todo irá bien
Veinte años
No seré yo quien eche a mi hija de mi cama, ni de mis brazos, ni de mis besos, ni de nuestra totalidad rosa y azucarada
La niña cumplió ayer cuatro años y mi mujer le preguntó si no era ya una edad para que empezara a dormir en su cama. Y muy seria le contestó que todavía era pequeña y que dormiría sola "cuando tenga veinte años". Mi hija no sabe lo que para ella será tener veinte años y yo no quiero ni imaginármelo, pero me gusta que lo fíe tan largo y que me permita durante un tiempo, aunque sea escaso, vivir instalado en la ficción que para siempre será un bebé.
Me gusta que sus primeros razonamientos sean los de no querer separarse de nosotros ni un instante, y aunque tal vez tendría que hacer como mi esposa, y tratar de favorecer su emancipación, y su independencia, no estoy en absoluto por la labor, mi cama no es mi cama sin ella, y cuando muchas noches escribo con las dos durmiendo a mi lado, me siento el capitán de un galeón que cruza la noche como el primer padre del mundo, en defensa de todos sus pobladores.
No seré yo quien eche a mi hija de mi cama, ni de mis brazos, ni de mis besos, ni de nuestra totalidad rosa y azucarada. Puede que mi actitud no sea modélica, pero yo no soy un modelo, soy un padre. Un padre inevitablemente enamorado de mi niña. Y lo mismo que aprendí a escribir sin miedo a que me llamen fascista, no me preocupa lo más mínimo que me consideren cursi.
Educar es reprimir y a un niño hay que mostrarle clarísimamente los límites. Mi hija está justo en la edad del afán por descubrirlos y hay días que lloramos más de lo que reímos. Pero luego está el amor, el amor irracional, tribal, instintivo, luego están un padre y una niña revolcándose en el jardín o en la cama antes de ir a la ducha, abrazándose, haciéndose cosquillas, correteando por el salón o por el pasillo, y así se refuerza el vínculo y así se fortalece la familia, y así desdibujamos el miedo a morirnos y somos capaces de proezas, porque por un instante nos sentimos invencibles.
Te advierto, te riño y hasta te grito cuando pierdo los nervios, porque mira que eres tozuda. Hay veces que es que no, hay días en que nada nos sale bien y necesitamos una tregua que nos calme y nos anude. Pero luego estamos tú y yo, y la vida estremecida.
Y si en lugar de ir a dormir sola a los veinte, quieres quedarte con nosotros hasta los cuarenta, que sepas que igual tu madre nos abandona, pero que por mí no hay ningún problema.