de las monjas del Monasterio de Santa Catalina. También criticó la relajación moral de la población por los hijos ilegítimos, el lujo en el atuendo de las mujeres o el gusto por los juegos de dados. Finalmente, y tras expresar en dos ocasiones su deseo de renunciar, le es concedido.
Es entonces cuando regresa a España y, concretamente a Cádiz, en 1804. Cambiaso rememora cómo «se retiró a vivir de particular en el oratorio de San Felipe Neri, habiéndose dignado S. M. asignarle cinco mil duros anuales de pensión sobre la mitra, para su decente manutención, y se puede decir con verdad que esto más tenían los pobres de Cádiz y Chiclana, porque todo lo daba de limosna, y apenas tenía para pasar con un solo familiar».
Sin embargo, España se la juega en la Guerra de la Independencia y, como recuerda Rodríguez en palabras el historiador peruano José del Carpio y Neira «su amplio espíritu liberal fue puesto de manifiesto en todo momento y en todo lugar». De hecho, cuatro años después es nombrado miembro del Supremo Consejo de Estado. Es en Madrid cuando «despliega todo el poder de su genio y esa portentosa actividad de otros tiempos», como valora Mariano A. Cateriano. En 1810 hay de nuevo noticias suyas porque las Cortes de Cádiz le nombran presidente de la Junta Suprema de Censura.
Desde ese cargo promoverá, en comunión con sus ideales de libertad, la eliminación de la Inquisición. Así, comprometido con los pobres y la libertad, apoya a esta causa aunque no es fácil englobarlo ni en el bando de los liberales ni de los serviles. En 1813 es nombrado por la Regencia pro-capellán de Palacio y limosnero real.
De poco sirvieron estos nombramientos con la llegada de Fernando VII de Valençay. Su ostracismo coincidió con su residencia en Chiclana, entre 1814 y 1819. «Aunque, ya desde 1805 debió de pasar largos periodos en la villa por lazos familiares», como reconoce Rodríguez. No le era, por tanto, desconocida esa ciudad que le vio partir un 26 de octubre a los 79 años de edad. La misma que hoy recuerda a un hombre de intensa y compleja vida pero con la humildad del que quiso ser enterrado bajo el recuerdo de un «obispo pecador que pide sufragios».