tribuna abierta
Ramoneda y el principio de Pinker
Por fin un nacionalista escuchando a los científicos. Hasta ahora siempre había parecido que no había un enemigo más acérrimo de la ciencia que un nacionalprogreísta
Por fin un nacionalista escuchando a los científicos. Hasta ahora siempre había parecido que no había un enemigo más acérrimo de la ciencia que un nacionalprogreísta. Pero mira por donde ya tenemos uno que piensa que le puede servir para algo. Josep Ramoneda en su artículo en El País del 22 de julio apelaba a Steven Pinker para apoyar sus tesis sobre el próximo 27S. Y no va mal encaminado. Si hay disciplinas que puedan aproximarse a la candente cuestión del independentismo en las sociedades democráticas avanzadas, son las evolucionistas. La razón que le motiva es la estridente rotundidad de Rajoy al proclamar que “no va a haber independencia en Cataluña”. Para el que fuera director del Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), la consecuencia de tal exabrupto será convertir las elecciones del 27S en “plebiscitarias”. Dando por cierto e ineludible ese desenlace, se pregunta con apenada consternación:“¿era inevitable?”
Ramoneda piensa que Cataluña es una nación -o eso que él llama decorosamente “un sujeto político”- categoría que debería aceptar ya “la cultura política española” para tener una relación que, ya que por lo visto nunca podría ser buena, por lo menos fuera “aceptable”. Parece que existe una fuerza ancestral, profundísima que convierte en imposible la idea de compartir patria común. Se llamó conllevancia una vez, cuando Ortega vivía y los catalanes de origen autóctono eran mayoría, a la perpetua negociación de las condiciones de esa unión contra natura. Para los intelectuales del PUC (“partido único catalán”, como dijo De Carreras) como Ramoneda esa fuerza mágica y atávica sigue imperturbable sin que tenga que ver con ello -qué va- la inclemente y pertinaz propaganda nacionalista de los últimos 30 años. Durante un tiempo este apaño fue posible, pero cuando Pujol “se fue” se liberaron “muchas energías reprimidas”. ¡Qué casualidad! Justo cuando esas fuerzas apenas se relacionaban ya con la etnia, la historia o la lengua van y estallan. Y a partir de ese momento dejan de ser posibles los mercadeos con los sentimientos. “El cash permite los compromisos; los valores sagrados, no”, dice Ramoneda que al parecer se lo ha leído a Pinker.
Los “valores sagrados”, qué gran tema. Del que no es un estudioso Steven Pinker sino el muy especializado campo de Scott Atran y David Axelrod. El primero vive ahora en Barcelona. Poco le costaría a Ramoneda preguntarle. Pero mejor que no. Porque tal vez le diría que “valores sagrados” pueden tenerlos todos, incluso esos fríos españoles sin nación. Los sentimientos no son patrimonio único catalán, como podría pensar ingenuamente. Los españoles, de los que reclamamos formar parte por lo menos la mitad de la población catalana, puede que ya no estemos dispuestos a pagar por más por esa “conllevancia” que no es más que inclemente chantaje nacionalista y pisoteo a nuestros propios “valores sagrados”. Ah, y ni siquiera van a ser plebiscitarias.
Teresa Giménez Barbat es escritora