por hontanares
El Consejo
El Consejo General del Poder Judicial nació para cortar las ligaduras del Ministro de Justicia sobre los jueces, para que el Gobierno dejara de seleccionarlos
El Consejo General del Poder Judicial nació para cortar las ligaduras del Ministro de Justicia sobre los jueces, para que el Gobierno dejara de seleccionarlos.
Hoy todos los vocales del Consejo son elegidos por las Cortes Generales, quiero decir, por los partidos que se acomodan en ellas: el que más escaños ocupa, más miembros designa. A la postre tenemos un miniparlamento. Los partidos no escogen los vocales, necesariamente, por su profesionalidad, sino por su afinidad ideológica y sus contactos personales. Vence el que más padrinos tiene. Y ni siquiera son los parlamentarios los electores, sino las cúpulas de los partidos. Asistimos al primer reparto de cromos: “uno para IU, otro para el PNV, otro para CiU, ocho para el PSOE y nueve para el PP”. En el Consejo, cada vocal con su dorsal. Y hasta se permiten los partidos elegir al presidente del Consejo. Perversión de la perversión.
Posteriormente asistimos al segundo reparto de cromos, esta vez efectuado por los vocales del Consejo: el del nombramiento de los magistrados del Tribunal Supremo y de las salas civil y penal de los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas, precisamente los órganos que juzgan a los políticos aforados (“la vacante del TSJ de Aragón para un magistrado conservador y la de la sala 3ª del Supremo para uno progresista…”). No basta el mérito profesional. El mismo criterio que rige el nombramiento de vocales del Consejo inspira el de estos altos magistrados: simpatía ideológica y proximidad personal. Ello no significa que el juez ascendido vaya a prevaricar a favor de un político del color que le designó, ni mucho menos, pero en nuestra sociedad esa sombra de duda es difícil de despejar.
¿Qué consecuencias depara este sistema?: desprestigio social -al intuir la población que los nombramientos judiciales tienen conexiones políticas- y desaliento de los jueces más competentes, que sin padrino político no se bautizan para las altas instancias.
El dedo áulico excluye a grandes profesionales y marca a los designados. Los vocales del Consejo portan un dorsal a la espalda. Por más que pretendan ser neutrales no consiguen transmitir una imagen de imparcialidad. Estamos hambrientos de instituciones robustas, sanas e independientes, y el gobierno judicial está condimentado al muy exclusivo gusto de los partidos. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Y la inmensa mayoría de los jueces, de convidados de piedra.
Ángel Puertas es jurista