tribuna abierta

Lista unitaria, pensamiento único y la tiranía de la minoría

La paradoja de la sociedad catalana es que, gracias a un poder público al servicio de una ideología privada, a unos medios de comunicación al servicio de la manipulación, se ha creado una minoría virtual y mediática

josé rosiñol

Una de las peores consecuencias de esto que llaman «prusés» será el poso sociológico en forma de tolerancia e interiorización de ciertos postulados que rayan -y traspasan- los límites de la ética democrática. Evidentemente, ello no es algo banal, ni mucho menos inocente. Se trata de una acción consciente de instrumentalización y transvaloración de la moral democrática. Naturalmente, el separatismo no se saldrá con la suya, no romperá España, pero creará una profunda fractura entre los catalanes y una gran frustración entre los que han creído en los cantos de sirena nacionalistas.

Entre estas externalidades negativas, una de las de mayor calado es la superposición de lo colectivo sobre lo individual, lo socializado sobre lo privado, la sumisa intromisión en la sagrada esfera privada del individuo. Esa tendencia a colectivizar, ese esfuerzo totalizante, es una aberración en la cultura democrática, va en dirección contraria a la esencia de las democracias liberales, anteponer intereses políticos a las libertades sociales y privadas es una práctica más propia de tiempos pretéritos. En Cataluña, los practicantes y apóstoles del separatismo ven normal hacer una campaña puerta a puerta preguntando por el grado de pureza independentista y, de paso, caer en la tentación de hacer un listado de buenos y malos catalanes. Todo ello en un ambiente «¡festivo y democrático!» ¡Hasta qué punto puede llegar a pervertirse el lenguaje! La única explicación plausible para este tipo de comportamientos en democracia es el virus de la superioridad moral que el nacionalismo ha inoculado en parte de la ciudadanía.

Pero ello no es todo. Vemos cómo se toma igualmente como normal el crear un sentido de unanimidad tras el dogma nacionalista, unanimismo con el que alimentar la espiral de silencio, el miedo a ser señalado por algún dedo siempre dispuesto a convertirse en acusador o censor. Hay libros bien subvencionados y difundidos como: «¿Y si hablamos con el vecino del segundo? La independencia explicada a los indecisos», cuya portada es un solitario balcón sin estelada rodeado de banderas independentistas y dos vecinos preguntándose precisamente eso: ¿Y si hablamos con el vecino? Con el raro, con el no iniciado, con el refractario.

Y llegamos a lo simbólico, la necesidad de hacer actos públicos de adhesión al régimen nacionalista, de encuadrar debidamente a los ciudadanos, de utilizar la masa como símbolo, llega al paroxismo con las «Marchas de las antorchas», en la víspera del archimanipulado 11 de septiembre. Podremos contemplar como en algunas poblaciones catalanas una serie de personas adultas marchan por la noche con antorchas encendidas reclamando la ruptura con el resto de España. Desde luego, el simbolismo es sintomático, y los paralelismo claros, por mucho que les pese a los promotores.

Decía John Stuart Mill que una de las formas de opresión al individuo era la tiranía de las mayorías. La paradoja de la sociedad catalana es que, gracias a un poder público al servicio de una ideología privada, a unos medios de comunicación al servicio de la manipulación, se ha creado una minoría virtual y mediática que pretende imponer su voluntad a una mayoría diversa, atomizada y poco organizada. Es una perversión más, estamos ante la creación de una tiranía posmoderna de las minorías.

Lista unitaria, pensamiento único y la tiranía de la minoría

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