punto de fuga
La portera patriótica
Un patriota con vocación de portera espía a una pareja de adultos que mantiene una conversación privada en cierta terraza frecuentada por otros adultos. Luego, tras airear por las redes sociales el contenido íntegro de la charla particular entablada por aquellos dos mayores de edad, da en protestar en las mismas redes sociales, pues nuestra patriótica portera tiene por impropio “victimismo” el escándalo de los acechados al saber de su pesquisa. Por su parte, aunque mejor sería decir por sus partes, los empleadores de la portera, bizarros patriotas también ellos, corren raudos en su auxilio una vez publicitada la hazaña en alguna prensa seria. Al poco, el asunto cae en el olvido y la portera vuelve a sus audiciones clandestinas en medio de la abulia ambiente.
Sostiene Umberto Eco que Twitter ha entronizado a una legión de idiotas, los tontos del pueblo cuyos iconoclastas rebuznos jamás habían traspasado las lindes de la taberna del barrio, pero que merced al alma democrática de las nuevas tecnologías se equiparan hoy en visibilidad a las reflexiones de cualquier premio Nobel. No obstante su pertinencia, la denuncia de Eco nos remite a una dimensión más cuantitativa que cualitativa, lo que dificulta su aplicación al caso que nos ocupa. Pues a los tontos de antes, gozaran o no de un acta de concejal, se les hacía felices con una modesta tiza, su ancestral herramienta de trabajo en fachadas e interiores de urinarios. Ahora, es sabido, requieren ser dotados de sofisticadas terminales telemáticas portátiles. Pero, en cualquier caso, la esencia de su labor sigue siendo la misma de siempre. Eso no hay Bill Gates que lo cambie. Así las cosas, la diferencia ontológica entre la portera soberanista y sus iguales del resto del planeta es que, aquí, en el país petit, la tiza, la pluma, el micro, la cámara y la grabadora del espía están en las mismas manos. Cuidado, pues, con nuestros tontos domésticos, que son polivalentes como el B.U.P. de antes.