Leyendo Barcelona: la ciudad como fenómeno editorial

Las editoriales siguen alimentando el ansia de conocimiento sobre la historia de la ciudad con múltiples novedades

Leyendo Barcelona: la ciudad como fenómeno editorial leopoldo pomés

sergi doria

Las ciudades se pasean o se leen. Para lo segundo hace falta un poco de tiempo, curiosidad, capacidad de evocación y reconstruir en la memoria esa calle o aquel edificio que estuvo ahí y sólo es posible visitarlo a través de los libros.

Si «La ciudad es un millón de cosas»,como afirmaba el añorado Arribas Castro, Barcelona reaparece con miradas diversas. Puede ser un nomenclátor sentimental, como plantea Xavier Theros en «Tots els meus carrers» (Comanegra). Cada uno de nosotros dispone a su manera el mapa de las edades de la vida: «La percepción de la ciudad como un territorio en el que desaparecen calles, monumentos y edificios es uno de los primeros misterios que hube de afrontar en mi infancia», señala el poeta y antropólogo.

Theros pasea de memoria por las calles de sus mayores en Sants -Jocs Florals, Bordeta, Creu Coberta-; evoca bailes en el Paralelo o libros de viejo del mercado de San Antonio para acabar su recorrido en el Xandri donde, por diez duros, se comía tres platos, con postre, pan y bebida. Desde este restaurante del Poble Sec, el cronista detecta «uno de los termostatos más finos» de la ciudad: «Ignoro hasta cuándo podré seguir aquí, quizá una próxima ofensiva de la Marca Barcelona nos enviará lejos. Mientras llega ese día, sentado en el Xandri comiendo un plato de macarrones, observo la gente pasear por el Paralelo y todavía soy capaz de ver la huella de quienes pasaron antes de nosotros, los fantasmas que habitan todas mis calles».

Barcelona dibujada. Cristina Curto Teixidó nos brinda una guía policroma en «La Rambla Barcelona» (Z Sketch Guides). Descritos en inglés, los paisajes con figuras nos suenan a parque temático para turistas. El añejo restaurante Los Caracoles del senyor Bofarull se representa de esta guisa: «The ‘paella valenciana’ is a festa for the eyes, but if you are brave you must try the escargots, which are very catalan». Ahí estan «els cargols de tota la vida» con su copa de tinto y la crema catalana de postre. «Eat!».

Sigamos dibujando. Si hay alguien que conozca la prensa barcelonesa es Josep Maria Cadena, el periodista que le puso un piso a su colección de diarios y revistas. En «Barcelona vista pels seus dibuixants. 1888-1929» (Àmbit- Ajuntament de Barcelona) selecciona viñetas satíricas de aquella ciudad de los prodigios entre las dos exposiciones que noveló Eduardo Mendoza. Los dibujos de Moliné, Picarol, Llaverias, Junceda, Smith, Opisso o Castanys resultan mucho más exactos que el más exhaustivo de los estudios históricos. Así veía Junceda La Pedrera en 1910. El niño le dice al padre, mientras observan el edificio de Gaudí: «Papá, papá, yo quiero una mona tan grande como esta...».

Agustí Calvet, Gaziel, dedicó muchas crónicas a la Barcelona en la que vivió desde 1893, cuando su familia llegó de Sant Feliu de Guíxols. En «La Barcelona de ayer» (Librosdevanguardia), Jordi Amat ha recuperado las mejores estampas y crónicas ciudadanas del que fue director de La Vanguardia y uno de los grandes periodistas de la Europa de entreguerras. De la mano de Gaziel descubrimos una rambla de Cataluña sin asfaltar ribeteada por tilos recién plantados... El crecimiento de esos árboles, hasta sombrear con sus frondosas copas el paseo, camina parejo a la madurez del cronista para recordar «de manera suave que estamos tocando al crítico mezzo del cammin...»

Las evocaciones emocionales se alternan con la autocrítica del racionalista. La Barcelona de los años veinte le parece anárquica y enferma del «fachadismo» que ya censuró Unamuno. «La discordancia ejemplar de nuestros conjuntos urbanos, el espantoso abigarramiento de las formas, las líneas, las alturas, los estilos y las proporciones; de ahí ese aire de ciudad improvisada, colonial, que ofrece la Barcelona moderna, sin la menor trabazón con sus nobilísimas partes antiguas; de ahí esas manzanas que parecen muestrarios de arquitectura sin pasado ni porvenir, y esas calles que semejan bazares de deshechos de estilo». Leyendo estas crónicas de Gaziel entenderemos los pecados de la Barcelona hotelera de hogaño.

Durante décadas hubo una Barcelona tan desconocida para los lugareños como para los turistas. Una visita a la Biblioteca Arús nos permite auscultar la corriente subterránea de la masonería. Como señala el periodista Xavi Casinos en «Barcelona maçònica» (Viena- Ajuntament de Barcelona), las escuadras y compases revelan historias secretas en la catedral, el convento de San Agustín, el Observatorio Fabra, La Fraternitat de la Barceloneta, la calle Portaferrissa, el cementerio de Poblenou o el parque de la Ciutadella. Sobre los azulejos dispuestos en forma de rombo de la Biblioteca de paseo de san Juán reina una réplica de la Estatua de la Libertad de Nueva York... Leyendo la ciudad identificaremos a masones ilustres como el periodista Conrad Roure, Ferrer Guardia, el general Prim, Víctor Balaguer (autor del nomenclátor del Eixample), Ildefonso Cerdà, el mecenas Arús, Lluís Companys, o Sagi, futbolista del Barça. Los libros como pasaporte de la memoria.

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