Morrissey, el divo insatisfecho
El ex líder de los Smiths se estrenó en Barcelona en solitario con un concierto tan magnético como irregular
Cada nueva visita de Morrissey, cada nuevo lanzamiento que protagoniza el ex líder de los Smiths, es una ocasión idónea para teorizar sobre su incontinencia declarativa, su defensa extrema de los animales y, en fin, si condición de estrella de en retirada y de vuelta de todo del pop británico. Lugares comunes todos ellos que se desvanecen en cuanto Steven Patrick Morrissey aparece sobre el escenario, se sacude de encima una vigorosa “The Queen Is Dead” y se reivindica, una vez más, como intérprete exquisito, divo insatisfecho y, según se mire, enemigo acérrimo de la nostalgia.
El británico no venía a Barcelona desde aquellos días de vino y rosas en los que se partía el cobre con Johnny Marr, pero ni siquiera eso fue suficiente para que se animase a hurgar a fondo en el fondo de armario de su antigua banda: la fibrosa “How Soon Is Now?”, la perversa nana “Asleep” una crudísima “Meat Is Murder”, además de la inaugural “The Queen Is Dead”, fueron las únicas concesiones de un artista que sigue confiando ciegamente en su repertorio en solitario. Poco importa que (casi) nada de lo que ha hecho desde 1988 haya conseguido igualar o eclipsar el impacto de los Smiths: ahí está Morrissey, defendiendo con pasión contenida unas canciones que quizá no sean las mejores, pero para él sí que son las más necesarias.
Una ligera (aunque esperada) decepción para algunas de las 4.000 personas que llenaron este viernes el Sant Jordi Club de Barcelona esperando encontrarse con una leyenda y se las tuvieron que ver con un cantante que basó buena parte de su actuación en “World Peace Is None Of Your Bussines”, su más reciente y politizado trabajo. Una apuesta de presente que tropieza con medianías como “Istanbul”, “pero que acaba manteniendo el equilibrio gracias a un Morrissey capaz de inyectar vida a canciones tan flojas como “The Bullfighter Dies” -por si no había quedado claro, antes del concierto regaló a los fans escalofriantes imágenes de cornadas y cogidas a toreros-.
Sarcástico y mordaz -”¿Tenéis miedo del ébola? Pues deberíais, porque os va a matar”, soltó antes de “Neal Cassidy Drops Dead”-, al británico se le vio especialmente cómodo entre los ribetes cabareteros de “I'm Not A Man” y el melodrama desbordado de “Earth Is The Loneliest Planet” y “I'm Throwing My Arms Around Paris” pero, sobre todo, se le vio encantado de representar por enésima vez el papel de divo insatisfecho. Ahí estaba el Morrissey que protesta cuando alguien le entrega un ramo de flores -“nada ha cambiado”, masculló-, apuesta por un repertorio menor sabiendo que se ha dejado lo mejor en el camerino y se despide a pecho descubierto con una pletórica “Everyday Is Like Sunday” dejando al público con ganas de más, como si quisiera sacudirse de encima esa insatisfacción crónica transplantándosela al público. Mucho Morrissey, sí, aunque poco concierto -no llegó a la hora y media- para los 56 euros que costaba la entrada.
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